El enemigo en casa

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Así que, políticos mexicanos, ojo al cercano y lupa al que adule más...

En la vasta galería de traiciones que ha tallado la historia, pocas imágenes resultan tan simbólicas y siniestras como la del caballo de Troya. Esa ingeniosa artimaña que permitió a los griegos infiltrarse en la fortaleza de Ilión encarna una verdad incómoda y brutal: el enemigo más letal no siempre viene desde afuera, sino que se cuela entre las sombras familiares, se sienta a tu mesa y brinda contigo.

Las investigaciones policiacas han entendido esta lección desde hace tiempo. La primera línea de investigación, cuando alguien desaparece, es mirar a los que duermen bajo el mismo techo, a quienes tienen acceso a la rutina, las costumbres y las debilidades de la víctima. La estadística no miente: el verdugo suele conocer bien a su presa. La lealtad, ese vínculo que asumimos indestructible, a veces se revela como la fachada de la traición brutal.

La historia es pródiga en ejemplos. Julio César, que caminó entre espadas creyendo que su manto púrpura lo protegería, descubrió que el puñal más doloroso no fue el de sus enemigos, sino el de Bruto, su hijo adoptivo, a quien amaba como sangre propia. Luis XVI, confiado en que la corte francesa le juraba fidelidad, fue traicionado por sus allegados, quienes filtraron sus movimientos a los revolucionarios. Incluso el temible Pablo Escobar, que edificó un imperio del miedo, cayó no solo por la presión del gobierno colombiano, sino porque alguien de su círculo más íntimo ofreció la información que selló su destino.

El caballo de Troya no es solo un relato mitológico; es una advertencia eterna: el verdadero peligro rara vez llega anunciándose con tambores de guerra. No. Se disfraza de aliado, de confidente, de amigo. Es quien ha estudiado tus miedos y conoce tus vacíos. Quien mejor identifica el eslabón débil de tu armadura.

Por eso, cuando la vida se estremece y algo se quiebra dentro de tu fortaleza, la pregunta inevitable no es ¿Quién me odia tanto?, sino ¿Quién me conoce lo suficiente para saber cómo hacerlo?

Así que, políticos mexicanos, ojo al cercano y lupa al que adule más.

Hasta la próxima

Miguel C. Manjarrez