Un grito altisonante (Crónicas sin censura 109)

Réplica y Contrarréplica
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Si acaso el lector supone que soy antiyanqui, le aclaro que está equivocado. Como usted o como cualquier persona medianamente inteligente e informada, admiro la capacidad, el empeño, la tozudez y la inteligencia del vecino pueblo y, especialmente, la belleza de sus mujeres cuya anatomía rebela la excelencia de la cultura del trigo, la mantequilla y el jamón...

Hoy celebramos el grito 183 de nuestra independencia. Lo hacemos además con la “bendición” del gobierno de Estados Unidos, de William Clinton y de tres de los expresidentes de ese poderoso país. Empero, a diferencia de otros años gritaremos ¡Viva México!, soportando sobre nuestra historia, sobre nuestra dignidad, el espaldarazo político ocurrido, ayer en Washington, a la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC).

Por los discursos de Cárter y Bush supimos que la nación mexicana podrá “ejercer la democracia” gracias a la inteligencia y “bondad” de nuestros vecinos del norte. Que tendremos en nuestra tierra mejores alternativas de trabajo debido al impulso económico que habrá de propiciar el TLC. Que mejoraremos nuestra capacidad de compras con el comercio norteamericano, pues, según Clinton, el mexicano consume más mercancía gringa que los japoneses y alemanes. Que nuestros paisanos emigrantes dejarán de buscar trabajo en la tierra del Tío Sam, lo cual –obvio– garantiza que un gran sector güero dé rienda suelta a su xenofóbia Kukuxclanezca.

También pudimos comprobar que las reformas a nuestra Constitución han endulzado la relación entre México y Estados Unidos, o que en lugar de alegrarnos debería preocuparnos en virtud de su exclusividad y dedicatoria.

Igualmente constatamos que el gobierno salinista cayó en el garlito armado por los “think tanks” (literalmente tanques de cerebros, asesores al servicio de las trasnacionales), al creer en las promesas de una facción panista, más interesada en los proyectos de Estados Unidos que en la raigambre nacionalista de nuestra patria. Y ya no cabe la menor duda que va por buen camino el plan propuesto por la Fundación Heritage, cuyo objetivo principal es poner de rodillas al sistema político mexicano.

Hace una década se dio a conocer el proyecto de la citada fundación en el que hace varias recomendaciones al gobierno de los Estados Unidos. Una de ellas era impulsar la democracia en México, lo cual ocurrió bajo un criterio muy a la gringa. En primer lugar fue constituido el Fondo Nacional para la Democracia en América Latina, recursos que estaban destinados al pago de gacetillas en la prensa mexicana conservadora, y al mismo tiempo a financiar al PAN. Después y como usted seguramente recordará, se inició la campaña multimillonaria de Manuel J. Clouthier, quien en su periplo electoral impulsó cambios en el panismo tradicional. Por último se creó una nueva casta blanquiazul cuya estrategia se ciñó a la lucha destinada a eliminar el panismo nacionalista e independentista.

Aparte de ese trabajo en pro de la democracia, en los medios de comunicación norteamericana empezó a funcionar una campaña contra México, naturalmente contra el gobierno. Pretendía la animadversión hacia lo mexicano, incluso ridiculizando nuestras costumbres, exacerbando nuestros defectos y la ignorancia de la gente pobre. En el mismo sentido fueron entrevistados Cuauhtémoc Cárdenas, el propio Clouthier, algunos representantes de la izquierda mexicana, el entonces candidato Carlos Salinas, Porfirio Muñoz Ledo y Barrio Terrazas. Excepto Salinas, los demás echaron pestes contra el sistema político imperante; la razón: unos estaban en campaña, otros gastando los citados fondos para la democracia, y dos o tres cargaban ya la derrota sobre sus hombros.

Si acaso el lector supone que soy antiyanqui, le aclaro que está equivocado. Como usted o como cualquier persona medianamente inteligente e informada, admiro la capacidad, el empeño, la tozudez y la inteligencia del vecino pueblo y, especialmente, la belleza de sus mujeres cuya anatomía rebela la excelencia de la cultura del trigo, la mantequilla y el jamón. Pero como no puedo sustraerme a los atentados contra la inteligencia de los mexicanos, desde esta trinchera me permito declarar la guerra al expansionismo yanqui y, con todo respeto, decirles: ¡Viva México cabrones!

Alejandro C. Manjarrez 

15/IX/1993