La mente, ¿compleja o simple?

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Recuerda siempre: Las drogas ilícitas prometen paraísos efímeros…pero te condenan a infiernos interminables.

No somos nada sin la mente, pero la mente tampoco es nada sin el espíritu, sin la voluntad, sin el alma, sin la energía vital que brota del corazón y del amor. Tampoco sin el cuerpo, sus órganos, sus aliados silenciosos.

Con ellos podemos entrenarla. Sí, educarla para que no nos condene con pensamientos sombríos. Para que no se rinda al dolor fácil. Enseñarle a detenerse, a no suponer, a abrazar los pensamientos rumiantes sin miedo, analizarlos, entenderlos, resolverlos o simplemente dejarlos ir.

Aunque somos mente —y sin ella no hay conciencia posible—, también somos más que ella. Podemos decirle “basta”. Debemos impedir que se vuelva adicta al sufrimiento, al drama, a los hábitos que segregan cortisol y siembran ansiedad.

La mente necesita respiración, pausa, naturaleza, bondad. Rutinas que la nutran como a un jardín: ejercicio físico y mental, compañía sana, disciplina, alimentación equilibrada, espacios de calma.

Entrenar la mente es construir una fortaleza de acero.

Y esa tarea —sí— es tuya.

Solo tú puedes enseñarle a detener la tormenta.

Solo tú puedes permitirle saborear la felicidad.

Solo tú puedes empujarla hacia el abismo.

Como le hables a tu mente, será el tono de tu vida.

Como trates a tu cuerpo, se dibujarán tus fracasos o tus logros.

Como respetes tus valores, se alzará tu prosperidad… o llegará la ruina.

El cerebro —órgano físico, maravilloso y frágil— necesita sustancias químicas para funcionar con armonía: serotonina, dopamina, oxitocina, epinefrina, norepinefrina, acetilcolina, GABA, glutamato. Todos nombres que parecen de laboratorio, pero que también se cultivan con actos humanos simples.

Las drogas que consumen miles de jóvenes prometen esos químicos de golpe, como si el placer pudiera inyectarse. Y sí, lo hacen… durante un instante. Pero luego exigen más, y más, hasta vaciar la mente y devorar la memoria.

Ese paraíso momentáneo cobra su precio con infiernos largos.

Lo que ellas dan artificialmente, puede obtenerse con acciones sencillas:

Bailar, reír, abrazar, cantar, leer, caminar, crear.

Celebrar pequeños logros: eso libera dopamina.

Comer bien, tomar sol, dormir: eso da serotonina.

Tocar, querer, acariciar: eso activa la oxitocina, la hormona del amor.

Y si fuéramos una sociedad que se abrazara de verdad —sin temor, sin desdén— tal vez seríamos un país menos enfermo, más humano.

Sí: a veces hace falta ayuda médica, y está bien. La ciencia también tiene su lugar, su luz.

Pero antes de llegar ahí, puedes intentar.

Puedes frenar la tormenta que imaginas.

¿Cómo?

Así de sencillo:

Abraza.

Ríe.

Aliméntate con cariño.

Ejercítate.

Escucha tu música favorita.

Vive el presente.

Platica con tus demonios, sin odio.

Entiéndelos.

Perdónate.

Y luego: decide.

Recuerda siempre:

Las drogas ilícitas prometen paraísos efímeros…

pero te condenan a infiernos interminables.

Hasta la próxima.

Miguel C. Manjarrez