El choque de las águilas (A los lectores)

Réplica y Contrarréplica
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De ninguna manera pienso sustentarme en tesis o teorías economicistas, pues según creo resulta más apropiado analizar los objetivos y la inspiración expansionista de los Estados Unidos, a partir precisamente, de las consecuencias políticas surgidas de esa hegemonía y, por qué no, de las traiciones que ha sufrido nuestro país...

 

Con decenas de explosiones como margen auditivo, en 1950 empezó a horadarse la roca milenaria, la lava volcánica que incandescente bajó del Ajusco para resguardar a la investigación antropológica y a los arqueólogos parte de lo que fue una importante civilización.

     Cientos de cargas de dinamita sacaron de su modorra a los vecinos que en esos días vivían ensimismados en el agradable ambiente pueblerino de Coyoacán. Y yo era uno de esos muchachos que disfrutaban la tranquilidad del entonces espacio provinciano, todavía ajeno al ajetreo urbano de la ciudad de los Palacios que ya daba visos del crecimiento desproporcionado que terminó por  hacerla casi inhabitable.

     Los que morábamos en las inmediaciones del Pedregal tuvimos muchas oportunidades como, por ejemplo, atestiguar como de entre las piedras empezó a surgir lo que más tarde sería la Ciudad Universitaria.

     Fui, pues, uno de esos púberes dispuestos a cazar las alimañas que se movían entre los intersticios y matorrales del pétreo y accidentado suelo que más tarde la civilización preñaría con el hormigón y el acero de las construcciones universitarias. Y como los demás jovencitos, también tuve oportunidad de presenciar lo que finalmente resultó ser el nacimiento de los edificios que hoy albergan al pensamiento universal, a la ciencia del hombre, a la cultura del mundo.

     Años después tropecé con las expresiones de estudiantes cuyas pintas lograron crear un arte editorial efímero. Sus mensajes quedaron grabados en mi memoria como la huella en el cemento fresco, haciendo las veces de una llave que abrió las puertas de la curiosidad y el interés por conocer la historia estadounidense. Frases tales como: “¡Yanquis no!, gringas si!”o 

“¡Yanquis go home”, abonaban en mí la semilla del nacionalismo aquel que portaron los abuelos. Llegué a convertirme en terreno fértil para procesar las enseñanzas de los maestros sobre la historia de México y valorar las experiencias de mis antepasados, en especial los conocimientos y experiencias de los diputados sobrevivientes de la Constitución de 1917.

     El bagaje histórico de José Álvarez y Álvarez de la Cadena, Ignacio Ramos Praslow, Amilcar Vidal, Celestino Pérez y Pérez, Julian Adame, Antonio Hidalgo, Alberto Terrones Benítez, Francisco Ramírez Villarreal, Jesús Romero Flores y Donato Bravo Izquierdo entre otros, me ayudó a comprender la importancia de la independencia, la soberanía, la justicia social, la educación laica, el poder público y el agrarismo. Con sus ideas entendí los alcances del proceso que terminó por consolidar el futuro de los mexicanos (algunas de ellas las he utilizado a manera de epígrafe al inicio de cada capítulo).

     Posteriormente, al encontrarme frente a la vocación social y verticalidad del constituyente poblano Gilberto Bosques Saldivar, no me quedó duda de la obligación que tenemos todos los mexicanos para cumplirle a la patria defendiendo sus valores y fomentando los ideales que le han dado presencia en el mundo.

     Tuve la ventura de escuchar a los sobrevivientes del Congreso Constituyente de 1917. A pesar de los ochenta y tantos años que en promedio cada uno de ellos llevaba sobre su espalda, ninguno abandonó el entusiasmo por defender sus principios. Me consta que hasta el último aliento, todos conservaron el vigor que les permitió pelear por las convicciones revolucionarias que finalmente dieron forma a nuestra nación.

     La que fue casa de Venustiano Carranza (hoy museo) sede de las reuniones de los constituyentes, llegó a convertirse en un manantial de recuerdos ilustrados por sus propios protagonistas. También se transformó en un florido campo de batalla donde las andanadas verbales surgían cuando alguien tenía la ocurrencia de defender los actos antipopulares del gobierno.

     En aquel recinto de la patria empecé a tratarlos. Conocí a Ignacio Ramos Praslow, quien estuvo en la cárcel de Lecumberri acusado de “disolución social”. Puedo asegurarle que hasta el día de su muerte, el hombre combatió la corrupción porque era un luchador social por antonomasia. Ya había escrito un libro titulado ¡Basta! en el cual criticaba a varios de los gobernantes de México que habían hecho de la corrupción un deporte nacional. Decía que para acabar con ese cáncer se necesitaba primero suspender las garantías individuales a fin de juzgar sumariamente a los corruptos, y después castigarlos con la pena capital “colgándolos de un poste”. Cuando se le cuestionaba el porqué de tanta severidad, respondía con la juvenil sonrisa que nunca lo abandonó: “Esa es la única forma de liberar a la nación de los miles de rateros con patente de corzo” Y con tono festivo agregaba :”Pero hay un problema: que tal si no alcanzan los postes”.

     Durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez solicitó al constituyente una copia de su obra, petición a la que don Ignacio accedió gustoso. Tres semanas después el propio Echeverría le entregaba una carta signada por el presidente de México en la cual “la República le pedía aplazar la publicación de su libro porque –según explicaba la misiva– no era ese el momento propicio para dar a conocer su justo reclamo”.

Nacho (así le decían sus compañeros) contestó al emisario presidencial.  “Dígale que no solo rechazo su petición, sino que hasta me permitiré incluir esta carta como prólogo de mi libro”.

     Obviamente el Estado puso a funcionar sus sofisticadas estrategias para que nunca llegara a publicarse el trabajo del diputado constituyente. Ya en su tiempo presidencial Luis Echeverría encontró el modo para distraer a Ramos Praslow: lo designó director general de Aseguradora Hidalgo, asignándole la misión de acabar con “las ratas que se habían posesionado de la dependencia”. Como usted imaginará, las ratas huyeron –algunas fuera del país– en cuanto se enteraron de las intenciones del nuevo director; pero lo hicieron una vez que borraron más de cincuenta mil expedientes registrados en decenas de baterías de carretes que entonces ocupaban las computadoras.

     A Antonio Hidalgo, otro Constituyente campesino de origen tlaxcalteca, siempre que lo abordaban los periodistas invariablemente le preguntaban en qué batalla había perdido la pierna que le faltaba. Y él sin inmutarse contestaba: “Ojalá hubiera sido en la bola, muchachos, lo cual me haría un invalido orgulloso y héroe de la Revolución. Pero no. Perdí mi pierna por andar de presumido con una mujer a quien traté de mostrarle mis habilidades con el caballo: desgraciadamente la bestia resbaló y con todo su peso cayó sobre mi pierna. Como verán ustedes, la cojera no es más que otro de mis trofeos de amor”.

Julian Adame, Amilcar Vidal, Jesús Romero Flores, Francisco Ramírez Villarreal, Pedro Chapa, Celestino Pérez y Pérez, Alberto Terrones Benítez y Antonio Gutiérrez, fueron protagonistas de agrias pero amistosas discusiones. Amilcar se refería a la tragedia de Huitzilac como un magnicidio en el que su hermano Carlos fue una de las víctimas, mientras que otros argumentaban que todos habían sido fusilados, después de un juicio sumarísimo, por participar en conjura con Serrano y Gómez, organizada con el fin de dar muerte al presidente Plutarco Elías Calles y a todos los militares que lo acompañaran en el presidium, durante las maniobras militares celebradas en el campo de Balbuena (cuenta la historia que en ese lugar y una vez frente a la tribuna presidencial los oficiales cómplices de Serrano y Gómez ordenarían a su tropa disparar contra la tribuna, volteando los reflectores para deslumbrarlos, en el caso de haber tenido éxito, las cruces estarían en Balbuena).

En este hecho, como en otros, tampoco hubo consenso; sin embargo, cada uno defendió el derecho de los demás para disentir, y aunque no estuvieran de acuerdo respetaban sus razones.

     José Álvarez rechazó de Díaz Ordaz la postulación a senador por Michoacán porque no quería quitarles a los políticos en activo la honrosa oportunidad de formar parte del Senado y debido a que tenía cincuenta años lejos de su estado natal, circunstancias que para él eran una limitante, más que legal, ética. El que fuera uno de los más radicales jacobinos, lo cual lo convirtió en un constituyente muy respetado por todos sus compañeros, cuando escuchaba a alguno defender las maldades y pasiones de los curas, exclamaba con un dejo puntilloso: “Santa libertad en materia de pendejadas”.

      Gilberto Bosques Saldivar fue diputado constituyente por el estado de Puebla. Resultó electo después de haber participado en la revolución social mexicana. Como representante popular profundamente identificado con sus ideales, pugnó porque el Congreso poblano aprobara la ley del salario mínimo y los derechos agrarios. Portador de la vocación social que entonces era condición para participar en política, representó a México en diferentes países del mundo, incluida la Francia ocupada.

Posteriormente los alemanes lo mantuvieron durante más de un año en compañía de su familia, preso como rehén dé Hitler, después de haber salvado la vida de más de cuarenta mil refugiados.

     Excepto Gilberto Bosques, quien a sus 103 años de vida todavía trabaja por la patria, los demás dejaron de formar parte de este mundo y ya no pueden protestar contra algunas de las reformas constitucionales que, créame, nunca hubieran aceptado. De estar vivos, supongo, se estarían preguntando: ¿Por qué los gobiernos de la República no han sido capaces de implementar una política económica de autosuficiencia?¿A qué se deberá que nuestras finanzas siempre se hayan sustentado en la inversión extranjera, en el “dinero caliente” de los Caballeros de Wall Street? ¿Cuál será la razón para que en México no exista la cultura del ahorro? ¿De qué manera nuestra economía podrá zafarse de la brida norteamericana, para salir adelante con el esfuerzo del pueblo?¿Acaso la corrupción gubernamental tendrá algo que ver en el deterioro de las finanzas nacionales? ¿Hasta cuándo nos independizaremos del vecino país del norte?

Los millones de paisanos que cruzaron la frontera por hambre (y la siguen cruzando) ¿Podrán conservar su orgullo de ser mexicanos y no olvidar sus raíces?¿Carlos Salinas de Gortari y sus corifeos obedecían directrices internacionales?¿El presidente Zedillo podrá remar contra la corriente de las aguas procedentes del norte?

     Respetado lector este trabajo tratará de demostrar que México es y ha sido víctima de una serie de trampas urdidas por las ambiciones expansionistas por grupos que desde hace dos siglos dominan la política de los Estados Unidos. Con él rindo un modesto pero respetuoso homenaje a los Constituyentes de 1917 y a Gilberto Bosques Saldivar principalmente, personas que con su obra nos legaron un ejemplo que sería irresponsable soslayar. A ellos dedico estas lineas. Citaré sus ideas con la intención de invocar el espíritu y la fuerza de su energía intelectual, a fin de que quienes las lean o escuchen recuerden sus deberes con la patria, la familia y la sociedad, sin olvidar que esa obligación sólo podrá cumplirse en la medida en que todos nos respetemos y hagamos algo para influir en los servidores públicos tan distantes del pueblo como deliciosamente extranjerizantes. Espero incentivar el nacionalismo de estos individuos cuya vocación no encaja con los valores ideológicos que dan coherencia y fortaleza al sistema político mexicano.

   Para aclarar esas cuestiones buscaré la simplicidad que los especialistas y responsables de la economía nacional parecen evadir, tal vez con la intención de ayudar al poder financiero saturado del yugo rancio de su moneda verde. Por ello, las líneas que a continuación leerá tratarán de establecer a usted que, entre otras cosas, la conducción externa, la mano negra, la carencia de un proyecto económico propio, la ausencia de vigor patriótico que distinguió a los soldados de la patria, forman parte de lo que nos ha mantenido amarrados a la dependencia financiera y, en lo interno, lastrados por la falta de ética de muchos comerciantes.

     Esta es una llamada de atención que pretende responder al compromiso que nos heredaron los constituyentes, intenta despertar el interés del lector para convencerlo del peligro que conlleva abandonar los postulados ideológicos que nos han dado fuerza y coherencia nacionalista. Trata de alertarlo sobre la amenaza que significa insistir en el esquema económico impuesto por Carlos Salinas, el cual cada día nos acerca más a las garras del capitalismo salvaje.

     De ninguna manera pienso sustentarme en tesis o teorías economicistas, pues según creo resulta más apropiado analizar los objetivos y la inspiración expansionista de los Estados Unidos, a partir precisamente, de las consecuencias políticas surgidas de esa hegemonía y, por qué no, de las traiciones que ha sufrido nuestro país.

     Pero antes de hacerlo, el lector me permitirá incursionar en las causas que hicieron mirar hacia México a los gobernantes de nuestros “primos” que desde el siglo pasado no ha dejado de vernos con los ojos perversos de la ambición expansionista.

Alejandro C. Manjarrez