El poder de la sotana (El relevo del nagual)

Réplica y Contrarréplica
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Capítulo 44

El relevo del nagual

El crimen hace iguales a todos los contaminados por él.

Marco Anneo Lucano

 

Juana Osorno, antes Concepción, la madre jerónima que había aceptado continuar la labor de la monja Concepción Torres, llegó al templo de la Conchita en Coyoacán. Lo hizo en plena obediencia a las indicaciones del manuscrito redactado por la madre Torres, instrucciones precisas que tenían que obedecer a pie juntillas los integrantes del grupo “Los Siete Cirios”.

El color del vestido de la religiosa se mimetizó con el tono sepia de la puerta. Su figura parecía uno más de los relieves que adornaban los tablones de caoba tallada con las imágenes religiosas que compartían aquel espacio con la cruz sostenida por las espaldas de Jesús de Nazaret, figura que inclinada ocupaba las cuatro hojas del portón. Juana pidió a Dios que se encontraran dentro de la iglesia los miembros del grupo “Los Siete Cirios”. Como era su costumbre cada vez que tenía alguna duda se puso a rezar: 

Acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de estas llamas, que la santa Iglesia nos ha transformado en el símbolo humano de los cirios pascuales. Somos obra tuya y de la naturaleza. Estamos hechos a tu imagen y semejanza. Sabemos ya lo que anuncia cada una de nuestras columnas de fuego, ardiendo en llama intelectual para defender la gloria de Dios... Te rogamos que nos veas como cirios consagrados a tu nombre, cuyo destino es destruir la oscuridad de esta noche para dar luz a la conciencia de los hombres que combatirán a quienes han querido aniquilar a la Santa Iglesia Católica… 

Al concluir su oración, Juana se animó a tocar la puerta. Lo hizo con la palma de su pequeña y regordeta mano zurda: dio tres golpes cortos seguidos y dos aislados. Como si la estuviesen esperando, segundos después de esas sonoras cachetadas sobre la madera, se abrió una de las hojas de la entrada a la iglesia. Los seis miembros del grupo se sorprendieron al ver que otra persona había usado la clave de Concepción. La “intrusa” captó el desconcierto y antes de cualquier pregunta o reclamo la monja anticipó:

—Me envía Conchita. No se preocupen. Nuestra hermana se encuentra enferma y me pidió suplirla. Fui enterada por ella de todo esto y también me dijo que ustedes, Raúl, Rodrigo, León, María, Guadalupe y Onésimo, me ayudarán a cumplir la misión que nos ha encomendado Dios nuestro Señor.

Escuchar sus nombres tranquilizó a los desconcertados cómplices de Concepción, fundadora de Los Siete Cirios. Todos cambiaron la expresión del rostro: la amabilidad suplió a la desconfianza. Una vez que la suplente de su lideresa se presentó explicándoles los motivos de su presencia, los siete discutieron la modificación al plan. Sin saber que la madre Conchita ya había muerto, Juana les transmitió las razones de su “hermana” informándoles además que el padre Miguel Torres había ordenado a “Conchita excusarse de cualquier misión que pudiera afectar el nombramiento de abadesa que en unos días le otorgaría su obispo”. Dijo que le pidió dejar aquello que la pusiera en peligro de cometer una falta y que por ello fuera sometida a una sanción pública.

—El objetivo cambió: ahora el nagual es Álvaro Obregón”, expuso la monja Juana con una amplia sonrisa que dejó ver sus dientes torcidos y amarillentos. León también sonrió y casi sin mover los labios exclamó festivo: “Bueno, pues ahora será un blanco más difícil porque sólo tiene un brazo…”

Juana cerró los ojos y murmuró: “No olvidemos lo que dijo san Pablo: la fe es un combate”. El resto hizo comentarios parecidos, unos bíblicos otros personales para, conforme hablaban, mezclar sus alientos agrios con el olor a humedad, a salitre.

Alejandro C. Manjarrez