Señores políticos, un ojo a sus equipos

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Pues pasó, que quizá dejó en manos de una runfla de vividores, mediocres y corruptos, el buen nombre de su administración, su buen nombre pues...

Si usted decidió incursionar en el sinuoso camino de la política, claro, para servir a la sociedad y no a usted y a sus amigos, debe leer esta modesta reflexión-consejo.

Cualquier empleado del Estado debe rodearse de otras personas para que lo asistan en la dura jornada laboral de un servidor público. Dice el que sabe, que los líderes necesitan conformar un equipo profesional, y por qué no, más capaz que el comandante del grupo.

Pero, -siempre hay un pero-, en ocasiones, los seres que se enfrentan al poder, del lado bueno de la historia, donde hay recursos, favores, risas, abrazos, apapachos y amor, ambiente en donde se acomoda a familia y amigos en las nóminas, se hacen negocios, se reciben moches, se abren las puertas de la prosperidad y la abundancia, ahí, algo sucede, que el funcionario de medio pelo, sobre todo el mediocre y chambón, enloquece súbitamente.

Este personal, si es descuidado por el patrón, quien confía en el buen actuar de su ejército, se convierte en su peor enemigo.

Veamos: el hoy guapo y rico funcionario, que ayer era un ser común y corriente, muta en un humano desagradable que se marea al subirse en un ladrillo. Se convierte en prepotente, autoritario, corrupto, déspota, y así trata a cualquier ciudadano que se acerca, o con esa mentalidad, según él o ella, decide “resolver” cualquier tema que solo incumbe a su jefe. Y, el receptor de las injusticias o malos tratos, no cree que el subordinado sea el malo de la trama, más bien, la deleznable acción es captada por el que recibe las groserías como una acción del gobernador, del presidente municipal, del secretario de estado, del legislador, o del político que usted prefiera.

Es importante, amigo político, que de vez en cuando, sin que se convierta en una delirante obsesión, espíe a sus subordinados, los califique, ponga a alguien que los supervise, y a otro alguien que supervise al que supervisa, esto con la finalidad de sacarlo inmediatamente de su burbuja de éxitos y acciones contundentes en beneficio del pueblo, y evite así que aquel hediondo gusano pudra a las rebosantes manzanas que son parte del triunfo de su gestión.

Si no hace eso, seguramente se preguntará en el futuro, o cuando termine su gestión, ¿qué hice?, ¿por qué no me quieren?, ¿por qué soy el peor calificado en las encuestas serias?, ¿dicen que solo robé y no hice nada?, ¿qué pasó?

Pues pasó, que quizá dejó en manos de una runfla de vividores, mediocres y corruptos, el buen nombre de su administración, su buen nombre pues.

Y a esos malosos: recuerden que todo se sabe, que sus nuevas amistades, son amigos del funcionario público, no de la persona. Le sonríen al que maneja los recursos, al que se mocha, al que los ayuda a incrementar su patrimonio. Después cuando la magia termine, se darán cuenta que esos que según usted son sus nuevos mejores amigos, no hacen más que hablar pestes de su persona. Así que mejor realice una gestión honorable y proteja a su jefe como si fuera usted mismo.

Ahora que si el jefe es corrupto, represor, autoritario, déspota, inepto, patán, cínico, y usted solo sigue su ejemplo, pues entonces, ¡un aplauso!, está en el camino correcto.

Esta reflexión-consejo no está dirigida a nadie en especial, es una buena acción para los políticos mexicanos. He conocido odios jarochos por el trato de un subordinado, donde el jefe ni la debía ni la temía. Ese profundo sentimiento se lo debe a quien creía su empleado capaz y leal.

Hasta la próxima

Miguel C. Manjarrez