“True Colors” o les salió el cobre

Réplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

Y esos colores, lamentablemente, son más oscuros de lo que quisiéramos admitir...

El odio siempre estuvo allí, agazapado en la sombra del “todo está bien”. Ese odio que algunos llevan como un secreto vergonzoso, como una enfermedad hereditaria que no saben si maldecir o aceptar. Pero en cuanto Donald Trump regresó al poder y, con un golpe de tinta, borró todas las órdenes ejecutivas de Biden, la máscara se deslizó. El mundo vio, sin filtros ni maquillaje, los verdaderos colores de aquellos que durante años se disfrazaron de progresistas o al menos de tolerantes.

Trump, en su estilo inconfundible, decretó el fin de la identidad de género como política de Estado. Lo que muchos consideraban un logro para la diversidad, él lo desmontó sin pestañear. Y mientras los activistas alzaban la voz en protesta, un sector silencioso del mundo empezó a aplaudir. Porque, al parecer, para ellos el respeto al otro era una imposición, una cadena que ahora se rompen con alivio. Lo mismo con las deportaciones masivas, ya no vistas como tragedias humanas sino como “orden” en sus mentes estructuradas por muros imaginarios.

El odio no vino solo. Elon Musk, el otrora visionario de los autos eléctricos y los viajes espaciales, hizo un movimiento de brazo que desató otra tormenta. Un símbolo que muchos interpretaron como un guiño a la era nazi. Crítica inapropiada, por decir lo menos, porque ninguna comparación puede hacerle justicia a las atrocidades de ese tiempo. Pero las críticas llovieron con la misma intensidad que los aplausos, mostrando que las divisiones ya no son simples grietas; son abismos.

Y así, la sociedad se convirtió en una arena de gladiadores. La derecha radical abrazó las ideas más extremas, mientras que la izquierda respondió con igual furia. El diálogo se convirtió en una reliquia, y lo políticamente correcto, en un chiste de mal gusto. Las redes sociales, antaño herramientas de conexión, son ahora trincheras donde nadie escucha y todos disparan.

¿Estamos entrando en la peor época del mundo? Quizás no en términos históricos. Aún no vemos hornos de exterminio, pero sí un desprecio por la empatía que es igual de corrosivo. El tejido social no se desgarra de un golpe; se pudre desde dentro, lentamente, cuando olvidamos que detrás de las etiquetas —migrante, trans, millonario, pobre— hay personas.

El secreto del bienestar humano, ese que hemos perdido de vista entre tanto grito y tanta rabia, está en una frase tan sencilla como potente: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Pero parece que esa sabiduría de Benito Juárez no tiene lugar en un mundo donde los verdaderos colores ya no se esconden, sino que se exhiben con orgullo. Y esos colores, lamentablemente, son más oscuros de lo que quisiéramos admitir.

Miguel C. Manjarrez