Felices cien años, querida Laurita...
El 18 de abril de 2025, Laura Bosques C. Manjarrez cumplirá 100 años. Hija de Gilberto Bosques Saldívar, ha sido la celosa y amorosa guardiana de los archivos, memorias y pensamientos del diplomático mexicano que salvó a más de 40 mil personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Gilberto Bosques fue apresado durante un año, tras haber abierto las puertas del consulado mexicano en Marsella a miles de perseguidos: políticos, intelectuales, artistas, empresarios, científicos, ingenieros, arquitectos. Hombres y mujeres que, gracias a su ayuda, no solo conservaron la vida, sino que ofrecieron a México su talento, su gratitud y su legado. Algunos historiadores estiman que entre los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de aquellos refugiados, hoy viven en nuestro país entre quinientas mil y hasta cuatro millones de personas. No hay censo que lo confirme, pero la cifra importa menos que el gesto: sin Gilberto Bosques, ellos no existirían.
Ninguno de ellos tenía un vínculo con el cónsul. Eran completos desconocidos. Y, sin embargo, fueron recibidos con la generosidad que solo los grandes poseen: la de quien ayuda sin esperar nada a cambio, más que la satisfacción de saberse útil al prójimo.
Laura y su hermana Teté eran niñas cuando la familia Bosques fue arrestada y confinada durante un año por el régimen nazi. En el libro De Viva Voz, publicado por El Colegio de México, don Gilberto narra cómo, aún en ese encierro forzado, sus hijas participaron con gallardía en tertulias y actividades artísticas para sostener el ánimo de los demás prisioneros.
Durante aquel año, mientras caían bombas a escasos metros del hotel donde estaban recluidos, la familia comía junta. Las niñas leían cuentos, cantaban, recitaban poesía. Laura declamó La marcha triunfal de Rubén Darío ante una audiencia de almas rotas. En una fiesta de disfraces, Teté sorprendió a todos apareciendo con un paracaídas a la espalda, como si la guerra pudiera conjurarse con la risa y el juego.
El régimen era severo. Soldados alemanes vigilaban la puerta. La Gestapo rondaba los pasillos. Y, sin embargo, entre esas paredes se organizaban conferencias, veladas literarias, conciertos. Como una trinchera cultural en medio de la barbarie.
Cuando los bombardeos se intensificaron, Gilberto advirtió a sus hijos: “Esto se está poniendo muy mal”. Ellos, adolescentes de 17, 16 y 14 años, respondieron con la entereza de los que han visto demasiado pronto el rostro del horror: “No, no pasa nada”.
Vieron caer aviones, colapsar hospitales cubiertos de polvo, escenas de pánico indescriptibles. Y aun así, nunca dejaron de cantar. Cuando fueron liberados en un intercambio de prisioneros, compartieron tren con soldados norteamericanos mutilados, heridos, quebrados. Y ahí, en esos vagones de sombra, las hijas de Bosques cantaron canciones mexicanas para devolver un poco de alma a los que regresaban del infierno.
Días después, en Lisboa, abordaron el barco Gripsholm, junto a prisioneros americanos liberados. El navío los llevó a Nueva York, donde fueron recibidos por algunos de aquellos a quienes habían ayudado a escapar. Muchos, magnates de Wall Street, ofrecieron toda clase de obsequios. Todos fueron amablemente rechazados. Porque, como siempre insistió don Gilberto: “Lo que hicimos, lo hizo México, no nosotros”.
De niño, me llamaba la atención que mi tía Laurita dejara siempre el plato limpio. En mi imprudencia infantil, pregunté una vez si eso no era falta de etiqueta. Ella, con una sonrisa dulce, me explicó que durante el año que estuvo prisionera de Hitler, una papa era la ración diaria por persona. Desde entonces, la comida era para ella un acto sagrado.
Hoy, al cumplir cien años, sigue siendo la misma mujer luminosa, afectuosa, firme. Su bondad no se desgastó con el tiempo, se fortaleció. Su memoria es un faro, su vida una lección, su amor un ejemplo.
Y en ese ejemplo vive también el espíritu de su padre, quien jamás aceptó homenajes personales, porque entendía que el verdadero reconocimiento pertenece al pueblo que inspira y respalda a sus servidores.
Laura Bosques Manjarrez cumple cien años. Y con ella, celebramos la dignidad, la ternura y la memoria de una familia que eligió la vida por encima del miedo, el arte por encima del odio, la decencia por encima de la historia.
Felices cien años, querida Laurita.