De seguir el proceso enunciado entraríamos a “el fin de mundo del fin” y el número de columnistas sería tal que superaría con mucho al número de lectores...
—Quiero escribir una columna —soltó al director de Síntesis un reportero de la fuente política.
El director le respondió con la ceja levantada:
—La política del periódico es que sus columnistas cuenten con conocimientos políticos profundos y una cultura que les permita la solvencia moral y periodística que (citó a García Márquez) obliga el mejor oficio del mundo. Así que no desesperes y prepárate bien para que algún día tengas tu columna”.
El periodista de marras se quedó con las ganas de escribir su columna en el espacio periodístico, que por aquellos entonces buscaba convertirse en un referente obligado para la sociedad poblana.
Algo extraño sucedió porque después de varios años (tal vez diez) los periódicos de papel y digitales se llenaron de columnistas, algunos, los menos, con las condiciones apuntadas arriba, y otros, los más, en proceso de la preparación que, en el mejor de los casos, les llevaría dos o tres lustros. Diría Julio Cortázar (lo parafraseo):
Los escribas continuaron y los lectores del círculo rojo decidieron abordar el género para también convertirse en escribas hasta llegar a formar un selecto club de lectores-escribas cuyo oficio es leer a su público para que éste se arrobe al leerlos.
Ahora veamos el proceso “ideal” que lleva a esa condición:
El político que forma parte del círculo, llamémosle escarlata, ordena a su comunicador que escriba una columna para difundir y ponderar su obra en el espacio mediático donde abrevan sus congéneres. A su vez el comunicador le recomienda a su jefe, que él también haga una columna para que lo lean quienes lo conocen y que al hacerlo avalen la calidad de su talento.
Dicho lo anterior retomo mi paráfrasis del cuento de Cortázar:
De seguir el proceso enunciado entraríamos a “el fin de mundo del fin” y el número de columnistas sería tal que superaría con mucho al número de lectores. Estaríamos así en otro mundo, el feliz de Aldous Huxcley, con un agregado: la inclusión de la sexta categoría que daría forma a la dictadura perfecta, ahora apoyada en los escribas-políticos asesorados por los políticos-escribas.
Triste futuro.
Semejante dinámica llevaría a los verdaderos lectores a buscar otras alternativas. Quizá la literatura de política ficción, género que conlleva el peligro de encontrarse con los escribas-políticos y viceversa. O tal vez las series gringas de televisión, las que desplazaron a las telenovelas mexicanas que parecían escritas por escribas-políticos. Y por qué no las páginas rosas: en ellas los lectores podrían encontrar el humor involuntario que incluye a uno que otro de los políticos-escribas cuya fama se apoya en lo que escriben los escribas políticos, precisamente.
Otra de las facetas del “periodismo” (así entrecomillado) la forman los escribas-políticos cargados con fuego amigo, variante ésta que encierra a los encuestadores cuya función es (valga el galimatías) incluir en el ranking a los políticos-escribas (los que pagan por golpear al adversario) apoyados por los escribas-políticos (los que cobran por hacerlo), todos ellos leídos por los destacados integrantes del círculo rojo.
¡Ay Juvenal! Cuánta razón tenías cuando escribiste que la integridad del hombre se mide por su conducta, no por sus profesiones.