Las palabras no son de nadie

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Las palabras no son de nadie pero, en contrariedad o paradójicamente las crea la sinrazón que manda; o no, si ya precisamente tú en ti eso lo evitas con una responsabilidad-conciencia-respeto-benevolencia de verdad.

Primero, lo que más indigna a una persona buena, a una persona decente o que no admite mentiras, a una persona correcta-ética, a una persona racional... es que en la sociedad estén ganando las mentiras, es que en TELEVISA estén ganando las mentiras, es que en muchas revistas literarias o de pensamiento estén ganando las mentiras, es que en muchas instituciones científicas estén ganando las mentiras, etc. Así es, ¡sí!; porque, cuando ganan las mentiras, ¡ya todo es agonía y perdición para cualquier bien (que es, de verdad, bien)!

Cuando ganan las mentiras, lo que pasa es que están ganando las sinrazones y sus efectos; esto es, que están ganando todos los decires de los intelectuales o de los superintelectuales pilluelos.  Sí, ellos ya con sus retóricas, con sus teorías metarreales, con sus licencias de tanto poder o de tal capacidad de un influir social, con sus graciosos-espléndidos halagos a todo lo que da bonitez, con sus intelectivos manicomios sensacionalistas, etc, te la meten por atrás y por delante varias veces al día, o... ¡más veces de las que soñarías!.

Pero, insisto, que lo que más indigna a una lágrima decentísima, lo que más indigna a la honradez clara o a la luz que nos regala la vida, lo que más indigna a Dios incluso solo y llorando, es que las mentiras ganen, ¡solo!, que ganen aquí y allí, ¡sí!, que ganen en ése periódico, que ganen en ése juego, que ganen en ése pueblo, que ganen en ése grupo artístico, que ganen en ése medio educativo, que ganen en ése ayuntamiento, que ganen en ése programa de televisión para niños con una manipulación tan rastrera y tan sutil, etc.

No obstante, en concreto ganan porque el que demuestra razón (que es el único que hace-determina las palabras biennacidas y racionales) está vetado en ti o en ése, ¡exacto!, está ya vetado aquí y allá, está desprotegido acá y encima de allí, está ninguneado-burlado-maltratado ahí y aun acullá, ¡claro!  Y, si eso miserablemente ocurre, ¡sí!, es que la razón es imposible que la sepan, es imposible que se genere, es imposible que mejore algo de lo que está mal hecho, es imposible que clame o que... ¡respire! incluso.

En el fondo, las palabras, sin un cuido sensato, malinforman todas, ¡cierto!; las palabras, sin estar sujetas a la aclaración, confunden todas y... ¡manipulan!  En verdad, si las palabras están en manos de un audaz rollista televisivo, de un charlatán (en la prensa) o de un encantador de serpientes (en la política),  pues en eso solo o en él se enferman las palabras para comunicar ya la doble o la mala información o la idiotez más grande.

¡Claro!, aquí no hay rodeos ni posibles trampas, las palabras son racionales si las dice un racionalizador; las palabras son limpias si las dice un aclarador no demagógico o un no corrupto; y las palabras son dignas de ser escuchadas si antes (y solo antes) no han amparado tonterías, desinformaciones o sinrazones. Por eso, las palabras llevan o transmiten los defectos y las virtudes de quien las pare, ¡siempre!; por ejemplo, si las pare un pamplina de la telebasura, ¡pues pamplinerías tendremos durante años duros y oscuros!  Lo desgraciado de todo esto es que, el susodicho pamplina, hace pasar su pamplinada por algo importante (con la infame ayuda de muchos).

En demostración de verdad o de razón, firme lo digo: Las palabras en manos de tanta y tanta deshumanización (en ésa chulería retoricista que hay en todo y en los medios de comunicación)  siempre serán vacuas en bien alguno, ¡vacuas!, ¡serán vacuas!, aunque aparenten ser ricas en tesoros y en bienes congruentes o salvaguardias de todo, aunque aparenten ser “sabias” en astucias de la atroz indecencia o mediáticas.

Porque, ¡sí!, os repetiría mil veces lo esencial a la cara: Lo que más mata es que estén ganando las mentiras, una y otra vez, ¡siempre!, en tal casa, en ésa revista, en ésa institución premiando con recursos públicos, en esos escritores tan pedantes aprovechándose de estéticas en inmoralidad, en esos políticos que no saben dónde tienen la cara siquiera, ¡sí!, en ésa agrupación de científicos (que son estúpidos y ¡estúpidos! hasta la médula).

Por último, en este trabajo, no voy a callar otra cosa muy importante (en fundamento racional de importancia):  ¡Algunos malnacidos no se enteran!, ¡no! (pues el no enterarte de la luz teniendo toda la luz entrándote hasta por las narices, es la mayor depravación o inmoralidad que se pueda tener, ¡obvio!, pues es como no enterarte de que tienes de una p. vez que respetar a la Naturaleza). ¡Oh sí!, quiero decirlo, no se enteran de esto de una vez: Nunca la razón existe por los modales, sino es todo lo contrario, es decir, los modales válidos solo existen por o gracias a la razón. Por igual, nunca la razón existe por una educación o por un respeto, sino sin engañar es todo lo contrario, es decir, cualquier educación válida-correcta solo existe por y gracias a la razón. Y lo mismo, nunca la razón existe por una autorización de bien (social, cultural, intelectiva, etc), sino es todo lo contrario, es decir, cualquier autorización benévola o una ejemplaridad solo existen por y gracias a la razón. La razón va primero, ¡sí!, ¡y es solo la que autoriza el respeto a realizar, el tino a considerar o el tono a bailotear en cualquier situación. Eso es.

Las palabras no son de nadie, ¡pero han de tener luz o razón o vergüenza mínima!

 

José Repiso Moyano