Puebla, el rostro olvidado (La inercia de la CROM)

Réplica y Contrarréplica
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LA INERCIA DE LA CROM

 

Después de tantas peripecias sindicales con olor a pólvora y persecuciones, los crímenes y las venganzas dejaron una profunda huella en la región y la CROM de Atlixco empezó a transitar por una ruta política más llana. Empero, los homicidios continuaron. Y muchos de estos crímenes conservaron el estilo de los días violentos y, por ende, su fúnebre etiqueta.

   Antonio J. Hernández se hizo sentir durante más de cuarenta años. Su experiencia, habilidad, control, sensibilidad y sentido de la amistad le ganaron nuevos admiradores que le ayudaban a conservar la administración de la vida comunitaria. Incluso, meses después de su muerte todavía se notaban el férreo control que ejerció pero también el afecto de su gente que recordaba la mano suave que en muchas ocasiones tendió a los amigos. No faltan quienes todavía recuerdan sus pesados mandobles de poder.

    La estrategia de la CROM de Atlixco sigue teniendo fuertes reminiscencias del estilo que hizo temibles a los caciques de la Colonia. El poder aún se distribuye de acuerdo a la costumbre: el reparto depende de la lealtad y la confiabilidad que demuestren los aspirantes para obtenerlo. Sobra la capacidad y la inteligencia, es más ¡hasta estorban!

     Cada municipio bajo su control cuenta con una docena de militantes confiables y sumisos, que por medio de la represión sujetan a quienes quieren brincar las trancas. Y esa represión ocurre en diversas formas: desde la ley del hielo hasta las amenazas indirectas (o muy directas) que ponen al destinatario ante la disyuntiva de rebelarse o aceptar los designios del cacique. Y aunque en un remedo de civilidad los actos violentos signifiquen el último recurso, el proceder es un acto ilegal, criminal. 

    La juventud, al fin rebelde, ha ido alejándose de sus mayores que siguen bajo la férula cromista o que imitan el estilo tozudo y arcaico de la dirigencia regional para la cual trabajan. Le resulta difícil entender el absurdo exceso de trabas al desarrollo social y educativo y el porqué de tanto pánico al progreso social que proponen grupos o personas ajenas a la CROM. De ahí su rebeldía contra el cacicazgo, actitud que electoralmente hizo triunfar al PAN en los últimos comicios locales, y que políticamente fortaleció al PRD.

    Antonio J. Hernández, “El viejo zorro”, le enseñó a Eleazar Camarillo el ejercicio del poder al estilo de los legitimistas franceses, apegados a la idea de que la autoridad que lo ejerce, puede (debe) seguir ejerciéndolo.

    Gracias a la buena estrella que comúnmente protege a los políticos de esta casi agotada veta mexicana, don Eleazar Camarillo Ochoa –diputado federal en varios ocasiones, heredero y protector apasionado del reducto de poder de la CROM de Antonio J. Hernández –tuvo la suerte que fuera gobernador una persona cuyo desarraigo le obligó a buscar aliados en la región donde dijo haber nacido.

    Me refiero a Mariano Piña Olaya, quien en Atlixco encontró el cariño, la simpatía, la alegría y la solidaridad multitudinaria jamás soñada por él. Y ante tan gratificantes expresiones no le quedó más que sentirse agradecido y dispuesto a ser recíproco. El cacique se llenó de gusto, pero el gobernador desconsoló a los poblanos que en cada relevo sexenal esperan que la revolución les haga justicia.

    El caso de Manuel Bartlett es diferente al de Piña Olaya, porque el exsecretario de Gobernación y de Educación Pública cuando menos hizo el intento político de aislar al casicazgo. Sin embargo, algo le falló porque no logró convencer a los jóvenes rebeldes que sufragaron para desquitarse de las trapacerías de la gente identificada con el PRI. Y después tuvo que apapacharlo ya que, dado el cobro pendiente de muchas facturas políticas, resultaba la única persona con posibilidades de ganar la elección federal que a final de cuentas lo hizo diputado y redondeó el gran triunfo electoral del gobernador poblano.

   En medio centenar de municipios poblanos estuvo presente el poder caciquil de Eleazar Camarillo, hasta 1999 año en que falleció. Y aunque algunos ya se le habían salido del huacal (Atlixco, San Buenaventura, Nealtican y San Andrés Cholula, por ejemplo) el llamado “señor de la Soledad” siguió controlando la vida comunitaria de la región, y en la última etapa de su vida lo hizo con el aval político de Manuel Bartlett. Por esa re “oxigenación” plazo la CROM de Atlixco alargó su vida para, en corto lapso (Eleazar, alma del cacicazgo cromista, era un añoso líder que vivía los estertores de su poder), reencontrar y reorganizar para su causa a miles de ciudadanos, la mayoría campesinos todavía resignados a que sus autoridades les digan qué hacer y por quién votar.

Alejandro C. Manjarrez