“De todas maneras yo cumpliré y haré cumplir esta Constitución, AÚN A COSTA DE MI VIDA.”
Y lo cumplió, la defensa del artículo 27 le costó la vida.
Venustiano Carranza Garza fue norteño durante sesentaiséis años. Por centurias será mexicano. Fue un gran patriota forjado en el viril estado de vida de las llanuras coahuilenses. En su vida y sus actos sobresalientes se establece el equilibrio del auténtico Revolucionario de nuestro país. Nació para gobernar porque era fundamentalmente un hombre de Estado. Antiimperialista, liberal, con la enérgica suavidad de los tolerantes, agrarista, sin la falsa demagogia de quienes son latifundistas por dentro y ejidatarios ante la opinión pública; honrado en grado excelso, cuidadoso del dinero del Estado, sin ser avaro; soldado por los cuatro costados, sin gustar de laureles y exhibicionismos, valiente sin desplantes películescos; legalista, con la sabiduría del juez ecuánime que coordina el rigor del ordenamiento con lo defectuoso de la arcilla humana; nacionalista sin olvidar que la paz de este siglo se finca en la convivencia internacional.
ASÍ LO DEFINIÓ El EMINENTE INTERNACIONALISTA ISIDRO FABELA.
Los Veneros del Diablo
Uno de los artículos Constitucionales que más ataques acarrearon a México, fue el 27. Las presiones se debieron a que los grandes yacimientos de petróleo fueron entregados por Porfirio Díaz a los extranjeros, y porque el mencionado artículo los reivindicó para la nación haciendo su propiedad inalienable e imprescriptible, es decir, volvió al régimen de la propiedad de acuerdo con su origen mismo. En la Carta Magna cobra carácter prioritario el principio de que a la nación le corresponde originariamente la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, y que ellas solamente pueden ser adquiridas mediante título que la propia nación otorgue. De esta forma el artículo 27 Constitucional concedía a la nación la facultad de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público, así como el dominio directo de todos los minerales o sustancias que en vetas, mantos o yacimientos constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes de los terrenos, entre ellos específicamente el petróleo.
En el período prehispánico ya se conocía el petróleo. Los indigenas lo habían visto en las chapopoteras y lo utilizaban como colorante, como pegamento, con fines medicinales y a manera de incienso en ciertas ceremonias religiosas.
El rey era el dueño absoluto de las tierras. Tenía la propiedad originaria de éstas y por ende, era el único autorizado para transmitir la propiedad de ellas a las demás clases sociales: la nobleza, los sacerdotes y la comunidad.
Ya en la época de la Colonia española se estableció el principio de que la propiedad del subsuelo correspondía a la Corona. Esto fue originado por la Bula del Papa Alejandro VI o “Breve Noverint”, expedida el 4 de mayo de 1493, la cual intentó resolver el conflicto entre los derechos de España y Portugal respecto a las tierras que se descubriesen.
Esta legislación estaba vigente al consumarse la independencia de México, y cuando el 22 de diciembre de 1836 fue firmado en Madrid el Tratado de Paz y Amistad entre México y España, los derechos pertenecientes a la Real Corona Española se consideraron como adquiridos por la Nación Mexicana. El régimen establecido para dicha propiedad en la legislación colonial subsistió en sus términos fundamentales, aunque las atribuciones lógicamente pasaron a manos de los estados de la Federación.
Este régimen jurídico de la propiedad del subsuelo permaneció inalterable en el transcurso de los años y ese mismo decreto estuvo en vigor en 1865, por lo que el 6 de julio de ese año el emperador Maximiliano de Habsburgo dictó un decreto que reglamentaba la explotación de las sustancias que no eran metales preciosos. En él se establecía que nadie podría explotar las minas o el petróleo sin haber obtenido expresamente la concesión de las autoridades competentes y la aprobación del Ministerio de Fomento.
El Código de Minería o Ley de Minas, expedido el 22 de noviembre de 1884 por el presidente Manuel González, tiene una posición diferente a la que se ha comentado, por la aparición del liberalismo y el deseo de Porfirio Díaz –quien realmente gobernaba – para conquistar a las compañías norteamericanas e inglesas a fin de que se establecieran en nuestro país, y con ellas las inversiones extranjeras que apuntalaran su proyecto económico.
Este Código modifica de manera radical toda la legislación anterior, al asimilar la propiedad del subsuelo a la del suelo. Establecía que todo lo que se encontrara en el primero, incluyendo desde luego el petróleo, era de la exclusiva propiedad del dueño, quien sin necesidad de denuncia ni adjudicación especial lo podía explotar y aprovechar. Esto desde luego constituyó un verdadero crimen contra el patrimonio de nuestra patria.
Más tarde, el 4 de junio de 1892, Porfirio Díaz promulgó la Ley de Minería, que reafirmaba el principio de la propiedad del subsuelo como parte de la del suelo. Dos años después fue expedida la Ley sobre terrenos baldíos, misma que suprimió el límite fijado por las leyes anteriores para que los particulares pudieran adquirir tierras. Esta ley y la de colonización de 1893 fueron las que permitieron los acaparamientos de tierras que se operaron en la República mexicana y que vinieron a colocar al régimen de la propiedad territorial en situación semejante al de la propiedad Romana: la de la propiedad absoluta, que de ninguna manera puede ser afectada por el poder público.
Las exploraciones para obtener petróleo se empezaron a realizar desde el año de 1869. Sus resultados fueron negativos. Fue hasta fines del siglo XIX cuando se fundaron varias empresas con el interés de explotar el petróleo mexicano. E Igual que en los casos anteriores los trabajos de exploración fracasaron rotundamente. Por ello los técnicos de prestigio internacional y algunos mexicanos de reputación cimentada afirmaron que nuestro país no tenía mantos petroleros.
A pesar de los pronósticos dos hombres prácticos llevaron a cabo diversos trabajos de exploración que finalmente se vieron coronados con el éxito. Estos fueron Weetman Pearson, inglés y el estadounidense Edward L. Doheney.
En los primeros tiempos de las exploraciones petroleras, tanto el grupo inglés, como el norteamericano intervinieron en la política interior del País.
El grupo norteamericano vio con disgusto que el gobierno de Díaz daba mayores facilidades al grupo inglés. Entonces Pearson, valiéndose de la influencia de que gozaba con el presidente de México logró la expedición de la Ley de 24 de diciembre de 1901.
Ésta, que fue la primera ley petrolera de Mexico, establecía que el propietario del suelo lo era también del subsuelo; que se podían explotar los terrenos nacionales, que el 7 por ciento de las utilidades eran para el gobierno federal y el 3 por ciento para el gobierno del estado donde se encontrara el petróleo.
Durante el gobierno de Francisco I Madero se establece el primer impuesto a la industria petrolera y se dieron los pasos iniciales a fin de reglamentar su funcionamiento. El grupo de petroleros ingleses que estaban disgustados con el Presidente Madero, apoyaron a Victoriano Huerta en forma activa, otorgándole una amplia ayuda económica.
Pearson ayudó a Huerta mediante la compra de bonos de empréstito. El 13 de febrero de 1913 se recibió en Washington la noticia de que el presidente Madero había sido hecho prisionero por Huerta. En una entrevista que dio el señor Huntington, subsecretario del departamento de Estado y protector de Wilson al New York World y que apareció publicada el 21 de febrero de ese año, manifestó que:
El embajador Lane Wilson quería únicamente la paz; que el Departamento de Estado nunca había sido muy entusiasta por Madero, y que el modo como esa paz era obtenida no era cosa que concerniera a Estados Unidos. Para terminar añadió que los actos del embajador contaban con la aprobación del Departamento de Estado.
La acción de Madero en relación al establecimiento de impuestos a la industria petrolera fue, como todos sabemos, interrumpida por su asesinato.
La Ley Reglamentaria del artículo 27 Constitucional se expidió hasta 1925 por el presidente Plutarco Elías Calles, después de evitar una intervención de los Estados Unidos con el objetivo de que no se publicara.
En base a esta ley se realizó en 1938 la Expropiación Petrolera por Lázaro Cárdenas.
La propiedad del subsuelo, no se ha modificado desde la expedición de la Constitución de 1917, continúa siendo de la Nación. Venustiano Carranza ofreció defender a la Carta Magna, en especial el artículo 27, con su vida, y así lo hizo.
La política de las compañías petroleras continuó siendo la forma de obtener privilegios en nuestro país y llegaron a cometer, en grado de culpable intelectual, el asesinato de Venustiano Carranza.
El asesinato de Venustiano Carranza
Aún cuando Madero solo pensaba en la democracia, en el sufragio efectivo y en la no reelección, con el paso del tiempo se fueron incorporando al espíritu de la Revolución los derechos sociales de los obreros y campesinos. Fue la razón para que los diputados constituyentes los plasmaran en la Carta Magna.
Dentro de esos derechos estaba el sentido social de la propiedad, así como la reivindicación del subsuelo para la Nación, conceptos que dieron fuerza a los gobiernos revolucionarios. De ahí que Estados Unidos organizara varias intentonas diseñadas con la intención de derrocar a los gobiernos mexicanos, que habían puesto en práctica las ideas sobre la posesión del petróleo, energético cedido por Porfirio Díaz cuando éste entregó a los dueños del suelo la propiedad del subsuelo en la Ley de Minas y el Código de Minería.
Tlaxcalantongo
Cuando el gobierno de Carranza trató de obligar a todas las compañías petroleras a cumplir con las leyes, y pagar impuestos, los ingleses y los norteamericanos se unieron contra su gobierno. Desde que Carranza desconoció a Victoriano Huerta y se le nombró presidente de México fue considerado por el gobierno norteamericano como un funcionario de “facto”y así fue reconocido el 19 de octubre de 1915. Y dos años después el 31 de de agosto de 1917 se le reconoció como gobierno de derecho, de “jure”.
En 1916 cuando se discutía en el Congreso Constituyente de Querétaro el artículo 27, se recibió un comunicado de Estados Unidos en el que se establecía que en caso de que el texto propuesto fuera aprobado, inmediatamente la armada americana invadiría México. Los diputados puestos de pie contestaron que se aprobaría a pesar de las amenazas. Y se aprobó así.
Diversos órganos de la prensa norteamericana desataron una andanada de ataques contra nuestro país, como por ejemplo; de trogloditas que no respetaban las garantías consagradas por el derecho internacional. Aparecíamos así robando bienes legítimamente adquiridos y, por el contrario, las compañías petroleras se mostraban animadas con un espíritu civilizador.
Cuando el Gobierno Constitucionalista estaba consolidado, el ministro de Hacienda, Luis Cabrera, estableció el 13, de abril de 1917 un impuesto de producción que debería ser pagado en timbres.
Mientras no se promulgara la Ley Reglamentaria del artículo 27 constitucional, éste no podría tener efectividad. Así que el 26 de abril de ese año Alberto J. Páni, Secretario de Industria, Comercio y Trabajo mandó una circular a las compañías petroleras para que expresaran sus observaciones, pero no tuvo aceptación, por lo que la reglamentación del petróleo se realizó hasta 1925, época en que el presidente Plutarco Elías Calles promulgó la Ley del Petróleo, y por ello tuvo que enfrentarse a graves presiones internacionales. Esta Ley y por supuesto la Constitución fue el fundamento que sirvió para que en 1938 se realizara la Expropiación Petrolera.
Las compañías petroleras estimaron atentatoria la intervención del gobierno en sus asuntos. Todo el año de 1919 significó una lucha constante entre el gobierno de México que defendía el derecho nacional al subsuelo y las empresas petroleras que a toda costa trataban de que sus intereses se salvaguardaran.
En el año de 1919 el Comité de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano, realizó una investigación encaminada a encontrar defectos, errores y hasta omisiones delictivas en el trato del presidente Wilson hacia la Revolución mexicana. Los investigadores del Senado hicieron hincapié en que desde el momento en que el presidente Wilson reconoció al gobierno de Carranza las humillaciones a las personas y a los intereses estadounidenses aumentaron en número y en esencia de tal manera que para ellos resultaba un desacierto evidente de Wilson haber reconocido a Venustiano Carranza.
El Senado pidió al presidente norteamericano que como principio de su política, retirase el reconocimiento al gobierno de Carranza. Mientras tanto continuaba la actitud hostil de las compañías petroleras hacia México y cuando los Estados Unidos entraron a la Primera Guerra Mundial pidieron a Wilson la ocupación de la Huasteca petrolera, a lo cual afortunadamente se negó.
Como resultado de esta tensión a fines de 1919 el embajador de los Estados Unidos, Fletcher, abandonó México y quedó como encargado de negocios George T. Summerlin. El motivo: la política carrancista denominada por él, confiscatoria.
En las postrimerías del régimen del presidente Carranza las relaciones de México y Estados Unidos habían llegado casi a un punto de ruptura, debido a las diferencias por la política petrolera, así que cuando nuestro gobierno trató de obligar a todas las compañías a cumplir con las leyes y pagar los impuestos, lo mismo ingleses que norteamericanos se unieron contra Venustiano Carranza.
Para combatirlo contrataron a un mercenario llamado Manuel Peláez quien se había levantado en armas contra el PrimerJefe el 10 de noviembre de 1914, precisamente en la zona petrolera, en el norte y sur de Veracruz.
Era del dominio público que Peláez pagaba a sus tropas conocidas como “guardias blancas”, con el dinero que le daban las compañías petroleras y que éstas prácticamente constituían una fuerza que sustraía a los petroleros extranjeros del control político y administrativo del gobierno mexicano.
Manuel Peláez controló buena parte de la zona petrolera y durante cerca de seis años estuvo al servicio de las empresas que explotaban el “oro” negro.
En mayo de 1920, después de la muerte de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo se rindió ante el triunfo del Plan de Agua Prieta.
Para las elecciones presidenciales de 1919 se presentaron como contendientes el general Álvaro Obregón, y el también general Pablo González Obregón. Parecía pues, que la sucesión se desarrollaría entre los dos jefes militares, empero posteriormente surgió la candidatura del ingeniero Ignacio Bonilla a quien el pueblo llamaba “flor de té”, porque nadie sabe de dónde vino y a donde fue” apoyado por el Partido Liberal Independiente.
Carranza nunca pensó en reelegirse ni que su sucesor gobernara con él.
Pero había sido un gobernante civil y se había trazado un vastísimo plan de reconstrucción de México y, por ende, deseaba que el próximo presidente continuara su obra, apoyado solo en la Constitución.
Al confundir su ideal con los hechos, apoyó para la sucesión al ingeniero Bonilla, el ejército, absolutamente todo, protestó contra semejante idea; le retiró la confianza y apoyo.
Así se proclama el 23 de abril por el general Plutarco Elías Calles el Plan de Agua Prieta en Sonora.
Se desconocía a Venustiano Carranza como presidente y le atribuyen el cargo de jefe supremo a Adolfo de la Huerta y señalan que al ocupar la capital del país se nombrará presidente provisional, que convocará a elecciones.
En los últimos días de abril de 1920 la azarosa situación prevaleciente debido a las continuas defecciones de jefes militares, obligaba al presidente Carranza a permanecer en Palacio Nacional día y noche.
Cuando el presidente vio que la situación política y militar se agravaba mandó llamar a México al general Francisco Murguía quien tenía su cuartel general en Tampico. Desafortunadamente este se presentó solo con una reducida escolta.
La mañana del día 7 de mayo, Carranza y su ayudante Ignacio Suárez salieron de su residencia en Lerma 35 (ahora museo de Carranza) y se dirigieron hacia la estación Colonia donde abordarían el tren presidencial con gran parte del gabinete.
El día 13 al mediodía los primeros trenes se movieron hasta un kilómetro antes de llegar a la estación Aljibes en el estado de Puebla. Ahí apareció el enemigo cargando impetuosamente sobre las fuerzas leales.
Poco tiempo después, densas polvaredas anunciaban que el enemigo se acercaba rápidamente y en número abrumador. El desconcierto era espantoso, la confusión reinaba por todas partes y con ella el pánico y la hecatombe. Ante lo irremediable decidieron salvar al presidente; fueron por él al tren presidencial, donde sentado en uno de los sillones, Carranza impertérrito, observaba el inusitado desorden y el pánico que reinaba. Después de mucha insistencia accedió a bajar.
Tuvieron que caminar mucho y superar obstáculos, el día 20 de Mayo hicieron un alto en Patla en donde esperaron una comitiva que venía retrasada. Mientras tanto, los generales Urquizo y Murguía desde lo alto de la montaña vieron a un grupo de gente armada, que luego supieron pertenecía a las fuerzas de Rodolfo Herrera, que estaba en las nóminas de Manuel Peláez o lo que era lo mismo, de las Guardias Blancas.
Al alcanzar al general Mariel, Herrero lo abrazó con lágrimas en los ojos, diciéndole que era la ocasión precisa para demostrarle su gratitud por los favores que le debía. Mariel creyendo sinceros los ofrecimientos de Herrero lo presentó a Carranza haciéndose responsable de él.
Herrero se unió a la comitiva para hacer compañía a Carranza y ayudarle a montar y desmontar.
Herrero continúo junto al presidente y sugirió que la caravana no se quedara en la Unión a pesar de que era un poblado con bastantes elementos, sino continuar rumbo a Tlaxcalantongo en donde les dijo estarían mejor pertrechados. Así Herrero se encargó de conducir a la Comitiva.
Cuando llegaron al pueblo mostraron al presidente un jacal que aparentemente era el más grande del poblado. Herrero dijo a Carranza, en el colmo del cinismo, “Ahora aquí será su Palacio Nacional”. El jacal era de cuatro por seis metros, con una sola puerta y ningún otro claro, con piso de tierra apisonada y estaba destinado a servir de juzgado. Así quedó alojado el presidente de la República.
Ya instalados alguien les fue a avisar que Rodolfo Herrero había tenido que irse porque recibió la noticia de que acababan de herir a su hermano. Esto les pareció sospechoso a los generales Urquizo, Murguía y Ugarte y fueron a ver a Carranza para participarle sus sospechas. Le expresaron los motivos que tenían para dudar de la lealtad de Herrero y le propusieron que reanudaran de inmediato la marcha. Se negó aduciendo que llovía, era de noche y no conocían el camino y adujo que como había dicho Miramón “Dios cuide de nosotros en estas 24 horas”.
Muy poco antes de las cuatro de la madrugada, en la parte posterior sonaron descargas de armas largas y ¡vivas! a Peláez y ¡mueras! a Carranza. Se alejaron del jacal y al acercarse a Carranza sus ayudantes y amigos vieron que el presidente había sido herido, lo que provocó su fallecimiento a las 4.30 de la madrugada. Minutos después irrumpieron en el jacal más o menos 15 hombres semidesnudos con todo el cuerpo lleno de lodo y encabezados por Rodolfo Herrero para robarse todo lo que encontraban. El mismo Herrero se posesionó de la guerrera del presidente y sustrajo de sus bolsillos todo lo que contenían. Después llegó otra turba encabezada por Herminio Márquez, quien por órdenes de su general obligó a todos a salir del jacal.
Al salir los ayudantes de Carranza se encontraron con Rodolfo Herrero que al verlos y ser reconocido, huyó a caballo del lugar.
Fue este el lamentable fin de un hombre consagrado al servicio de la patria.
Algunos de los seguidores de Carranza atribuyeron este asesinato al general Álvaro Obregón. Pero después de muchas investigaciones de historiadores se sustenta la conclusión que tal crimen fue inspirado y mandado ejecutar por representantes de los grandes intereses de las compañías petroleras. Esta aseveración se basa:
PRIMERO, en el hecho de que Herrero pertenecía desde hacía tres años a las fuerzas que capitaneaba en la Huazteca veracruzana el general Manuel Peláez, de quien se dijo y demostró que recibía fuerte ayuda en alimentos, armas y parque de las compañías petroleras;
SEGUNDO, en la repercusión del crimen en los Estados Unidos que fue de grandes dimensiones.
Y TERCERO, en la sistemática oposición a la política de Carranza ejecutada por los grandes imperialistas del petróleo encabezados por Fall, Kellogg, y otros más que no podían consentir que México saliera avante con las conquistas de la Constitución de 1917, y trataron a toda costa y por todos los medios, incluida la intervención de 1914 y 1916, y lo hubieran hecho en 1927 si Calles no lo impide.
Y CUARTO, la declaración que hizo en la máxima tribuna de los Estados Unidos el senador Ladd, quien expresó en parte de su discurso lo siguiente:
“Hay evidencia que demuestra que el general Peláez estaba de acuerdo con algunas compañías norteamericanas que deseaban la intervención, puesto que regularmente le pagaban miles de dólares mensuales para su protección, lo que ellos mismos han declarado, y con el consentimiento del Departo de Estado de Estados Unidos, ciertamente estos eran los únicos elementos que se beneficiarían con la muerte de Carranza.”
Venustiano Carranza después de su protesta para respetar la nueva Constitución, dijo a un grupo de diputados constituyentes socialistas:
“El proyecto que yo les presenté, tenía necesariamente que ser moderado, tanto por corresponder a mi personal carácter de encargado del Poder Ejecutivo de la Nación cuanto para evitar que se dijera que ustedes habían venido a firmar y a aplaudir ideas que no eran suyas. Las adiciones al Plan de Guadalupe, mi discurso de Hermosillo y muchos de mis conocidos antecedentes, deben recordarles que soy tan radical y tan revolucionario como ustedes; pero así podrá verse que dentro del marco moderado que yo presenté como proyecto de Constitución, fue la Revolución misma, representada por todos ustedes, la qué convirtió en leyes los anhelos del pueblo mexicano.
Las reformas implantadas por ustedes van a afectar grandes intereses creados, tanto en nuestro país como en el extranjero, y en estos momentos en que el problema militar es todavía serio, pueden constituir una barrera para los rebeldes.
“De todas maneras yo cumpliré y haré cumplir esta Constitución, AÚN A COSTA DE MI VIDA.”
Y lo cumplió, la defensa del artículo 27 le costó la vida.
En esta fotografía con los legisladores de Michoacán, mi padre José Álvarez y Álvarez de la Cadena parado junto a la columna.
También la delegación de diputados constituyentes de Puebla. Froylan C. Manjarrez segundo de derecha a izquierda, sentado en la primera fila.
Bibliografía:
Alberto Morales Jiménez. Hombres de la Revolución Mexicana, 50 semblantes biográficos.
José Álvarez y Álvarez de la Cadena. Justicia Social Anhelo de México. Senado de la República, CRUMAN y BUAP.
José Álvarez y Álvarez de la Cadena. Memorias de un Constituyente, Instituto Mora.
Jesús Carranza Castro origen, destino y legado de Carranza.
Secretaría de la Defensa Nacional. Plan de Guadalupe, homenaje al ejército mexicano, cincuentenario.
Jesús Silva Herzog. Trayectoria Ideológica de la Revolución Mexicana.
Gobierno de Mexico. Recopilación de documentos oficiales del conflicto de orden económico de la industria petrolera.
Emilio Portes Gil. Autobiografía de la Revolución Mexicana, un tratado de interpretación histórica.
Manola Álvarez Sepúlveda, entrevista a Emilio Portes Gil el 17 de mayo de 1964. Cuernavaca, Morelos.
Blas Urrea. La herencia de Carranza.
Venustiano Carranza se tomó la fotografía oficial con los diputados constituyentes agrupados por delegaciones de cada estado.