Cuando Miguel de la Madrid fue designado candidato a la presidencia de la República, sus amigos, incluyendo Mariano Piña Olaya, festejaron como si fue el evento del siglo (de hecho para algunos lo fue). Aquellos que habían compartido el pupitre en el colegio Cristóbal Colón o en la Facultad de Derecho de la UNAM, estaban ya en el umbral de la gloria política – burocrática.
Nuestro gobernador (a la sazón representante en la Ciudad de México del gobierno de Guillermo Jiménez Morales) sé acercó a su amigo de la Madrid para solicitar un escaño en la Cámara de Senadores. El candidato que bien conocía a su excondicipulo, porque lo empleó como su asesor en Petróleos Mexicanos (Pemex) y en otras dependencias, le dijo (lo repito de memoria). “Para qué quieres irte a donde llegan los ancianos. Mejor ponte a trabajar y prepárate porque tendrás responsabilidades de mucha importancia ”. Después fue candidato a la diputación federal por el distrito de Huauchinango.
Una vez en la Legislatura federal, Piña Olaya recibió el segundo espaldarazo: Humberto Lugo Gil, líder de la mayoría priista y presidente de la Gran Comisión, fue instruido para cuidar a Mariano y tomarlo en cuenta en todos los asuntos del Congreso que requirieran la aprobación presidencial.
Cada decreto debería llegar a los Pinos con la rúbrica del diputado Piña lo cual, obvio, propició que el representante popular fuero considerado como uno de los diputados de más poder e influencia del régimen delamadridista.
Ya imaginará usted, respetado lector, por qué don Mariano llegó a los cuernos de la luna cuando actuó como presidente de la Comisión de Justicia y Puntos Constitucionales. Con esa responsabilidad y después de haber colocado en el pecho de don Miguel la banda presidencial que transmite el poder del pueblo a un solo hombre, tuvo a su cargo el proceso de desafuero del senador Jorge Díaz Serrano. En este trabajo probó las mieles del presidencialismo mexicano. De igual manera y gracias a que se sujetó a la obediencia ciega que exige a los elegidos la voz de los Pinos nuestro personaje hizo –ni duda cabe –un destacado papel en el trabajo encomendado. Quizá fue esa costumbre o tradición condimentada con el poder, la confianza y amistad del presidente de México lo que – según sus compañeros legisladores – le indujo a una actitud pavorrealezca (uno propuso llamarla guajolotera). De ello habla la siguiente anécdota:
En alguno de los muchos dictámenes discutidos en comisiones, las diputaciones de todos los partidos representados en la Comisión de Justicia y Puntos Constitucionales acordaron redactar uno de ellos. Cuando se leyó en el pleno del Congreso, varios criterios han sido cambiados sin el consenso de los integrantes de la citada Comisión. Surgieron las protestas, pero al final de cuentas el dictamen quedó como lo había presentado don Mariano. Un diputado dijo que Piña Olaya era como el “Rey Sol”. A partir de ese momento, así se le conoció en el ambiente diputadil. Yo creo que ha don Mariano le gustó el alias, y como habla francés no dudo que se haya acostumbrado a repetir la frase “L 'Etat c'est Moi” (El Estado soy yo).
Permítame el lector suponer que después de ese cargo Piña Olaya no ha dejado de ejercer el poder absoluto. Sobre todo ahora que despacha como gobernador del estado de Puebla y que lo hace con habilidad a la manera de Luis XIV: a través de un cardenal Mazarino, es decir, de don Alberto Jiménez Morales, quien dicho sea de paso, se aprovecha y despacha con la cuchara grande.
Dicho lo anterior, no deberá sorprendernos que en Puebla existan presos de conciencia o políticos. El encarcelamiento de Óscar Samuel Malpica Uribe manifiesta con plenitud el absolutismo y caprichos del gobierno poblano. La Ley, el Tribunal, los jueces, la Procuraduría actúan de acuerdo con la inspiración del Poder Ejecutivo, como fieles siervos al servicio de su majestad. El caso Malpica es una expresión viva de ello.
Cuando el verdadero Rey Sol decidió tomar las riendas del poder, dijo: “Señores, os he llamado para deciros que hasta ahora ha tenido a bien dejar de gobernar el señor cardenal. En lo sucesivo seré yo mi primer ministro y vosotros me ayudaréis con vuestros consejos, cuando yo os pida ”. Por desgracia o venturosamente, usted dirá, el tiempo se le ha extinguido a nuestro Rey Sol.
14/X/1992.