La afirmación gratuita, estúpida y destructiva

Opinión
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¡Claro !, una continua fatalidad del afirmar gratuito se basa en ése gracioso, estúpido e imponente “yo también” o “ellos también”

Siempre, cada día que he vivido, he comprobado que los seres humanos dan (la sociedad) incontables afirmaciones gratuitas, que no benefician en nada al mundo, pero se dicen por solo gratuidad, por vanidad o, también, por aparentar una superioridad moral o intelectual. Tengamos en cuenta que el ser humano es ya un ser fabulador (o es proclive a serlo por muchos factores sugestivos y sociales), chismoso, exhibicionista, charlatán, demagógico y populista; sí, puede que algo de esto lo tenga en poca cantidad, ¡pero lo tiene! (para perjuicio de su mente).

Al respecto, de todos es conocida esa respuesta evasiva que dan casi todos cuando se les pregunta si ven televisión basura; o esas otras respuestas que dan “de patriotas”, de libertarios, “de gurús” por salvar al mundo o de ser amiguitos incondicionales de todas las razas. En fin, los seres humanos (cebados interminablemente tan solo por sinrazones o por lo que quieren tantísimos intereses de poder) enseñan o dicen lo que no tienen ellos “ni en pintura”, ¡pero seguirán y seguirán en esa estrategia de servidumbre y también para sus “egobeneficios”! La realidad lo evidencia.

Y, así, enloquecidos (y muchas veces sin ser conscientes de ello) se vuelven contra todas las esencias, ¡contra todas !, no dejándolas ni respirar ni vivir, en una miserable cobardía por desprotegerlas y en una total doblez-indecencia por infravalorarlas sin parar.

A la verdad la machacan o la desacreditan poniéndola siempre en una suposición inadecuada (racionalmente) o embarazosa, pues dicen “nadie tiene la verdad absoluta”. Sí, es como si al hablar yo de la vida, tú me dijeras “nadie tiene la vida absoluta”; o es como si al hablar yo de la honestidad que tengo, tú me dijeras “nadie tiene la honestidad absoluta”. Y así (en error fijo) se fusilan todas las esencias, ¡ya mí mismo!

Pero, en honor a la cordura, al fin, un ser humano tendrá por seguro la verdad mientras la razón lo avale o lo quiera, ¡nada más !, y Galileo tendrá la absoluta verdad mientras la razón no diga lo contrario. Aún más claro lo digo: tú tendrás una absoluta inocencia (en cuanto a un delito) mientras la razón no diga lo contrario; porque sembrar sospechas en alguna esencia solo es algo de sinvergüenzas o de nazis. ¡Basta ya!

De igual modo hay afirmaciones gratuitas, ¡y muchas !, cuando ya la motivación es un prejuicio. Es muy conocida por doquier la rotunda afirmación que se hace de “ése animal no sufre (como nosotros)”, o simplemente se dice “no sufre”. En realidad, ¡al grano !, es el prejucio el que sí puede formar una bola de nieve de estúpidas o de infundadas afirmaciones.

La fatalidad de la afirmación gratuita consiste, en el fondo, en que va quitándole posibilidades a la razón en la sociedad; o sea, ahí las sinrazones se fortalecen partiendo desde un buen parecer o desde una buena aprobación de todos, en inconsciencia. La afirmación gratuita destruye hasta lo que es obvio (creando a veces una intelectualidad “como de locos” en férreo autoconvencimiento corporativo).

¡Claro !, una continua fatalidad del afirmar gratuito se basa en ése gracioso, estúpido e imponente “yo también” o “ellos también”. Por ejemplo: si se advierte que las mujeres “se cosifican” en el mercado sexual, en la publicidad y en todo lo social en general, pues siempre sale ése gracioso (que va de que sabe) afirmando “los hombres también se cosifican”. O, bien, si se habla de que hay inmigrantes desarraigados, pues sale otro graciosillo (o cómodo de ser un cara dura) afirmando “yo también”.

Y si yo digo que aportando racionalidad al mundo, pues sale otro graciosillo (con cara de pillo) o atontado afirmando a los cuatro vientos “yo también”. Eso es imparable, porque es muy fácil decir “yo también” (a ver si cuela socialmente). El afirmar gratuito es como el narcisismo, que está fuera de la realidad, de la empatía y del bien y del mal.

 

José Repiso Moyano