Con el deseo de escuchar una calificada opinión al respecto, entrevisté por vía telefónica a Gilberto Bosques Saldívar, el último de los constituyentes poblanos. El ex embajador dijo:
¿Sabía usted qué uno de los nietos del presidente anterior a Clinton ya puede aspirar a gobernar nuestra nación?¿Qué dentro de treinta años ese niño de apellido Bush, educado en Estados Unidos, podría trabajar para aquel país despachando desde los pinos?¿Qué después de servir a la bandera de las barras y las estrellas ya cuenta con el derecho de ser electo presidente de México?¿Qué para lograrlo solo tiene que residir en nuestro suelo durante veinte años ininterrumpidos?
Todo ello, respetado lector, gracias a que por las venas del ahora infante corre una porción de la sangre de su madre nacida quizá por accidente en la República Mexicana.
La reforma al artículo 82 de la Constitución de México, tiene, a mi juicio, dos dedicatorias que por impopulares, sería impensable soslayar: una de ellas ha servido para esponjar el ego de un puñado de políticos, entre los cuales destacan los panistas Vicente Fox y Diego Fernández de Cevallos, negociadores ambos de la citada modificación. Y la otra para tranquilizar la intención expansionista de los Estados Unidos, donde los anhelos de riqueza y dominación siempre se han antepuesto al principio de soberanía y al derecho de autodeterminación de los pueblos.
Ejemplos hay muchos y muy conocidos.
Para que el lector no vaya a pensar que este columnista forma parte de alguno de los ahora modernos grupos xenófobos y reaccionarios, a grandes rasgos haré referencia de la historia de esa poderosa nación a fin de recordar cómo ha funcionado su estrategia para incrementar su territorio y, por ende, su riqueza.
La primera gran adquisición de tierra fue lograda por Jacobo Monroe, quinto presidente de los Estados Unidos. Este personaje, tuvo el encargo de entablar negociaciones (1803) que concluyeron siendo presidente. En 1821 obligó a España a ceder las Floridas del este y oeste. Con ello Monroe se ganó el mérito de ser el gestor inmobiliario más eficaz de su país.
La segunda y más importante expansión territorial le correspondió a Jaime Polk, undécimo presidente de los Estados Unidos. Para ello contó con la infatigable ayuda de un gabinete conformado por hombres cuya ambición no conocía límites. Gracias al apoyo de ese “excelente” equipo pudo seducir a sus gobernantes con el bello ideal de los demócratas: preservar la esclavitud y ensanchar los límites del territorio.
Dado que Texas se había declarado república independiente después del proceso desestabilizador diseñado por el gobierno de Monroe, en el cual participó Joel R. Poinsett, quien más tarde sería el primer embajador yanqui en México, el presidente Polk dirigió su atención hacia aquel territorio. En julio de 1845 ordenó al general Taylor marchar sobre Texas para ocupar una posición lo más cerca posible del rió Grande. Y en 1847, a pesar de las protestas diplomáticas de nuestro gobierno, nos declaró una guerra que, además de Texas, cobró los territorios de Nuevo México y Alta California.
Dice la historia de Estados Unidos que la adquisición de California y Nuevo México, que añadió la fijación de los límites de Oregón y la anexión de Texas, son resultado de la mayor importancia que contribuyeron al aumento de la riqueza del país; mucho más que los obtenidos desde que se adoptó la Constitución.
Con el deseo de escuchar una calificada opinión al respecto, entrevisté por vía telefónica a Gilberto Bosques Saldívar, el último de los constituyentes poblanos. El ex embajador dijo:
“Considero que es un asunto legislativo todavía en trámite. En su conjunto no se explica como problema de la actual política del país.
No puede vislumbrarse la posibilidad de que más tarde sufra reformas o supresiones parciales, y dada la espera de su vigencia, lo que se oculta e esa reforma constitucional.
Esperamos pues, que de aquí a 1999, fecha planeada para poner en vigencia el artículo 82 reformado, ocurra algún evento que, además de aclarar el motivo de la reforma, afiance nuestros valores, nuestra cultura y, sobre todo, nuestra independencia.
6/IX/1993