“En la sesión pública solemne celebrada el jueves 8 de septiembre de 1988, en la cual se dio lectura al decreto que disponía se inscribiera en el salón de sesiones del honorable Congreso del Estado el nombre del profesor y embajador Gilberto Bosques Saldivar; como responsable de la iniciativa y presidenta del Congreso y en presencia del distinguido prócer de nuestra historia, a nombre de los diputados y de los poblanos, le di un mensaje de bienvenida”...
Manola Álvarez Sepúlveda
Entre otras cosas y en una primera parte dije:
Aún se oía el quejido sentimental de la patria ofendida por el comportamiento de algunos de sus hijos que adoptaron la bandera del invasor, cuando Gilberto Bosques vio la primera luz el 20 de julio de 1892.
La vida de este ilustre poblano se inició entre la luminosidad del talento de sus padres y la herencia patriótica de Antonio Bosques, su abuelo, que peleó en la guerra de tres años contra la intervención francesa y el Imperialismo de Maximiliano.
Aprendió las primeras letras escuchando la melodía que brotaba de la experiencia y el amor materno. Doña María de la Paz Saldivar le transmitió además de los valores morales y la reciedumbre que distingue a los hombres valerosos y verticales el respeto que merece el género humano.
Todavía era un Niño que empezaba a sacudir sus alas en el nido de las flores Mixtecas, cuando allá en el suelo que lo vio nacer, en Chiautla de Tapia, sus paisanos ocasionaron los primeros calosfríos al dictador Porfirio Díaz.
El gobierno inició entonces la persecución entre los insurrectos y puso en práctica el crimen como método para acallar las protestas de un pueblo oprimido, vejado y maltrecho.
Allá en esa tierra caliente con noche de obsidiana traslúcida, como el propio Bosques la define en su prosa histórica, los revolucionarios anónimos se encontraron cara a cara con la muerte, mostrándole al hombre tierno que ese paso final es una de las formas heroicas de consagrarse a la patria.
Quizá ese vigoroso ejemplo, o tal vez la herencia genética o la educación familiar que recibió en “el paisaje seco, duro, áspero, solemne y grande”, pudieran ser la causa que impulsó al entonces normalista de 17 años, a cambiar la dulzura del hogar, por los riesgos que conlleva la búsqueda de la justicia social.
Seguro que fueron éstas y otras vivencias la forja espiritual de su recio carácter que brilló en Europa al salvar miles de vidas de la fanática persecución a los judíos y las venganzas y asedio fratricida del fascismo franquista.
Pero antes de dejar constancia en el exterior de su pasión y anhelo libertario, Gilberto Bosques se había declarado enemigo de la dictadura porfirista acompañando en esa misión al prócer Aquiles Serdán.
Su ánimo revolucionario lo impulsó a seguir en la lucha contra las actitudes feudales.
Junto a Venustiano Carranza participó en varias acciones bélicas.
La parte íntima y sentimental de Gilberto Bosques se encuentra en los poemas que escribió de joven y que su hija Laura me ha enviado para compartir con ustedes.
Ahora lo hago con
SOLEDAD
La luna que persigue quimeras imposibles,
tendió su desconsuelo sobre el temblor del río.
Hubo en la senda cándida de las ondas fugaces
una visión de plata sobre un espasmo lírico.
El silencio difunde sus cadencias remotas
por íntimas penumbras en el bosque dormido,
esperando que el alma de Siringa lo hiera
con los siete puñales de los siete carrizos.
Una Ninfa desnuda que sufre mal de amores
deja volar su pena con alas de suspiro.
Y dos lágrimas ruedan por sus senos de nieve
como gotas de lluvia sobre nítidos lirios.
Es en vano que busque las huellas del amante.
Nada saben decirle las flores del camino.
Interroga a la luna ... y se pierde su alma
por las múltiples sendas de los cielos tranquilos.
Puebla, Pue. 1920
Nota: se respetó la redacción, la puntuación y la ortografía original.