El legado de Alejandro C Manjarrez
Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.
A cada cerdo le llega su San Martín.
Dicho popular
Es mejor un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho.
John Stuart Mill
Si usted se alimenta bien, tiene una vida sana, cuenta con información cultural y periodística, ve los noticieros de la televisión, escucha a los médicos y atiende las recomendaciones del gobierno, no se preocupe por el virus porcino.
Pero suponiendo que por un descuido propio o un estornudo ajeno se contamina y enferma, tampoco se preocupe porque seguramente su médico le administrará algún antiviral que le permita salir avante de la enfermedad, o sea la macro gripa que podría llevarlo a la tumba siempre y cuando usted se descuide o confíe en su buena suerte.
Dicen los médicos que nada de antibióticos ni de aspirinas. Los primeros porque afectan su sistema inmunológico y las segundas porque ocultan síntomas como, por ejemplo, la temperatura y el dolor de cabeza y cuerpo.
¿Debemos usar tapaboca?
Sí, claro, sobre todo en lugares concurridos. Y si ya se agotaron habría que ponerse un pañuelo con el fin de evitar que el virus que anda por ahí en el espacio (dicen que dura media hora), no ingrese a nuestro sistema respiratorio. Lo ideal sería conseguir uno o varios tapabocas decorados como los que ya están vendiendo en el Distrito federal. Así ayudaríamos a repeler los malos augurios y los pensamientos pesimistas que, igual que el virus, se reproducen donde priva la ignorancia.
Y es precisamente la ignorancia que prevalece en las zonas marginadas o alejadas de la cultura, digamos que de salud, lo que asusta al gobierno federal. Esas zonas hacen las veces de sistema in vitro o tubo de ensayo en el cual se reproduce el virus a lo bestia; la reacción en cadena pues. O la infección exponencial que contamina a diez y éstos a su vez enferman a otro tanto y así, si multiplicamos ese efecto, tendríamos entonces que en diez días se enfermaría todo un pueblo y el caos rebasaría al sistema de salud y al presupuesto que el gobierno mexicano le tiene asignado. De ahí la preocupación y las medidas extremas.
Vayan, pues, dos ejemplos, uno científico y otro histórico, del por qué las autoridades se preocupan:
El científico podría ser el útero donde de manera acelerada se desarrollan las células feto. Es el efecto exponencial.
Y el histórico nos muestra el comportamiento de las epidemias en ambientes insalubres y sin la cultura que hoy está a nuestro alcance, enfermedades todas que mataron a cientos de miles de mexicanos:
En 1561, ocurrió una epidemia de sarampión que mermó la población de manera alarmante (no hay datos de cuántos muertos hubo).
En 1691, las inundaciones y la plaga del Chiahuiztli acabaron con los trigales. Al año siguiente se produjo la hambruna que a su vez propició el levantamiento del pueblo contra el virrey: diez mil indígenas se manifestaron durante días. No había granos y la gente quería comer y dar de comer a sus hijos. Fue cuando incendiaron el Palacio del virrey, y Carlos Sigüenza y Góngora arriesgó su vida para salvar de las llamas la biblioteca y el archivo. Como la fuerza bruta del gobierno no pudo controlar a los insurrectos, tuvo que entrar al quite el Clero comandado por el arzobispo Aguiar y Seijas, intervención que reprodujo por otros cien años el dominio político de la Iglesia.
En 1736 apareció el tifo, la enfermedad que mató a miles de personas. Los encargados del censo perdieron la cuenta.
Y en 1787 ocurrieron varios terremotos.
Antes, los españoles habían arribado al continente americano acompañados de, entre otros como el de la gripe o influenza, el virus de la viruela, males que hicieron las veces de aliado del conquistador ya que mataron a la mitad de la población indígena.
El siglo XIX fue menos dramático gracias a que los científicos habían empezado a encontrar soluciones médicas y preventivas. En esa época en Puebla abundaban los frigoríficos de cerdos y los cultivos de granos. Y la ciudad y sus alrededores se convirtieron en el sistema alimentario más importante de México.
Si ahora tuviéramos esa “distinción”, seguramente el gobernador Mario Marín ya habría puesto en cuarentena a la ciudad. Tantos puercos, cochinos, cerdos y marranos serían una gran amenaza contra la salud.
Bueno, para no caer en el dramatismo que prolifera en los ambientes sin información (el chisme ahora porcino), me pongo el tapabocas que tiene la sonrisa dibujada y concluyo con la anécdota que protagonizó nuestro ilustre Luis Cabrera Lobato, cuando fungía como legislador federal responsable y preocupado por México.
Don Luis estaba en la tribuna disertando sobre algún tema que afectó la estabilidad emocional del diputado Aurelio Manrique, un hombre obeso en exceso y aguerrido en demasía. Éste, molesto, gritó a Cabrera con la intención de ofenderlo: “¡Mono, perico y poblano, no lo toques con la mano porque es un animal…”
Cabrera, que por cierto tenía una extraordinaria inteligencia y rapidez mental, lo interrumpió para revirar, también a grito abierto:
“¡Compañero diputado: en Puebla comemos cuatro platillos: puerco, cerdo cochino y marrano!
Manrique cayó fulminado en su curul aplastado por algo parecido a un virus porcino “personificado” en las risas de los diputados. Sin embargo, gracias a sus abundantes reservas de proteínas, minerales y carbohidratos, superó el trance y salvó su vida pública, circunstancia que no agradeció Plutarco Elías Calles. Pero esa es otra historia.
Nota: Columna publicada el 28 de abril de 2009