Se trata de un dinero que sirve para muchas cosas, en especial propiciar que la economía del alcalde mejore sin tener que “robar” del erario público. Basta hacerse de la vista gorda y estar dispuesto a recibir uno o dos millones de pesos mensuales...
Por Catalina Pequeña *
Con cariño para los nuevos alcaldes
La historia de la vida pública municipal podría compararse a un brinco casi suicida. Como el de los trapecistas que actúan sin red o los jinetes charros cuya suerte principal es el salto de la muerte. De la pobreza a la riqueza. De la festinada honestidad a la más cínica corrupción. Ello gracias a lo que se llamó Ley de Coordinación Fiscal.
Antes los hombres ricos o populares huían de aquellos gobernadores que se fijaban en ellos para hacerlos presidentes municipales. Sabían que el cargo implicaba gastar parte de su pequeña o gran fortuna, además de realizar una intensa actividad pública para conseguir dinero del estado o la federación. Estaban conscientes de que lo único que les dejaría el sacrificio personal era, en el mejor de los casos, muchos compadres, y en el peor, varias deudas sociales además de reclamos por lo que no pudo hacerse.
Hoy es al revés: los políticos buscan la presidencia municipal de su pueblo o ciudad a sabiendas de que concluirán su trienio con dinero suficiente para invertirlo en la búsqueda de otras oportunidades que les generen más riqueza o poder, depende sus ambiciones. Esto porque hace cuatro décadas hubo un cambio en las leyes hacendarias para otorgar a los municipios el dinero que les corresponde de acuerdo con su número de habitantes. De ahí que los ayuntamientos se convirtieran en una especie de botín político. Y por ello la disputa por llegar al cargo de presidente municipal.
¿Habrá algún alcalde que haya salido limpio del cargo?
Quizá uno o dos que por su actitud deberían estar en el récord Guinness o, si lo vemos con los ojos de la cultura política actual, en la lista de los pendejos que dejaron pasar la oportunidad para hacerse ricos.
En los registros de la historia reciente aparece un mandatario que le molestó el hecho de que la dirigencia nacional de su partido se opusiera a que él designara candidato. Sin embargo, lo acató para desquitarse una vez que el elegido llegó al cargo. Aquel gobernador dijo enérgico al presidente impuesto: “Te voy a nombrar tesorero para que no te robes el dinero de las participaciones”. El alcalde, por cierto muy mañoso, aceptó sumiso la determinación del “jefe” a sabiendas de que el “negocio” no estaba en meter las manos a las participaciones sino en controlar la obra pública y manejar el dinero que producen los giros llamados negros.
Como este ejemplo hay muchos que giran en torno a la corrupción, digamos que institucionalizada. Ocurre en las capitales del país (como Puebla) y en cada uno de los municipios. Sólo se salvan los pueblos donde la miseria impide a sus autoridades entender la cultura de la corrupción y aprovechar la oportunidad para corromperse. La razón: viven en la marginación social donde no hay lugar para corromper o corromperse.
Lo curioso es que la corrupción en los ayuntamientos, llamémosle financieramente poderosos, funciona como un árbol del cual se benefician otras instancias de poder, especialmente las revisoras de la cuenta pública municipal, áreas donde medran inspectores o auditores cuya función les permite colaborar con los munícipes bajo la premisa del común salpicado: yo te ayudo y tú te mochas.
Los diezmos
Algún filósofo de la corrupción nos legó la siguiente frase: “Haz obra que algo sobra”, premisa que inspira a los políticos en cuyas funciones está el proponer para autorizar la aplicación del dinero en las obras públicas. De ahí que los costos naturales se incrementen en la medida de la ambición del alcalde. Verbigracia: el distribuidor vial se concursa con un tope de 400 millones de pesos. Gana la mejor oferta y después aparecen las “estimaciones escalatorias” que compensan el gasto de lo inesperado, como podría ser alguna corriente subterránea o falla geológica que obliga a invertir más dinero y en consecuencia a prolongar el tiempo estimado para concluir la obra. Al final del día lo presupuestado aumentó el 50 por ciento. Y el moche o diezmo asciende en esa proporción. En esa sola obra el constructor tuvo que ceder a la autoridad 60 millones de pesos, o más si negoció los sobreprecios.
Lo negro que se vuelve transparente
Hace poco un portal publicó la lista de los giros negros que han proveído de dinero a los presidentes municipales de Puebla Capital. Son los mismos de hace diez o veinte años pero con diferente nombre. Y seguirán funcionando como lo han hecho para confirmar que la mata sigue dando.
Se trata de un dinero que sirve para muchas cosas, en especial propiciar que la economía del alcalde mejore sin tener que “robar” del erario público. Basta hacerse de la vista gorda y estar dispuesto a recibir uno o dos millones de pesos mensuales después, claro, de salpicar a quienes le ayudan o, como decía otro gobernador “sabio”, de colaborar con las acciones proselitistas de su partido.
Este es, pues, el primer artículo de la serie “Corrupción, divino tesoro”. Se lo hemos dedicado a Eduardo Rivera Pérez, alcalde de Puebla, para ayudarlo a que “abra los ojos” con el fin de que su aparente inocencia no lo convierta en la broma cruel de la política poblana.
*Los redactores decidieron usar este seudónimo que agrupa la grandeza de la emperatriz rusa y la pequeñez de los políticos corruptos que hablan y piensan en inglés.