La génesis de un libro, Espionaje y contraespionaje en México

Réplica y Contrarréplica
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Hemos comentado varias veces el poco interés de los políticos por la historia. Parece que el saber más les complica la vida y que por ello prefieren manejarse con la superficialidad común en la “grilla”, o sea el estilo (de alguna manera hay que llamarlo) que forma parte de la cultura política mexicana...

Autora del libro: Manola Álvarez Sepúlveda

Entrevista realizada por Alejandro C. Manjarrez, Agosto de 2008 

 

Esta no es una entrevista digamos que formal. No. Se trata de una serie de pláticas que llevan ya varias décadas, tiempo en que la sorpresa ha dejado su lugar a la telepatía, condición que en nuestro caso equivale a estar en la misma frecuencia mental.

Para llevar a cabo la conversación que usted leerá, por cierto extraña porque hice preguntas cuyas respuestas ya conocía, me acogí al estilo, idea o esquema que usó María Esther Vázquez cuando creó el libro biográfico de Jorge Luis Borges (Borges, sus días y su tiempo). Claro, esto con la debida distancia y respeto a dos seres de excepción cuya huella forma parte de la historia del pensamiento y la creación literaria.

“Vamos a indagar lo que por sabido casi nunca comentamos”, le dije a Manola Álvarez Sepúlveda, mi esposa, amiga y compañera de cuitas. Ella “agarró la onda” y con su sonrisa llena de luz me respondió: “Ya encontraste la forma de escribir sobre el libro, ¿verdad?”. Junto con la explicación de que éste que es uno de los tantos retos de la vida del periodista, le dije que, en efecto, había encontrado la forma de no defraudar a los lectores de Réplica valiéndome del a veces cómodo seudónimo. Y así, sin salirnos de la rutina para compartirnos pensamientos y comentarios sobre los acontecimientos políticos nacionales y locales, empezamos a recordar cómo nació el libro de su autoría cuyo título es: Espionaje y contraespionaje en México.

La tesis

Alejandro (AM): ¿Qué podría decir Guillermo Jiménez Morales si se da cuenta que la base de tu libro es la tesis que te permitió obtener la licenciatura en Diplomacia, trabajo que le regalaste siendo gobernador y que él mandó empastar en piel para obsequiárselo a Fernando Elías Calles, entonces subsecretario de Gobernación?

Manola (MAS): Podría decir dos cosas. Primero: si leyó la tesis y ahora lee el libro, dirá que con el paso de los años mejora nuestra apreciación sobre la historia de México; que entendí, como cualquier ser humano, algunos fenómenos que por la edad no pude captar en toda su dimensión. Y segundo: partiendo de su forma de ser (cauteloso en exceso, igual que los políticos de su generación) se reservaría las sorpresas que produce la historia del espionaje y contraespionaje, para no decir algo que lo comprometa (risas).

AM: Hemos comentado varias veces el poco interés de los políticos por la historia. Parece que el saber más les complica la vida y que por ello prefieren manejarse con la superficialidad común en la “grilla”, o sea el estilo (de alguna manera hay que llamarlo) que forma parte de la cultura política mexicana. Si pudieras o alguien te diera la oportunidad, ¿qué harías para convencer a la clase política para que lleven un curso-diplomado de historia de México?

MAS: Lo hemos platicado muchas veces: les recomendaría que practicaran una regresión al pasado estudiantil buscando al maestro que de verdad los emocionó con sus vivencias intelectuales e históricas. Una vez localizada la experiencia, disfrutarla, recordarla, aquilatarla y volverla a vivir para, a partir de ella, retomar el ejemplo. A mí me ha resultado el ejercicio. Y tú sabes que me emociona rememorar lo que hizo mi padre por mí educación; el privilegio que tuve al escucharlo relatar su paso por la Revolución, por el Congreso Constituyente, por el gobierno de Calles. Me contagió su pasión por la lectura. Y me marcaron sus conceptos filosóficos. ¿Convencer a la clase política? Haría el intento pero a sabiendas de que está tan difícil como el cambiar la forma de pensar y actuar de Felipe Calderón, el presidente más franco que ha tenido México (otra vez risas).

AM: ¿Franco?

MAS: Sí, ya lo sabes, no te hagas. Es tan franco que nos ha mostrado sin ambages su esencia ideológica, que es la misma de las minorías aquellas que forman la derecha mexicana en cuyas venas corren los genes del conservadurismo decimonónico. En una época los llamaron polkos y en otro tiempo conservadores. Gastón García Cantú los catalogó como miembros distinguidos de la reacción mexicana porque entre sus logros está la creación del grupo de notables que entregó México a Maximiliano. Son, pues, los mismos que se asustaron con la obra de Juárez; los que entusiastas gritaron ¡religión y fueros!; los que se ocultaron en sus casas cuando Carmen, Aquiles y Máximo Serdán les pidieron su apoyo; los que hoy pugnan por privatizar la riqueza de México disfrazados de patriotas luchadores contra la pobreza.

Los genes

AM: Compartamos con los lectores parte de tus experiencias con el general José Álvarez y Álvarez de la Cadena, tu padre.

MAS: Bueno, el primer recuerdo-impresión fue cuando Plutarco Elías Calles me obsequió una muñeca de trapo, tan o más grande que la niña que entonces era yo. “La Pepona”, así la bautizó Calles.

AM: ¿La bautizó?

(Risas)

MAS: Un día, cuando estaba de visita en la casa de mis padres, me dijo con su voz grave, pastosa: “Anda, ve y dile a Miguel (el jardinero) que vaya y que chingue a su madre”. Y yo que lo hago sin saber lo que estaba diciendo. La cara de Miguel adquirió tal expresión de espanto que ésta produjo las sonoras risotadas del ex presidente. Mi padre, que había sido jefe del Estado Mayor de don Plutarco, no dijo nada, sólo me veía con los ojos del corazón. A partir de ese día Joso (así le decía yo) me empezó a platicar la historia de México. Lo hizo con su estilo terso y conciliador. Él fue, como sabes, uno de los protagonistas de la Revolución Social y la Constitución de 1917. Me enseñó cómo hay que respetar y querer a México, de qué forma debe transmitirse el orgullo de ser mexicano, y por qué debemos protestar contra los que tratan de borrar nuestra historia endilgando a sus rivales ideológicos el trillado: “es que son jacobinos trasnochados”. También aprendí de él, que las razones siempre son válidas e irrebatibles cuando están basadas en la verdad.

AM: Déjame compartir con los lectores algo que me impresionó: cuando te conocí eras el orgullo de los diputados constituyentes que aún vivían; una joven profesionista que consensuaba el ideal juvenil de aquellos hombres que dedicaron su vida a servir a la Patria. Eran doce, tal vez, quince. Como se morían a cada rato (la edad del más “chavo”, Celestino Pérez y Pérez, sumaba 80 años) no recuerdo con exactitud cuántos quedaban. En esa época, el 5 de febrero de 1969, llegó Díaz Ordaz a la Casa de Carranza, sede de la Asociación de Diputados Constituyentes de 1917. Se acercó a tu padre y le dijo: “Me gustaría, general, que usted fuera senador”. En ese momento, el general Álvarez y Álvarez, erguido y auténtico como lo era, declinó la oferta arguyendo la edad y su condición de militar revolucionario. El presidente hizo cara de fuchi (no le costaba trabajo), pero semanas después firmó el decreto donde establecía que en reconocimiento a los servicios prestados a México, José Álvarez y Donato Bravo Izquierdo serían reintegrados al servicio activo con haberes, obligaciones y privilegios correspondientes al rango militar. También estaba el nombre de Heriberto Jara, pero éste renunció para no verse obligado a informar de sus ausencias del país. Acababas de recibirte de la primera licenciatura (Ciencias Diplomáticas) cuya tesis es el antecedente del libro que comentamos, y estabas a punto de titularte de abogada. Comparte con los amigos de Réplica el por qué entrevistaste a Emilio Portes Gil y a Luis N. Morones.

MAS: Ellos y mi padre habían sido comisionados por el presidente Calles para indagar, espiar y obtener pruebas sobre el llamado “Plan Green”. Así se denominó la estrategia del embajador y del secretario de Estado de Estados Unidos: los dos socios buscaban desestabilizar al gobierno, promover un golpe de Estado y que Estados Unidos invadiera a México. Querían impedir que se reglamentara el artículo 27 de constitucional, que establece que el subsuelo es propiedad de la Nación. El deseo del diplomático y del funcionario estadounidense se derivó de que ambos (Sheffield y Kellog) eran socios de las compañías petroleras que explotaban el petróleo del país. Lo trascendente de aquellas entrevistas fueron sus revelaciones.

AM: ¿Cuáles?

MAS: Uno de los espías del gobierno mexicano, miembro del Estado Mayor Presidencial, pudo obtener documentos guardados debajo de la cama de la habitación del embajador Sheffield. Según me dijo Joso, el tipo era guapo e inteligente. Por ello no le costó trabajo relacionarse con la esposa de alguno de los agregados militares que trabajaban en la embajada de Estados Unidos (no quiso decirme de quién se trataba). “Un caballero nunca menciona el nombre de una dama casada, haga lo que haga”, dijo sonriendo de ladito, como cuando hacía alguna travesura o hablaba con doble sentido (era un bromista empedernido y muy inteligente). Gracias a esta relación obtuvo documentos comprometedores para el embajador James Rockwell Sheffield y el secretario de Estado Frank Bellings Kellog. Otro “espía”, así entre comillas, fue Luis N. Morones: éste logró convencer a un filipino que trabajaba con el embajador y a través de él confirmó lo que al principio resultó una filtración y después se confirmó como un complot contra el gobierno de México, estrategia que buscaba impedir que se hiciera la ley reglamentaria del petróleo. El éxito de esta misión se mantuvo en secreto hasta que Morones, Portes Gil y Álvarez pensaron que debía conocerse, decisión que me permitió el privilegio de ser yo el conducto para hacer pública esa etapa del México secreto. Primero como tesis y ahora como libro.

La herencia

AM: Como elogias a Calles creo que es importante decir a los lectores las razones de tu admiración, a pesar de que en un momento de su gobierno afectó a tu padre.

MAS: Yo creo que los mexicanos le debemos mucho, herencia que está bien documentada, igual que el contenido de mi libro que incluye archivos de México y Estados Unidos así como una extensa bibliografía. Su gestión le dio al país los cimientos de lo que hoy conocemos como el México democrático, tema que da para otro libro partiendo de aquella convocatoria que hizo a los diputados cuando les dijo (Cuarto Informe de Gobierno) que la democracia en México no se consolidaría hasta que en las curules estuvieran representadas las minorías políticas, principio de lo que después fue la representación proporcional. Pero vuelvo al tema: en los anexos del libro refiero los grandes acontecimientos que ocurrieron antes y durante su mandato. El asesinato de Carranza es uno de ellos –el de antes–, perpetrado no por Obregón, como aseguran algunos historiadores, sino por las guardias blancas al servicio de las compañías petroleras. Otro es el fusilamiento de los generales Serrano y Gómez que habían pedido el apoyo del gobierno norteamericano para derrocar a Calles, cada uno de ellos comprometiéndose a derogar el artículo 27. El conflicto religioso, que forma otro apartado, se dio por la misma razón ya que en el artículo 27 se prohibía a las asociaciones religiosas tener acciones en las compañías petroleras. En todos estos eventos Calles antepuso el interés nacional al particular, incluso al de algunos poderosos mexicanos (el dinero dota de poder, fenómeno que hoy podemos comprobar) cuya única intención se basaba en proteger sus intereses personales. Por eso lo admiro. Tú sabes que la información que obtuve fue de fuentes confiables, libros de historia, entrevistas en la prensa de la época y documentos oficiales, cuando Calles ya tenía veinte años de haber muerto, o sea en 1965. Respecto a los infundios contra mi padre, el propio Calles se disculpó, historia que aparece en otro de los anexos del libro.

AM: ¿No será que lo admiras porque te regaló a “La Pepona?” (risas)

MAS: Ese fue un momento casi familiar porque, tal vez en agradecimiento a mi madre que siempre fue muy atenta con él, llegó a mi casa en Cuernavaca (éramos vecinos de ciudad) con el presente que debe haber comprado en el trayecto. A propósito del acercamiento amistoso con mis padres vale la pena recordar que cuando Calles estaba muriendo le dijo a mi madre: “Ninfa, estos dolores que siento no se los deseo ni al trompudo” (es el apodo que usaba para referirse a Lázaro Cárdenas). Don Plutarco murió pobre aunque no olvidado. Y Cárdenas debe haberse sentido apesadumbrado porque castigó con el exilio a quien lo había hecho e impulsado. Pero esa es otra historia digna también de plasmarse en un libro… o cuando menos en un ensayo.

AM: ¿No te parece que estar del lado de Calles te expone a alguna mención negativa de los historiadores que lean tu libro?

MAS: Al contrario, si son inteligentes tomarán de él la información que hasta hace poco estaba perdida en el olvido histórico. Pocos conocen, y los cuento con los dedos de una mano, el pasaje que refiero. Pero no porque sean descuidados sino, como ya lo dije, debido a que parte de la información que manejo es inédita y fue secreta hasta que me la revelaron para que yo la publicara. Tal vez haya algo de ella en las memorias de Luis N. Morones, mismas que en apariencia se perdieron, o en las de Emilio Portes Gil que guardó en el cajón confidencial debido a su estatus de ex presidente de México, posición que le obligó a ser discreto en los asuntos del Estado. Las de mi padre las heredé y plasmo algo de ellas en el libro que comentamos. Pronto, y esto es una primicia, aparecerá otro libro, el escrito por él, mismo que contiene sus apuntes sobre la Revolución y la Constitución, etapas de las que fue protagonista…

Esta es, pues, parte de la “aventura” que Manola y yo iniciamos hace ya muchas lunas, desde que me obsequió la tesis profesional, trabajo que ella siguió enriqueciendo hasta convertirlo en un libro cuyos datos históricos nunca antes habían sido revelados.

Para concluir sólo me queda compartir con el lector el reconocimiento de Manola hacia la Universidad Autónoma de Puebla cuyo rector, Enrique Agüera Ibáñez, consideró importante que la sociedad y los estudiantes universitarios del país tuvieran a la mano una versión adicional de la historia del México contemporáneo (la época callista), la que responde a la verdad revelada por sus protagonistas.

Alejandro C. Manjarrez