Falsas terapias, falsas atribuciones de inteligencia, falsas ciencias, falsas políticas y falsas verdades dando estúpidamente falsos premios...
El relato del mal es el mismísimo que el de la mentira (sí, en tal camino o resultado en donde hay ausencia de razón) y siempre se utiliza cuando a una precisa sinrazón se pretende beneficiar, en detrimento ético (y a veces sutilmente), con una u otra intención o acción. En el relato del mal, la verdad siempre es creída, nunca racionalizada (por hacerla al fin no falsa).
El relato del mal (o el de la pura mentira) empieza siempre en cuanto no se desarrolla la suficiente razón y responsabilidad en algunos, por causa de una ceguedad (ante la realidad) que les supera; y suele ser: ignorancia per se, fanatismo, narcisismo o narcisismo corporativo, patriotismo o celo cultural, incomprensión ética, tener las patologías de confusión que generan la desinformación o tener una seudorrazón ególatra o inventada.
El relato de la mentira es muy difícil de evitar cuando ya alguien está desbordado de falsos mensajes o de falsas razones o de falsos bienes que los bueniza o los justifica en su propio lenguaje cotidiano o diario. Asimismo, en claro, el relato de la mentira lo ponen en funcionamiento casi todos los políticos e intelectuales en boga a través de una demagogia-estética imperante, de una retórica muy alineante o cínica, de un positivismo “blanqueador” de responsabilidad y del imponer una falsa obligación moral de OBEDECER a ciertas élites del poder o a esos conocidos “salvapatrias”.
El caso es que, en consecuencia, hay prejuicios que se hacen invencibles o superpoderosos con ese tan ayudado relato de la mentira; y ya se instala en la sociedad una moda de normalizar totalmente tal procedimiento basado en ningunear a la razón y de ver “machote” y prometedor el vender humos de sólo vanidad e ideales fanáticos.
Sí, he ahí que mensajes hipócritamente fáciles y unificadores en idioteces pasan a “esencializar” la mayoría de las mentalidades individuales o la misma opinión pública: “la guerra es necesaria”, “el toro no sufre”, “el rey ha hecho el divino bien”, “la dictadura nos salvó del comunismo”, “antes vivíamos mejor sin derechos”, “la violencia por machismo no existe”, “en ligereza el cambio climático tiene aún solución”, “el tabaco mata como todo”, “los inmigrantes nos quitan el trabajo”, etc.
El relato de la mentira así poco a poco llega a ser un poder o un contagio, un hecho arraigado y cultural, una firme determinación, ¡siempre!, un pozo demente del que la sociedad no podrá salir, caracterizado con falsas terapias, falsas atribuciones de inteligencia, falsas ciencias, falsas políticas y falsas verdades dando estúpidamente falsos premios.
El relato del mal será tan sutil como sutiles fueron todas sus raíces y derivaciones, sí, quizás en demasiadas frivolidades y soberbias de “especie dominante”. Y todo porque nadie se presta a pensar lo justo, lo sensato, porque no quiere nadie ver, no quiere nadie darse cuenta de lo más natural siquiera, no quiere nadie retroceder algún paso que ha realizado mal, no quiere nadie escuchar a la más sensatísima humildad o... equilibrada racionalidad. Sólo por eso.