El legado de Alejandro C Manjarrez
Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.
Reforma de “hondo calado” es la frase preferida de, valga el eufemismo, los legisladores reformistas que cual barcos de vela van hacia donde el viento de Los Pinos los impulsa y los remos panistas los inclina.
Y sí, es de hondo calado porque existe una enorme quilla invisible para los ciudadanos comunes y corrientes, o sea aquellos que validaron la elección de diputados y senadores. De ahí que “debajo del agua” haya toda una estructura fabricada por el poder político de México, autoridad que, vaya usted a saber, puede ser víctima, socio o cómplice de las transnacionales que ven a nuestro país como el pesebre que alimenta al monstruo engendrado por el capitalismo salvaje.
Dijo el escritor estadunidense Ambrose Bierce, que el elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros. Caben en esta definición los diputados y senadores (la mayoría) que se deben a quien los postuló o ubicó en la representación popular donde hoy están. Y vaya que fue una decisión o imposición también de hondo calado ya que el trabajo de estos “patricios” y “conscriptos de la patria” se ciñe a validar las reformas (algunas negociadas en el Pacto por México) que marcarán al actual como el gobierno que transformó al país para satisfacción del grupúsculo que maneja al PAN y, de paso, a las holdings petroleras. O quizá, por qué no, para regodeo de los padrotes entrenados y preparados en el gran lupanar donde —cito a George Soros— el desencanto con la política ha nutrido al fundamentalismo del mercado, y el ascenso del fundamentalismo del mercado ha contribuido, a su vez, al fracaso de la política.
La Constitución herida de muerte
Hace dos décadas Carlos Salinas (por cierto mentalizado en Estados Unidos) llegó al gobierno decidido a romper los paradigmas de su partido para llevar a cabo la desideologización del Estado mexicano. Ya lo sabe el lector pero vale la pena recordar que el hombre de Agualeguas envió la iniciativa al Congreso de la Unión para que se modificaran los artículos 3ro. 27, 123 y 130 de la Constitución, cambios que impulsaron la presencia y crecimiento en México de otras religiones, entre ellas la profesada por la mayoría del pueblo estadunidense. Esto produjo el gusto de la Iglesia Católica que, sin darse cuenta de la trampa, echó las campanas a vuelo por “haber logrado” el reconocimiento constitucional cuyos principales beneficiarios fueron, ¡oh paradoja!, los grupos cristianos ahora en franco proselitismo y desarrollo debido al goce de la personalidad jurídica, antes desconocida por el Constituyente de Querétaro (1917).
El astillero
Ernesto Zedillo no quiso o no se atrevió a continuar con ese impulso modernizador. Tampoco lo hizo Vicente Fox. Y menos aun Felipe Calderón. Ninguno de ellos pudo convencer al PRI que entonces hacía las veces de valladar legislativo basándose en sus principios ideológicos; es decir, empeñado en no traicionar la esencia que tanto presume su dirigencia.
Sin embargo, el puente modernizador ya había sido construido con los pilotes salinistas, también de hondo calado. Pemex dio abrigo a la corrupción casi institucionalizada. Y así como perdió liquidez, se le redujo su capacidad de refinación e investigación. Los gobiernos referidos lo permitieron, obvio, por no decir que auspiciaron pensando, puede ser, en congraciarse con los amos mundiales de la energía. Y se preparó el, llamémosle contrapunto, que ligó al salinato con el peñismo; las notas musicales, valga la alegoría, del réquiem para la Constitución producto de la Revolución Mexicana.
Lo curioso es que en esta “profunda” reforma subyace la corrupción que con tanta enjundia representa el liderazgo sindical de Pemex, el mismo que dejó Carlos Salinas de Gortari.
Jesús Reyes Heroles sugirió que había que aprender a salir limpios de los asuntos sucios y, si es preciso, lavarse con agua sucia. ¿Podrán hacerlo los políticos y servidores públicos que bucean en esas aguas?