La biblioteca del simulador

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Hay algo perturbador en ver a un político con un libro en las manos. No porque leer sea un acto peligroso —ojalá lo fuera más seguido—, sino porque rara vez se trata de una lectura sincera. Es utilitaria. Estratégica. Publicitaria. Los libros, para muchos funcionarios, no son una fuente de pensamiento, sino un accesorio. Una excusa para parecer cultos mientras ejecutan brutalidades administrativas.

Y así hemos visto desfilar en entrevistas, redes sociales y fotos cuidadosamente coreografiadas, a senadores con El arte de la guerra, a gobernadoras con Las 48 leyes del poder, a diputados que citan a Maquiavelo sin haberlo leído completo, y a funcionarios menores que recomiendan Padre rico, padre pobre como si fuera política pública. Se han apropiado de estos textos para justificar su desdén, su cinismo, su desapego a toda noción de comunidad. No los leen para entender, los leen para reafirmar su narcisismo.

Esta serie de artículos nace de esa observación incómoda: la forma en que ciertos libros han sido malinterpretados, tergiversados y pervertidos por los políticos contemporáneos. No se trata de atacar los libros, sino de defenderlos de sus lectores más torcidos. Porque El arte de la guerra no es una guía para exterminar adversarios. El Príncipe no es un permiso para mentir. Padre rico, padre pobre no es una oda al desinterés social. Quién se ha llevado mi queso no es un sermón sobre la resignación disfrazada de flexibilidad.

Cada texto que analizo aquí ha sido secuestrado por quienes buscan fórmulas rápidas para conservar el poder, para acumular recursos, para justificar su fracaso con frases sacadas de contexto. Son libros que merecen ser leídos con más profundidad, con más crítica, con más humanidad. Porque detrás de cada uno hay un autor que pensó el mundo, no que buscó manipularlo.

Pero claro, eso implica esfuerzo. Y si algo detesta el político que simula leer, es esforzarse en algo que no le dé votos inmediatos.

Entonces, bienvenidos a esta radiografía: una revisión no de los libros, sino de sus distorsiones. De cómo el político moderno ha construido una biblioteca del simulador. Una estantería llena de pretextos, subrayados tramposos y dogmas mal digeridos. Leerlos bien, de verdad, es empezar a desmantelar ese teatro.

Y quizás, solo quizás, a recuperar el sentido original de leer: pensar, incomodarse, cambiar.

Aquí el primer artículo: Las 48 leyes del poder: ¿manual de manipulación o espejo cruel de nuestra especie?

No te pierdas la serie, cada martes durante las próximas cinco semanas.

Miguel C. Manjarrez