Quinta entrega
Hay libros que nacieron como cuentos motivacionales y terminaron funcionando como justificación para rendirse. Uno de los más célebres es Quién se ha llevado mi queso, esa fábula con ratones, laberintos y quesos cambiantes, escrita por Spencer Johnson con buenas intenciones: enseñarle a la gente a adaptarse al cambio. Pero lo que era una invitación a moverse, a no estancarse en el miedo, se convirtió —en manos de políticos— en un culto a la resignación.
El político contemporáneo no lo leyó como metáfora, sino como orden. “Muévete, adáptate, no cuestiones.”
Si el queso desaparece —salario, beca, derechos, subsidio, certeza— no preguntes por qué, ni quién se lo llevó. Solo corre. Acepta. Sé flexible. Sé “positivo”.
Y así, el queso dejó de ser una oportunidad de transformación para convertirse en un botín privatizado.
Se lo llevan los mismos de siempre, y encima, te culpan a ti por no encontrarlo.
Esta lectura deformada encontró su mejor audiencia en los funcionarios que justifican recortes presupuestales, eliminación de programas sociales, alzas de precios o desaparición de derechos con frases sacadas del libro:
“El cambio es inevitable.”
“Debes perder el miedo.”
“Muévete con el queso.”
Pero nadie se pregunta por qué el queso siempre termina en la mesa del poder.
Nadie se atreve a decir que el queso no se perdió, fue robado.
Y que los mismos que recomiendan el libro en conferencias de liderazgo son quienes diseñan los laberintos.
Quién se ha llevado mi queso fue reducido por los políticos a una especie de sermón new age para justificar que la gente se aguante. Como si todo fuera asunto de actitud. Como si el problema no fuera estructural. Como si la desigualdad fuera un malentendido.
Y así, los discursos públicos se llenan de metáforas con ratones, con laberintos, con quesos invisibles que debes “visualizar” si quieres alcanzarlos. Te invitan a adaptarte mientras ellos legislan para perpetuarse. Te piden flexibilidad mientras blindan sus privilegios. Te llaman a moverte mientras ellos permanecen cómodamente instalados, con queso, vino y cinismo.
Y eso es lo que más duele: que una fábula que pudo ser útil para sobrevivir al cambio, fue usada para impedir que el pueblo lo cuestione. Que el mensaje de Johnson fue despojado de toda posibilidad crítica. Y que nuestros gobernantes, esos que hacen que el queso desaparezca, además te digan con una sonrisa:
”¿Ya fuiste a buscar el tuyo?”
Como si no supieran exactamente dónde está.
Como si no fueran ellos quienes tienen las llaves del refrigerador.