Puebla, el rostro olvidado (Las Termitas, el PAN)

Réplica y Contrarréplica
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LAS TERMITAS

En esos días las condiciones para el PAN aparentaban ser inmejorables en la disputa por la alcaldía poblana. En 1974 Alejandro Cañedo se autonombró candidato y, según los testigos electorales de aquel proceso, su derrota la armaron los alquimistas al servicio del gobiernos estatal. Rodrigo Saldaña nos recuerda que: “por éste fraude” la movilización popular panista se truncó para declinar con el paso de los años, mientras una crisis sacudía las entrañas del blanquiazul.

    El PAN no era ni el partido de los empresarios ni tampoco su ideología se mostraba abiertamente derechista. No obstante y dada la imagen conservadora creada desde la cúpula gubernamental y el descuido de sus dirigentes, respecto a la formación ideológica de los militantes, su membresía fue inclinándose paulatinamente hacia la derecha. Llegó a ser tal el deterioro político que el grupo Monterrey aspiró a utilizar sus siglas para presionar al gobierno de México, hasta que en 1972 y ante la oportunidad de consolidar sus proyectos políticos en virtud del arribo de José Ángel Conchello (que por cierto trabajada para la Concamin) a la presidencia nacional panista, mostró su simpatía y apoyo a este importante colaborador del grupo regiomontano.

    Aunque el abogado Conchello Dávila estaba ajeno al ejercicio de la profesión, no lo estaba para actuar como un eficaz publicista. Una vez realizada su entronización a la dirección panista, se destacó más por los golpes publicitarios y el descuido de la organización del partido que por el trabajo inteligente. Saldaña asegura que la inclinación política de Conchello fue participar en cuanta elección hubiera, aún en aquellos estados donde su partido prácticamente carecía de estructura militante; y que todo estaba de acuerdo a las intenciones de sus jefes, desinteresados por los triunfos y fuerza partidista debido a su proclividad a constituirse en uno más de los grupos de presión nacionales. El esfuerzo de los padrinos de Conchello estuvo encaminado a lanzar un candidato de extrema derecha, de la absoluta confianza del poderoso Grupo Monterrey, que ademas contara con el respaldo financiero suficiente para acceder a las elecciones de1976. Sabían que llegar al poder era algo así como un milagro, pero posiblemente esperaban que con su  aparición en la política nacional, el gobierno se asustaría y dejaría de coquetear con la izquierda.

    A pesar de la promoción publicitaria, Conchello sufrió un descalabro que parecía poner fin a sus planes. En su lugar fue designado Efraín González Morfín, quien desde el punto de vista ideológico y estratégico estaba en las antípodas de José Ángel. Sin embargo, éste siguió adelante pues no solamente trataba de llevar a cabo los planes de sus jefes, sino reconquistar la dirección del partido. La táctica empleada fue identificar al gobierno con el comunismo y, por consiguiente, a su oposición con el anticomunismo fanático. González Morfín y aquellos que no estuvieron de acuerdo con Conchello, fueron denunciados a la vez como agentes del gobierno y como comunista (la división en la dirigencia nacional panista les ocasionó un desastre electoral: por primera vez en quince años descendió su votación y sólo obtuvo 19 de las 25 diputaciones posibles).

    Según la versión de panistas de viejo cuño, la propaganda adoptada por Conchello Dávila aparentaba ser incongruente. Entre sus impulsores estaba Alfonso Martínez Domínguez (también, decían, al servicio del grupo Monterrey y obsesionado con la idea de vengarse de Luis Echeverría), sacrificado como el responsable de la matanza del 10 de junio de 1971. Sus instrumentos más importantes eran las publicaciones de derecha, en cuyas páginas editoriales aparecían los más terribles ataques contra los anticonchellistas. En esas líneas ágatas se aseguraba que detrás de todo había “la perversa intención de convencer a Luis Echeverria de que, como nuevo Cárdenas, nombrara como su sucesor a un nuevo Ávila Camacho, es decir, a un candidato de derecha, presumiblemente Mario Moya Palencia”.

Alejandro C. Manjarrez