Puebla, el rostro olvidado (Piña y los empresarios)

Réplica y Contrarréplica
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Su valemadrismo atentó contra el carácter y la forma de ser de la sociedad poblana...

Volviendo al sexenio piñaolayista, meses después de la cena amarga, ocurrió otra en el mismo hogar y con las mismas personas, además de otros invitados. En esa ocasión, el desaire de los asistentes hacia el gobernador y su esposa avergonzó a los anfitriones, sobre todo al final del ágape.

En la despedida se llevó a cabo un penoso diálogo entre Piña Olaya y la aguerrida esposa de uno de los asistentes. Antes de retirarse, el gobernador acudió a la mesa donde se encontraban aislados, por su propia iniciativa, la mayoría de los comensales. Cuando se dirigió a la dama en cuestión (Blanca Bretón de Ponce de León), le dijo más o menos lo siguiente:

—Usted y yo nos conocemos desde hace largo rato.

—Pues qué raro —contestó la señora—, porque para mí usted es un perfecto desconocido.

—Yo la conozco —insistió Piña Olaya—. Tengo fotografías en las que usted está despanzurrando ánforas.

—Yo nunca he despanzurrado las ánforas que usted mandó preñadas —reviró molesta la mujer—. Si dice que tiene fotos, muéstrelas o quedará como un gobernador mentiroso.

La insistencia de Piña en romper las tradiciones sociales y dar un toque de chunga a sus relaciones personales dio origen a este tipo de agresiones y a otras aparecidas en la prensa nacional y local. Una de ellas, sin duda, impresionó al sector patronal de Puebla en aquella primera cena en casa de los Hess. Su desenfado y —permítaseme la expresión— su valemadrismo atentó contra el carácter y la forma de ser de la sociedad poblana. Sus preferencias hacia cierto grupo empresarial, cuyo éxito económico para una élite ha sido insoportable, podrían ser otra de las causas de la animadversión en su contra. No es arriesgado asegurar que solo conquistó a una media docena de importantes hombres de empresa, cuyo carácter pudo adaptarse a la mentalidad social y política del mandatario poblano. Entre ellos están Salvador Cué Silva (a quien hizo su secretario de Economía) y Carlos Grajales Salas (su invento, diputado local y federal, y senador suplente). Según la vox populi, estos personajes hicieron muy buenos negocios gracias al hombre de Champusco.

Recordemos que en 1973, y ante el fracaso de Gonzalo Bautista O’Farril (el gobernador a la medida de los empresarios), el poderoso grupo económico de Puebla sufrió un espasmo: su ánimo rijoso y la seguridad propiciados por el entusiasmo y el arrebato arzobispal de Octaviano Márquez y Toriz quedaron en hibernación, esperando mejores tiempos para volver a la escena política. Fue en la campaña presidencial de José López Portillo cuando ocurrió el despertar de varios jóvenes, representantes de la nueva generación empresarial de Puebla: a Gerardo Pellico Agüeros le tocó el privilegio de quitar la sordina a la expresión patronal y empujar a sus congéneres hacia una moderna y agresiva retórica.

Ya en el mandato de Miguel de la Madrid, reapareció en la mayoría de los discursos patronales el enmohecido aire parroquial. La confianza manifestada por esta nueva generación hizo a un lado los tabúes impuestos por la costumbre y fue entonces cuando surgió con una gran naturalidad la virulencia contra los gobiernos local y federal. Volvimos a percibir aquella unidad que provocara en los ricos la promulgación de la Ley del Salario Mínimo (1920); asimismo, renació la confianza surgida después del éxito obtenido ante la derogación de la ley referida y de otras (como el reparto agrario) que “atentaban contra la empresa y la propiedad privada” (valga recordar que en esa época Venustiano Carranza era presidente de México; probablemente su origen burgués lo sensibilizó para pedirle al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación un trato preferencial para los poblanos quejosos).

A fin de ejemplificar la tónica (agresiva para unos e ingrata para otros) de la nueva generación de empresarios, me permito comentar dos encuentros por lo demás ilustrativos:

—José Manuel Rodoreda se vio involucrado en una de las bromas de Piña Olaya. Este arribó a la inauguración de unas oficinas bursátiles repitiendo la palabra “huelga” mientras saludaba a los dirigentes de la Cámara de Comercio, quienes días antes habían determinado suspender las actividades comerciales de sus afiliados. Rodoreda respondió de inmediato: “No fue una huelga (…) sino un paro en protesta contra su gobierno” (El Universal, 24 de noviembre de 1988).

—En la caña-reunión, verificada con el objeto de cambiar la directiva de la CANACO-Puebla, Eduardo García Suárez, a la sazón dirigente nacional, tuvo la ocurrencia de adoptar el papel de artillero verbal, saturando el ambiente con andanadas de críticas, reclamos e indirectas muy bien etiquetadas. Obviamente, el destinatario era Mariano Piña Olaya, quien prefirió retirarse antes de que sirvieran la cena. (A partir de ese momento, García Suárez sufrió el asedio del fisco y, por ende, varios descalabros. Los poblanos decían que era una represalia del gobierno, que había ordenado buscar demandas, denuncias y todo aquello que afectara a “El Pichón”).

En junio de 1999, uno y otro aparecieron juntos como buenos amigos. El vínculo: Francisco Labastida Ochoa.

Alejandro C. Manjarrez