Indolencia institucional

Réplica y Contrarréplica
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El legado de Alejandro C Manjarrez

Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.

La confianza es madre del descuido.

Baltasar Gracián

Lo único que se empieza por arriba es el hacer hoyos.

Dicho popular

Tronó Gregorio y Manuel Bartlett tuvo que suspender su viaje por la ciudad Luz. Es probable que su secretario particular le haya llamado por el satelital para decirle: “¡Señor, está haciendo erupción el Popocatépetl!”.

La reacción del políticamente curtido Manuel, fue inmediata y regresó a Puebla más pronto que rápido. Gracias, pues, a la digamos que bondad de la madre naturaleza, no pasó del pinche susto, sobresalto que, quizá, estuvo acompañado de un incómodo chorrillo, mismo que pudo haberse manifestado en alguno de los retretes de la sede del poder en Puebla, casona entonces asediada por los chimes de la DEA y un buen de ceniza que, en el miércoles respectivo, hubiera deseado el arzobispo de Puebla.

Años más tarde tembló y las trepidaciones afectaron a varios de los edificios que forman parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad: Melquiades Morales Flores sintió que el mundo se le caía encima. “Por qué me pasa a mí esto”, debe haberse lamentado allá en su íntima intimidad. Recién había empezado a cumplir su sueño y, por la cara de asustado que traía (yo lo vi de cerquita), supongo que pensó que Dios estaba encabronado con él. ¿Sodoma, Gomorra? No, sólo era la ciudad de Puebla la afectada con aquella terrible sacudida, bamboleada que juntó a los ángeles con los demonios. Imagínese.

Mario Marín estaba en las mismas que Melquiades, pero con la agravante de oler el polvo que produjo el derrumbe de los injertos de tabique que algún irresponsable arquitecto (debería decir albañil) construyó en la azotea del Palacio Municipal. “¡Ay güey!”, dicen que dijo el presi cuando el piso se le movió re feo. “¿Y cómo está mi compadre Vale?”, preguntó apesadumbrado por los efectos del terremoto que, cosas de la vida, hizo ricos a dos de los inventos del gobernador Morales Flores.

Bueno, pero del susto no pasó. Más se perdió en la guerra, dijeron los encargados de cuantificar los daños causados por la ceniza y el terremoto. Nadie, por más poder terrenal que haya tenido, tenga o tuviere –dilucidaron los íntimos del poder–, podría dirigir los actos de la naturaleza. Fue digamos que la justificación a las con frecuencia respuestas tardías o, como lo apunto arriba, los abusos de quienes hacen lana hasta con el dolor humano y los fenómenos naturales. No hay mal que por bien no venga, argumentan esos poca madre comerciantes del servicio público.

 

El foso municipal

Blanca Alcalá Ruiz también ha sido víctima del exceso de adrenalina, pero no porque practique los deportes extremos, sino por la plétora de confianza en alguno de sus colaboradores. Imagínela el lector recibiendo en su teléfono la noticia del accidente del escritor José Agustín: “¡Se cayó al foso, presidenta!”.

Después de esa mala nueva todo mundo buscó como loco a Ocejo Tarno Pedro: “¡¿Qué onda güey?! ¡¿Qué pasó?!” Y a éste –creo– se le cayeron los calzones Boss o de perdis de la colección Sams: “Tanto pinche esfuerzo para nada”, debe haber pensado el flamante director de la cultura del agandalle. Y al mismo tiempo considerado el posible reclamo de los intelectuales que simpatizan con José Agustín, el bonche de gente encabronada con las improvisaciones que suelen darse en la cultura (¿o se dirá contracultura?).

Por eso el desasosiego de Blanca cuyo estómago se contrajo al grado del espasmo. No era para menos ya que en ese momento recordó los distintos actos (informes, presentaciones, tomas de protesta, conciertos de cámara, obras de teatro) a los que ha asistido, tanto en el Teatro de la Ciudad como en otros recintos que igual cuentan con su foso orquestal. “Carajo, si siempre se tapa precisamente para evitar accidentes como el que sufrió el autor de Tragicomedia mexicana”. O si no hay lana (cuatro mil pesos) para tapar el hoyo, pues se asigna al invitado un custodio que esté sobres para que no haya accidentes qué lamentar”.

No sé lo que en medio de sus dolores esté pensando José Agustín. O lo que vaya a pensar cuando sienta en su cuerpo las secuelas del madrazo. Lo obvio es que escriba de su experiencia y que en ese cuento o novela o reseña aparezca algo así como un “chivo expiatorio” que, según la vox populi, debería ser el tal Ocejo ya que él y nadie más es el autor intelectual del descuido institucional (por lo de Instituto), indolencia que es sinónimo de pendejada, también institucional.

Si hay alguna respuesta al comentario que acaba usted de leer, ésta será atendida una vez que concluya el intenso periodo de recogimiento espiritual para unos, y para otros los días del desmadre social amparado en el asueto instituido por la Pasión de Cristo.

Alejandro C. Manjarrez