La “Ley Bala”, ¿receta del abuelo?

Réplica y Contrarréplica
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El legado de Alejandro C Manjarrez

Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.

Rafael Moreno Valle regó el tepache cuando firmó la iniciativa de ley que su cuerpo jurídico le pasó, ordenamiento conocido como “Ley Bala”. Tal vez se le olvidó que ese tipo de medidas son antipopulares, además de inútiles y peligrosas debido a que permiten que los policías usen su “criterio”. O quizá fue el gurú consentido quien le dijo que con ella ganaría el aplauso de Enrique Peña Nieto. En fin.

No conozco a ciencia cierta la motivación para legislar la llamada Ley Bala; sin embargo, imagino que ésta encajaba perfecto con otras determinaciones, como la de encarcelar a los líderes sociales opuestos a los programas de los gobiernos federal y estatal. Y también que cerraba la pinza abierta desde que los diputados morenovallistas firmaron el decreto (algo así como el mátalos y después viriguas) que limita el derecho de ampararse contra la expropiación de tierras, acto decretado para no frenar el desarrollo de la entidad (eso sugería uno de los “considerandos”).

Salta a la vista, pues, que aún no aparece por Casa Puebla el pajarito consejero. Y que el mandatario poblano no ha pensado en contratar a quien haga lo que el soldado aquel que decía al oído de los generales romanos: recuerda que eres mortal “y puedes cometer pendejadas” (el entrecomillado es apostilla del columnista). Son ausencias que se deben, creo, a que nuestro gobernante es un hombre de pocas pulgas y, por ende, proclive a rechazar cualquier consejo o sugerencia que distorsione el eco de su voz. De ahí que esté rodeado de personajes dóciles y leales a su causa y, en consecuencia, ajenos al interés de los ciudadanos que trabajan, sufren, pagan impuestos, sudan la gota gorda y se rompen la madre para que los burócratas pirrurris puedan cobrar su quincena y otras prestaciones, retribución que reciben por ejercer la responsabilidad conferida por el poder público, y no precisamente para premiar su comodina actitud, desarraigo y desconocimiento sobre Puebla.

Las piedras de la experiencia

Son varias las razones que propician las llamémosle burradas políticas; a saber:

Una: desconocer la historia del pueblo que se gobierna.

Otra: rodearse de corifeos especializados en ponderar y aplaudir las acciones del jefe y de vez en cuando hasta elogiar el tufo de sus flatulencias.

La tercera: la falta de criterio y sentido común de los diputados de confianza (la mayoría), característica que, de existir, les permitiría discrepar para opinar, corregir y sugerir cambios a las iniciativas de Ejecutivo.

La cuarta: menospreciar las protestas sociales, sean cuales fueren.

La quinta: atentar contra la inteligencia de los gobernados.

Y la sexta: usar el poder para mandar mensajes sicilianos.

Sobra abundar sobre otros de los factores negativos que el lector conoce y recuerda bien. Prefiero traer a colación una de las experiencias del poder, acto digamos que positivo. Para ello me valgo de la cita de un fragmento de mi libro en proceso de publicarse (La Puebla variopinta, conspiración del poder), relato que, según yo, muestra la ventaja de saber preguntar y escuchar para evitar los errores que por sangrientos vulneran al poder. Va:

Entre otro de los recuerdos amargos que podría tener Jiménez Morales, está la matazón que durante meses ocurrió en el municipio de Huitzilan de Serdán. Esta violencia abrió las páginas de la historia política de Puebla a Antorcha Campesina, organización que años después Manuel Bartlett definiera como el hijo incómodo del PRI. Un testigo presencial me confió lo que podría ser el banderazo de la carrera que emprendió Aquiles Córdova Morán, dirigente antorchista. Aquí la confidencia:

Palabras más, palabras menos, en una de las reuniones de seguridad se trató el conflicto que había causado dos centenas de muertes:

—Hay que enviar a la policía —instruyó enfático Guillermo a uno de los jefes policiacos después de enterarse del conflicto que llevaba meses—. ¿O tú qué opinas? —se le ocurrió preguntar a Gustavo Abel Hernández, su coordinador de asesores.

—Con todo respeto, Señor —respondió Gustavo—, cualquier enfrentamiento que ocurra, las víctimas culparían al gobierno y la prensa lo señalaría a Usted como un gobernador represor. Ya llevan más de doscientos muertos, Gobernador, entre ellos muchos niños y mujeres; todos enterrados de manera clandestina.

— ¡Ah cabrón! ¿Y entonces qué sugieres? —reviró preocupado el mandatario.

—Si Usted me autoriza le pido al grupo Antorcha Campesina que nos eche la mano…

Y así fue: los antorchos intervinieron en Huitzilan para resolver el problema, no como brazo armado del gobierno sino como grupo político que aprovechó la coyuntura para fortalecerse. Gracias a ello el mandatario evitó el desgaste de aparecer en la prensa como un gobernante represor y autoritario a cambio, desde luego, de ser considerado como impulsor de grupo de Aquiles.

De sabor amargo

El equívoco de Moreno Valle, error apoyado por sus diputados (Ley Bala), produjo una negativa reacción mediática nacional e internacional, respuesta que incluyó varios cartones en los medios nacionales y miles de líneas ágata en información y editoriales. El tratamiento de la noticia obligó al gobierno a recular ipso facto. E hizo que su gurú o sea Luis Maldonado Venegas acudiera a los medios electrónicos para tratar de justificar lo que al final del día quedó como un galimatías legislativo de dudosa autoría intelectual.

Al llamémosle colapso mediático, podrían seguir otros igual o más intensos si Rafael Moreno Valle Rosas permanece montado en su macho, igual que como le pasó a su abuelo, el general-gobernador, cuando confió en que la policía armada resolvería el conflicto social de Huehuetlán en Chico aplicando su criterio, precisamente.

Alejandro C. Manjarrez