La Iglesia duerme

Réplica y Contrarréplica
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El legado de Alejandro C Manjarrez

Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.

A Dios rezando y con el palo dando.

Dicho popular

 

La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio.

Voltaire

 

Quien lea la declaración de la Iglesia sobre su solicitud para corregir los libros de texto gratuito (hoy aparece en El Universal), seguramente se sorprenderá por lo que dicen los curitas arrepentidos (o ignorantes) de los actos negros de sus antecesores del siglo XIX: que los padres de la patria, Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, no murieron excomulgados.

Esta su posición, digamos que histórica, ratifica que la Santa Iglesia de Roma con sede en México, mandó quemar todos los libros que, por tener información científica e histórica, ponían en duda su ejercicio pío. Y que ante esa piromanía cultural se tienen que conformar con las lecturas que lograron salvarse del Index Expurgatoriu: los libros escritos por autores que deben haber sentido el llamado de su sombra espiritual indicándoles redactar las “historias” que, diría el excelente escritor Carlos Ruiz Zafón (El juego del Ángel, Ed. Planeta, 2008), llevan a “un estado de coma inducido por el aburrimiento a cada punto y aparte.”

Obviamente no leyeron a don Agustín de Rivera, autor de Principios críticos del virreinato y la revolución de Independencia (San Juan de los Lagos, 1884). Él revela en su libro cómo Abad y Queypo excomulgó a quien había sido su compañero de cuitas liberales, anatema que dejó sin Dios a Miguel Hidalgo. Y expone las razones de Queypo, por cierto, más humanas que inspiradas en el Espíritu Santo, con las siguientes palabras:

“Las causas de esta extraña conducta fueron dos. Una fue el patriotismo; era español. Pero también Mina era español, así que no fue la causa principal. La principal fue la ambición. Viajó por tierra y por mar para conseguir la canonjía penitenciaria de Valladolid. Obtenida ésta, trabajó para que lo eligieran obispo de Michoacán. Siendo ya obispo electo, alcanzados ya los privilegios que no tenía ningún otro de los canónigos de la Nueva España (…) se manifestó acérrimo defensor del gobierno español (…) a fin de que lo recomendara eficazmente al Papa, para obtener las bulas de confirmación y consagración como obispo de Michoacán…” (Fragmento citado en: Puebla, el rostro olvidado, segunda edición, Ed. Buap. 1999).

Anticipándose a lo que escribió Rivera, el 12 de diciembre de 1839, el célebre padre Nájera pronunció un sermón que viene siendo algo así como la jurisprudencia de las leyes civiles. Dijo el famoso clérigo: “¿No te provoca lástima, no te arrasan tus ojos de lágrimas, al leer la historia de tus triunfos en mi patria escritos aun con sangre inocente? ¿No te despedazan los remordimientos, al ver el cuadro que representa México en todo el siglo XVI?

El cuadro aquel que refiere Nájera, se siguió ilustrando hasta el siglo XIX, época en que Miguel Hidalgo fue anatematizado, excomulgado, decapitado y su memoria ensuciada con los más estúpidos “razonamientos” esgrimidos por los jerarcas católicos de la época, entonces representados por Queypo. Así que no nos vengan con el cuento de que Hidalgo y Morelos “murieron bajo el cobijo de los sacramentos religiosos”.

Y para que no quede duda de aquella estupidez transcribo parte del anatema, ése sí del diablo:

“...usando de la autoridad que ejerzo como obispo electo y gobernador de esta mitra, declaro que el referido don Miguel Hidalgo, cura de Dolores, y sus secuaces, los tres citados capitanes [Allende, Aldama y Abasolo], son perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos, perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del Canon Siquis suadente diabolo… Los declaro excomulgados vitandos prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo la pena de excomunión mayor, ipso facto incurrenda, sirviendo de monición este edicto, en que desde ahora para entonces declaro incursos a los contraventores [....] 24 de septiembre de 1810. Manuel Abad Queipo, obispo electo de Michoacán”.

A lo anterior siguió la “maldición del incienso”, misma que trascribo para su deleite… o nausea, depende su talante:

“Que el Hijo, quien sufrió por nosotros, lo maldiga.

Que el Espíritu Santo, que nos fue dado en nuestro bautismo, lo maldiga.

Que la Santa Cruz a la cual ascendió Cristo por nuestra salvación, triunfante de sus amigos, lo maldiga.

Que la Santa y eterna Virgen María madre de Dios lo maldiga.

Que todos los ángeles y arcángeles, principados y potestades, y todos los ejércitos celestiales lo maldigan.

Que San Juan el Precursor, y San Pedro y San Pablo y San Juan el Bautista, y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo juntamente lo maldigan…

Que sea maldito en el vivir y en el morir; en el comer y en el beber; en el ayuno o en la sed; en el dormitar y en el dormir; en la vigilia o andando; mingiendo o cancando, y en todas las sangrías…

Que sea condenado en sus venas, muslos, caderas, piernas, pies y uñas de los pies…

Que el Hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo, con todos los poderes que hay en él, se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. Amén. ¡Así sea! Amen".

Así que visto y leído lo anterior, el libro de texto al cual se refiere Hugo Valdemar, vocero de la jerarquía católica, no sólo debe conservar el pasaje de la excomunión dictada a los independentistas, sino además incluir el anatema de marras para que los curitas recuerden o se enteren de las vergüenzas históricas de su credo. Que no se duerman pues…

Alejandro C. Manjarrez

Nota: Columna publicada 31 de agosto de 2009