El legado de Alejandro C Manjarrez
Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.
El pasado está escrito en la memoria
y el futuro está presente en el deseo.
Carlos Fuentes
El tema Aristegui está y permanecerá en la gran nube durante décadas. Ello gracias a la jalada de cobija que la periodista dio al sistema político mexicano, trabajo que sin duda servirá para muchas historias, todas en perjuicio del actual presidente de México y, obvio, de su grupo cercano.
¿Y qué diablos fue lo que pasó?
La respuesta es simple: el grupo en el poder metió la pata al suponer que la sociedad era ajena a su heterodoxia en el manejo de la cosa pública. Ellos y nadie más alteraron su propio proyecto lesionando a Enrique Peña Nieto, el político que, supongo, llegó al máximo cargo del país decidido a trascender como el presidente mejor posicionado del siglo que corre.
Otra de las razones para el llamémosle exceso de confianza, la encontramos en la actitud de los asesores de Palacio Nacional. Simplemente cerraron sus entendederas a lo dicho por Carlos Fuentes Macías, palabras que siguen vigentes taladrando la línea de flotación de la nave peñista.
El principio es la mitad del todo
El lector recordará lo sucedido en la Feria Internacional de Libro (FIL) que cada año se celebra en Guadalajara. Allá fue Peña impulsado por alguno de sus asesores, probablemente el más chambón dado que metió a su jefe o amigo al espacio exclusivo para escritores de oficio y por ende cultos por necesidad. Llegó Enrique a ese lugar con el libro que había escrito o dirigido pensando en su plan de gobierno. Le entusiasmó la posibilidad difusora del escenario, pero tanto él como su consejero pasaron por alto que aquello era la caja de resonancia del periodismo cultural conformado por hombres y mujeres cuya misión es encontrar algo o a quien les dé la nota buena o mala, el hecho periodístico que sirva de argumento para el reportaje o crónica que por “ruidosa” reverbere en el mundo influido por Cervantes y Shakespeare, principalmente.
De ahí que lo dicho por Enrique Peña Nieto en la FIL sorprendiera a los lectores de El País, el periódico de habla hispana más influyente, público que esperaba algo distinto al relato que generó el político mexicano. Y que después el mundo literario replicara y repercutiera sorprendido el tropezón semántico-cultural que había puesto a Peña en los anales del ridículo, digamos que espontáneo, ingenuo.
Aparte del impacto mediático internacional provocado por tal dislate (la revoltura entre autores y sus obras), el desconocimiento manifiesto enojó a varios intelectuales mexicanos, unos sin pelos en la lengua y otros con el esparadrapo fabricado en la tesorería del “ogro filantrópico”; éstos últimos ceñidos al rumor aquí-entre-nos que suele atenuar la frustración derivada del pago por cuartilla laudatoria.
La reacción más fuerte fue sin duda la de Carlos Fuentes Macías, uno de los grandes de la literatura universal. Molesto por el descuido, olvido o desapego literario de Peña Nieto, Fuentes dijo a CNN en Español, que el entonces precandidato del PRI podría o no haberlo leído pero no tenía derecho "a ser presidente de México a partir de la ignorancia". A ese su mandoble semántico, Carlos agregó las siguientes palabras, demoledoras por provenir de quien en el mundo tuvo (y tiene) un extraordinario prestigio cultural:
"Yo no pido que sepan quién es Platón o que hayan leído la Suma teológica de Santo Tomás. Quiero que (los candidatos) sean inteligentes, que entiendan la realidad del país, que entiendan lo que está pasando, que entiendan al mundo".
Además de este primer torpedo verbal a la línea de flotación de la nave priista, la opinión del literato hizo las veces del detonador de la bomba político-cultural que dio pie para que los detractores del candidato primero y después Presidente, se regodearan con el dicho de Fuentes, quien —consciente o de manera casual, vaya usted a saber— abrió las puertas de la crítica que envalentonó a los adversarios del PRI, además, claro, de entusiasmar a los periodistas, en especial a los ideologizados y a los anti priistas.
Empezó así la metralla contra Peña Nieto. La prensa sacó a relucir el apoyo que Televisa le brindó publicándose lo que ya sabíamos: que el consorcio lo había adoptado para impulsarlo hasta el cargo que hoy ocupa. Ello dio vigencia a lo escrito por este columnista en mayo de 2012 (Pacto Televisa-Peña Nieto); a saber:
… Televisa escogió a Enrique Peña Nieto, como el único prospecto presidencial con el carisma y la imagen que, según sus expertos, garantizaban lo que vieron como una excelente inversión...
La estrategia se conoció en el año 2004 cuando los ejecutivos del consorcio que maneja Emilio Azcárraga, acordaron impulsar al hoy candidato del PRI a la Presidencia de México.
(Me baso) en lo que enseñaron, declararon y (escucharon) medio centenar de jóvenes (en las voces de) Alejandro Soberón, René Asizz, Luis de Llano Macedo y Pedro Torres, todos relacionados con la televisora y además conferencistas del diplomado ‘Entretenimiento y Sociedad’, curso que, paradójicamente, se impartió en la Ibero, plantel Santa Fe.
(Beneficio de la duda: como dijo Jacobo Zabludovsky, podría ser que Televisa no ponga presidentes. Es probable. Sin embargo, sabemos que sin su apoyo difícilmente se llega al máximo cargo de México. Ahí está Andrés Manuel López Obrador).
En esas sesiones, el representante del CIE —organismo filial de Televisa y por ende relacionado con Ocesa— habló del proyecto político arropado por la televisora, mismo que consistía primero en hacer gobernador a Enrique Peña Nieto —en aquellos entonces era candidato del PRI al gobierno del Estado de México—, y después llevarlo hasta donde hoy se encuentra…
Dije “paradójicamente“ con la intención de destacar lo que semanas después ocurrió en la Ibero donde Peña recibió el abucheo estudiantil, respuesta que enmarcó otro de los errores auspiciados por otro de los miembros de su “tanque de cerebros”.
Chueco o derecho, al final de cuentas Enrique Peña Nieto llegó a Los Pinos. Lo hizo poco después de que Carlos Fuentes, su principal e influyente detractor intelectual, pasara a otra dimensión. Digamos que la diosa fortuna empezó a sonreírle y que, además, le acarició el ego debido a la idea —digamos que genial— que recompuso su imagen pública. Ocurrió cuando su equipo encontró cómo desfacer el…
Entuerto político
Jesús Reyes Heroles, ideólogo del PRI, dijo que “en un país democrático, si las realidades cambian, cambia el derecho; pero también, mediante el derecho, se cambian las realidades”. Tal vez lo leyó el priista que tuvo la visión de concebir el Pacto por México, seguro de que los partidos de enfrente se prestarían a colaborar en el proyecto de avanzada, programa político–financiero que colocó al Presidente en los mejores espacios de la opinión internacional. Con esta carta inició la etapa de concertaciones y negociaciones apoyadas en la irrebatible idea de buscar un mejor el futuro para el país.
Papachos, sonrisas, abrazos, promesas, cesiones, beneficios económicos y concesiones enmarcaron los meses previos a la Reforma Energética. Lo curioso —que por cierto también pudo haber sido planeado por algún cerebro políticamente perverso— apareció después de la firma: la izquierda perredista se dividió y la derecha panista se desbocó, circunstancias que desprestigiaron a sus mandos. Unos a otros se sacaron los trapitos al sol. El moche, las componendas, las gratitudes gubernamentales y las corruptelas que endilgaron a las dirigencias de los partidos de oposición, revitalizaron al gobierno y al mismo tiempo desacreditaron a la clase política mexicana. Entre ese barullo y el exceso de dimes y diretes, la Revolución transitó sobre rieles hasta que…
México abrió los ojos
Durante la campaña presidencial ocurrió un hecho que nos mostró a un Peña Nieto con carácter y además decidido a establecer una relación cercana a sus gobernados. Lo publicó la Agencia Apro el 9 de mayo de 2012. Helo aquí, editado desde luego:
El capitán Gustavo Cuevas Gutiérrez, encargado de la seguridad del candidato, aventó a una de las tantas mujeres que querían acercarse con la intención de besar a Peña Nieto (para lograr su objetivo, la dama en cuestión tuvo que romper el cerco de seguridad). “¡Chingada madre! ¡Estamos en campaña!, ¿no te has dado cuenta?”, gritó Peña al militar. Eran los tiempos en que el candidato tenía que mostrarse preocupado por el pueblo que habría de gobernar. Aquella espontaneidad de Peña le atrajo el respeto (o temor) de sus subordinados, personal entrenado para saber leer las señales de su custodiado, especialmente los mensajes ocultos.
Una vez que Peña entró a Los Pinos, aparecieron los militares que no leyeron aquellas señales o que les valía un soberano cacahuate el prestigio del gobierno. A tal valemadrismo podría atribuírsele la operación militar que produjo el fusilamiento de civiles en Tlatlaya, Estado de México, y también la complacencia cómplice del gobierno de Eruviel Ávila Villegas cuyo Procurador manipuló la ley con el deseo de ocultar el crimen de los militares: en la intentona de engañar a la sociedad, se llevaron entre las patas el prestigio del jefe máximo de las fuerzas armadas, o sea el Presidente de México, ni más ni menos, y ex gobernador de la entidad donde ocurrió el fusilamiento.
En esas estaba el país cuando la sociedad se enteró de la tragedia que asombró al mundo. Me refiero al crimen y desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, asesinato tumultuario intelectualmente perpetrado por el matrimonio Abarca, caciques del municipio de Iguala. El gobierno federal tardó en reaccionar, demora que afectó la imagen del Primer Mandatario. Como diría el clásico de Televisa: sin querer queriendo propiciaron el regodeo de la prensa internacional que estaba descontrolada ante tantos cebollazos publicados en la sección comercial de revistas de importante membrete cosmopolita. ¿Se acuerdan del Saving México?
El descarrilamiento
Imagino que en el cuarto de guerra de Los Pinos existía el afán por encontrar soluciones que ayudaran a restañar las desportilladas a la imagen del Presidente. Ay la llevaban pues. La sonrisa de los secretarios correspondían a la paz espiritual de su Jefe. Todo marchaba más o menos bien debido a que el tren de la Revolución iba sobre rieles.
En esos días de amabilidad y optimismo, el ambiente oficial fue sacudido por el reportaje-investigación que publicó el equipo de trabajo de Carmen Aristegui Flores: se hizo pública la extraña, inoportuna, heterodoxa o corrupta, usted dirá, operación inmobiliaria denominada “Casa Blanca”.
¡Otra jalada de cobija! Esta vez más violenta porque destapó los asuntos de familia combinados con los asuntos del Estado.
Lo publicado por la periodista obligó al gobierno a responder e ipso facto canceló el contrato del tren México-Querétaro, concesión otorgada a los chinos en sociedad con Juan Armando Hinojosa Cantú, el amigo constructor del Presidente de México y, como se ha publicado hasta el hartazgo, benefactor financiero de Luis Videgaray, su secretario de Hacienda. El efecto de la revelación llegó hasta China donde, valga la alegoría, los dragones se asustaron con el coletazo del dinosaurio mexicano.
Mientras el mandatario se reponía del coraje en las lejanas tierras orientales, su gente buscaba cómo aminorar los daños. Fue cuando —supongo— apareció la idea de aprovechar la imagen artística de Angélica Rivera, esposa de Enrique Peña Nieto. Empero, la estrategia resultó mediáticamente desfavorable debido a la incredulidad de una sociedad curada de espanto… y de telenovelas. “La Gaviota” se enojó trasmitiéndonos ese su coraje.
A esas alturas empezaron a percibirse los vapores del odio hacia Carmen Aristegui. En las entrañas del gobierno, ella pudo haber sido la peor de las calamidades. Esto porque diferentes medios de información internacionales reprodujeron el reportaje que lanzó al aire. Hubo analistas extranjeros que se dieron vuelo con lo que consideraron el excelente trabajo periodístico que mostró otra de las variables de la corrupción institucionalizada que se le achaca al Estado mexicano, en este caso enmarcada con el eufemismo “conflicto de intereses”.
Una vez más en México se manifestaba la prensa crítica que añoró Daniel Cosío Villegas, evocación sustentada en que en aquel tiempo los periódicos eran apenas “armadores de noticias”, simples empresas mercantiles. Y la mística del oficio de periodista se vigorizó gracias, precisamente, a la voz informativa de Aristegui convertida ya en, lo intuyo, el enemigo público número uno de los beneficiarios del poder político.
Periodismo vs corrupción
Carmen Aristegui es una de los profesionales —quizá la más destacada— que actualizaron el periodismo libre y honesto. Su trabajo alteró el sueño guajiro de quienes ostentan o detentan el poder. Los puso nerviosos debido a que corrió el telón del teatro republicano para que la sociedad comprobara que no todos los servidores públicos actúan con honestidad y ética. Su investigación sorprendió hasta los políticos comúnmente ajenos a escuchar lo que se dice fuera de su entorno. Y su trabajo actualizó el oficio periodístico ejercido por, verbigracia, los tundemáquinas Julio Scherer García, Manuel Buendía Téllez Girón y Miguel Ángel Granados Chapa.
El problema para México, para la periodista y para la sociedad, es que los hombres del Presidente —incluido él mismo— no quisieron entender que, aunque amarga y a veces dolorosa —parafraseo a Cosío Villegas—, es importante la crítica severa, honrada, cuidadosa; que las cosas buenas están bien; que las malas haya que remediarlas; que es más honrado y más útil saber con lo que se cuenta antes de jactarse de lo que se posee.
Por esa cerrazón o ausencia de criterio se puso a funcionar el recurso menos apropiado para cualquier gobierno que presuma de abierto, plural y democrático: la censura a través de la cooptación del medio o replicando las presiones que, por ejemplo, llevaron a cabo la gente de Felipe Calderón, entonces ofendidos con Aristegui por el descubrimiento del supuesto alcoholismo presidencial. Esta remembranza sobre la reacción calderonista representada por sus colaboradores, me lleva a otra pregunta:
¿MVS volvió a recibir la orden del poder, o los directivos de la empresa decidieron de motu proprio quedar bien con el poder?
Sea cual fuere la respuesta, el affaire dejó muy mal parado a Peña Nieto. Esto porque si operaron las influencias de sus subordinados, en especial los afines a la trayectoria empresarial del grupo radiofónico, tal acción perjudicó al gobierno y desde luego al Presidente de México. Si fue al revés como presumen, entonces los empresarios “amigos del gobierno” dañaron la imagen presidencial al aventar su boñiga legaloide a la libertad de prensa, deyección que salpicó y puso en entredicho la honestidad del mandatario y sus empleados.
¿De dónde el odio jarocho ya sea de los emprendedores de la radio o de quien los controla valiéndose del dinero que representa la concesión y lo que de ella se deriva?
Sabemos la respuesta pero, como dicen los abogados, habrá que esperar a que las pruebas circunstanciales adquieran valor judicial; estar atentos a que por ahí aparezcan las razones o los aviesos intereses que guían el proceder de los censores.
Manipuladores u operadores
A los dislates burocrático-empresariales que afectaron la imagen de Enrique Peña Nieto, se agregaron los efectos de la caída del precio del petróleo y la inestabilidad financiera que alcanzó a la estructura hacendaria nacional. La combinación de esto con aquello opera como un lastre que, permítaseme la metáfora, impide el despegue del globo aerostático sobre el cual va la reputación del primer mandatario de la nación. Lo peor es que semejante rémora se ha incrementado con la chambonería de los amigos del presidente, concesionarios unos, subordinados otros y los menos recipiendarios del poder.
Bien lo dijo el entonces presidente John F. Kennedy fusilándose la frase de Andrew Carnegie, otrora rey del acero en Estados Unidos, además de buen filántropo: “Un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar a gente más inteligente que él”.
Con el respeto a la memoria y tamaño de los personajes referidos, yo le agregaría que también debe ser tan suspicaz como precavido para evitar que se lo lleven al baile quienes, además de inteligentes, suelen actuar como padrotes del poder.
Leer cuentos y novelas, escribió Jorge Volpi (Leer la mente, el cerebro y el arte de la ficción, Ed Alfaguara), “nos hace por fuerza mejores personas”. Es probable que el escritor estuviera pensando en los políticos que no leen mas que sus estados de cuenta. O quizá que se haya inspirado en los gobernantes esclavos del teleprompter y también en los que por su buena memoria, cual pericos repiten los escrito las tarjetas-resúmenes de sus asesores dándole la razón a Einstein: “La memoria es la inteligencia de los tontos”, dijo el genio.
México injusto
Inicié esta reflexión con la cita de Carlos Fuentes, el mexicano entonces impactado por lo que ocurrió en la FIL de Guadalajara. Él sabía que su opinión no iba a modificar el resultado electoral; sin embargo, la vertió con el ánimo de alertar y exhortar a ser mejor a quien habría de gobernarnos. Puede ser.
Lo seguro es que no hay ley que obligue a los periodistas a ser éticos (Carmen lo es). Como tampoco existe norma que fuerce a los servidores públicos a ser honestos y de paso cultos. Simplemente se es o no ético como se puede ser o no honesto y culturalmente capaz. El oficio de los periodistas consiste en interpretar el sentir de la sociedad preocupada por la honestidad del gobernante: denunciar a los malos, que son pocos, para proteger a los buenos, que son muchos.
Por ello la libertad de prensa incomoda y molesta a quienes manejan el poder con intenciones personales. “Los únicos negocios que a los políticos o funcionarios nos deben interesar —decía Reyes Heroles— son los negocios públicos. Los negociantes que se ocupen de los negocios privados”.
Si quienes gobiernan siguieran la máxima del paradigma del PRI, no tendrían de qué preocuparse por lo que publican los periodistas ni la necesidad de armar estrategias para que los medios de comunicación privados se conviertan en operadores del Presidente. Los panegiristas son uno de los reflejos del México injusto que dejamos atrás hace muchos años, tiempos en que los presidentes veían su efigie en el espejo negro de Tezcatlipoca.