El periodismo es crítica, no adulación

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Piénselo. Y critique con elegancia...

En esta era digital, donde cualquier entusiasta con acceso a internet se autoproclama periodista, el verdadero oficio sigue siendo el mismo de siempre: cuestionar al poder. El periodismo serio es el bisturí que disecciona la realidad, la herramienta que destapa el hedor de las decisiones fallidas, la voz que no teme señalar al emperador desnudo. No es un eco servil ni una comparsa de adulaciones.

Observar, analizar, investigar, documentar. Esas son sus bases. No se trata de publicar rumores a la ligera ni de opinar con ligereza de influencer. Es una labor que exige rigor, evidencias sólidas y una voluntad inquebrantable de exponer lo que otros quieren ocultar.

Cuando un tema sacude la opinión pública, me sumerjo en ese río turbio de comentarios ciudadanos, donde conviven el desahogo legítimo, la manipulación descarada y el griterío de los bots programados para inflar egos o destruir reputaciones. Ahí, entre el lodo, se pueden encontrar destellos de verdad, siempre y cuando se filtre la hojarasca de halagos artificiales y los ladridos anónimos de la jauría digital.

Sería sensato que gobiernos e instituciones analizaran estos comentarios con seriedad, no como un capricho o un simple monitoreo, sino como un termómetro social. De ahí pueden surgir estrategias de comunicación más efectivas o, mejor aún, decisiones que realmente atiendan las preocupaciones de la gente. Pero claro, eso exigiría voluntad y autocrítica, dos virtudes escasas en el poder.

Este texto no es más que un consejo no pedido, porque hoy en día sobran medios que han cambiado la crítica por la pleitesía y la investigación por la propaganda. El resultado es predecible: lectores que huyen con el mismo instinto de supervivencia con el que se evita una sala llena de aduladores. El periodismo debe ser equilibrado, capaz de reconocer lo que se hace bien, pero también de señalar lo que se hace mal. Sin profesionalismo, sin veracidad, sin objetividad, la prensa se convierte en un megáfono inútil.

Y hablando de objetividad, hay quienes construyen análisis impecables o hilos brillantes en redes sociales, solo para luego arruinarlos con un insulto innecesario. Es un desperdicio. La mente humana, en su mecanismo de autodefensa, desecha automáticamente lo que percibe como basura. Lo mismo pasa con una crítica que, por brillante que sea, se desliza hacia la descalificación fácil. Deja de ser un argumento y se convierte en ruido.

Así que, a quienes tienen la valentía de escribir sobre lo que realmente importa: ¿de qué sirve una investigación exhaustiva si un solo exabrupto la condena al olvido? La indignación no necesita gritos, la crítica no requiere insultos. Lo que se construye con inteligencia se defiende solo.

Piénselo. Y critique con elegancia.

Hasta la próxima.

Miguel C. Manjarrez