Las bromas del gobernador (Crónicas sin censura 3)

Réplica y Contrarréplica
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El estilo de nuestro gobernador no pudo (y ya no podrá) adaptarse al modo de ser de los poblanos. Desde el principio rompió las reglas no escritas pero implementadas por el uso de la costumbre. No entendió nuestro espíritu churrigueresco, lleno de fórmulas sociales que tanta fama nos han dado en México. Quiso romper los protocolos y acabó por destruir la buena imagen que se había fabricado antes de llegar al estado de Puebla, en calidad de candidato del PRI a la gubernatura de la entidad.

 

Aunque sin pretenderlo impulsó la libertad de prensa (esta es quizá la única ganancia). Sus bromas empezaron a circular por todos los ambientes. “La vox populi” divulgaba anécdotas, cuentos y chistes del gobernante. Sus corifeos, como Rafael Ramírez Reyes se encargaban de promover las bromas que el “señor” hizo a cuanto poblano pretensioso y apretado se le atravesaba. Entonces un periódico precedió a otro y, para no quedarse rezagados, todos se vieron obligados a reseñar sus puntadas y después a publicar cuanta queja se manifestaba. Algunos hasta imprimieron denuncias contra funcionarios importantes, y los más cautos se reservaron el derecho hasta que la noticia ganó al conservadurismo.

Uno de los primeros enfrentamientos, digamos sociales, ocurrió en la casa del industrial Ricardo Hess. Resulta que ahí el gobernador intentó bromear con la señora Blanca Bretón de Ponce de León. Le dijo: “Usted y yo nos conocemos desde hace rato”. “Pues que raro - contestó la dama– porque para mí usted es un perfecto desconocido”.

El mandatario insistió un poco irritado: "Yo la conozco porque tengo fotografías en donde está despanzurrando ánforas qué mandó preñadas." “Si dice que tiene fotos, muéstrelas o quedará como un gobernador mentiroso –replicó la mujer–”.

Posteriormente ocurrió decenas de anécdotas dentro y fuera del ambiente político poblano. Algunas bromas dejaron profunda huella en sus destinatarios. Aún hay quienes no las perdonan porque los ridiculizaron. Otros, simplemente las festejaron por el ingenio y buen humor de su creador. Por ejemplo, a Sabino Yano Bretón y a Efraín Castro Morales –a la sazón delegado del Instituto Nacional de Geografía e Historia y secretario de Cultura respectivamente–, los conminó en público a marchar tomados de la mano, hacia el encuentro de algún objetivo oficial que se me escapa de la memoria. También y poco antes de ser nombrado Director de Comunicación Social y Relaciones Públicas del gobierno estatal, Baraquiel Alatriste Montoto cayó en uno de sus chascarrillos. Le dijo a la concurrencia que su amigo Baraquiel sabía dónde había quedado una pieza colonial desaparecida. De igual mañera soltó otra de sus ya populares pesadas bromas cuando asistía a la inauguración de una oficina bursátil. Por aquellos días los comerciantes organizados pueden suspender actividades comerciales. Piña Olaya ingresó al nuevo local repitiendo en plan de chunga la palabra huelga mientras saludaba a los dirigentes de la Cámara de Comercio. José Manuel Rodoreda, ni tardo ni perezoso no tuvo empacho en contestarle con la agresividad que ha distinguido a los empresarios de casa:   "No fue huelga, señor gobernador, sino un paro contra su gobierno".

No cabe duda que el estilo de nuestro gobernador ya forma parte de la historia de Puebla. Para empezar ha despertado de su modorra a los poblanos generalmente adormilados por la agresividad del cacicazgo Avila camachista y por el recuerdo de las trapacerías que afamaron al régimen aquel. Paulatinamente han ido creciendo las críticas y protestas. Es difícil que alguien se quede callado ante la prepotencia del funcionario público cuya heterodoxia afecta a las familias poblanas, al patrimonio del pueblo, a la estabilidad comercial e industrial y la moral pública.

Mariano Piña Olaya hereda a su sucesor muchas e importantes lecciones y experiencias. Una de ellas ya fue escuchada por Manuel Bartlett Díaz en voz de la valiente dama citada. Sabe, pues, que la Puebla de hoy ya no soporta otro sexenio de bromas, menos de un gobierno nefasto.

 

21/VIII/1992.

Alejandro C. Manjarrez