Focos Rojos...
Hace dos décadas, presencié cómo un turista abordaba a un chamula, quien, sin inmutarse del clima invernal, caminaba feliz por las calles de San Cristobal de las Casas, Chiapas. El sorprendido y curioso visitante le preguntó: “¿no tienes frío en las piernas?” Y el indígena, cuyo sombrero, conforme a la tradición estaba adornado con listones de vivos colores simbolizando su soltería, en tono retador contestó con otra pregunta mientras escudriñaba el blanco rostro de su interlocutor: “¿tú acaso ‘tenes´ frío en la cara?”
El orgullo y la dignidad son cualidades que no han perdido los integrantes de aquellas etnias de origen maya (tzeltales, tzotziles, tojolabales). Las conservan desde que sus parientes cercanos decidieron lanzarse a las profundidades del Cañón del Sumidero en un acto de repudio contra el conquistador español. Incluso han sido lo suficientemente fuertes para mantener sus costumbres a pesar de la expoliación practicada por los ricos, en especial, por los fabricantes de aguardiente como el famoso don Chema Pedrero el más conspicuo representante del caciquismo sangriento contemporáneo cuya fortuna se hizo al calor de los alambiques clandestinos.
Los indígenas durante décadas se han estado defendiendo para proteger sus valores espirituales, sus costumbres y hasta sus mujeres. En esa lucha generacional, desesperados por poderosas agresiones, han abierto su corazón a toda tipo de ofertas, tal vez esperanzados en que una de ellas les reintegre la libertad, les permita ejercer sus derechos y les dé oportunidad de encontrar los beneficios de la justicia social.
Es obvio, pues, que de esa sed de comprensión se hayan valido desde los promotores de la fe hasta los explotadores del hambre. Y por ello no debe sorprendernos que estén levantados en armas en una franca declaración de guerra contra el gobierno de México, contra su gobierno y el régimen salinista, para–según dicen–“derrocar la dictadura y restaurar la legalidad y estabilidad de la nación”. Con esa decisión sin duda inducida por grupos que conocen las entrañas del sistema, también nos demuestran que en México existen gobernadores que no solo menosprecian al pueblo, sino que hasta se valen de él para alcanzar sus muy particulares objetivos. Y queda constancia que su ambición genera consecuencias que ponen en entredicho el prestigio internacional de Carlos Salinas de Gortari, especialmente cuando está a punto de iniciarse la campaña electoral que habrá de renovar el mando de la República.
Pero también enciende los focos rojos en diferentes partes del país donde la miseria se ha entronizado; por ejemplo, en el estado de Puebla. Y pone alerta a mandatarios que como el nuestro recibieron una terrible y nada envidiable herencia social, debido a los altos índices de pobreza, por desventura los más elevados de México.
Le puedo asegurar que a partir de hoy la Mixteca Poblana aparecerá subrayada en los mapas de Seguridad Nacional, figurando como una región peligrosa debido a su atraso y conformación política. Y que también será considerada en las estrategias de esos grupos antagónicos y fortalecidos por su conocimiento de las entrañas del sistema, especialmente ahora que -insisto– ingresamos a una etapa electoral.
La rebelión de Chiapas nos enseña que la Revolución todavía se encuentra latente en la epidermis del pueblo, en el corazón de los mexicanos. El problema –a mi juicio– es que esta condición, digamos que genética, ha sido soslayada a causa de la pasión desesperada por beneficiar la élite financiera, haciéndola más rica a pesar de que ello perjudique el nivel de vida de la mayoría y, por ende, incida en la animadversión contra el gobierno.
Esperemos, pues, que nuestras autoridades entiendan que, no obstante lo frío de las estadísticas, el pueblo aún tiene el corazón caliente y viva la fe por la justicia social.
3/I/1994