“En camino largo, corto el paso”
Nunca pude agradecer a ningún terapeuta el haber encontrado el hilo que me permitió aclarar las confusiones de mi inconsciente para dejar atrás las espesuras que me agobiaron. De hecho fui yo mi propio psiquiatra porque acostumbré mirarme en el espejo de la vida con el propósito de desenterrar los monumentos que habían permanecido sumidos en alguna parte de mi cerebro. Ser bajo de estatura física, de tez morena y mis complejos ante la belleza femenina, fueron tres de esos monolitos gigantes. Además tuve muchas carencias, entre otras razones porque —diría el poeta Walt Whitman— pasé varios años en el absurdo celibato que inicié después de mi primera, casual y fugaz relación con la jovencita que sin habérselo propuesto me enseñó a reconocer el aroma de las flores mezclado con el olor del sexo. Y ya que cité a Whitman retrocedo varios siglos para recordar a Lope de Vega, el poeta de La Dorotea y del soneto No sabe qué es amor quien no te ama...bardo cuyos versos me ayudaron a resolver mis crisis sexo-psicológicas, si se vale el término. Uno de ellos: “Mas si del tiempo que perdí me ofendo/tal prisa me daré, que una hora amando/venza los años que pasé fingiendo”.
Como mi despertar resultó tardío tuve que reponer con creces los momentos de placer perdidos en el extraño laberinto conformado por complejos y autocompasiones. Claro que tuve excesos en mi oficina del Palacio de Gobierno: fue cuando mi soledad se complementó con la presencia de alguna mujer cuya belleza invitaba a aprovechar el confort de los sillones y lo mullido de las alfombras persas del despacho gubernamental.
A partir de esas liberaciones adopté uno de los cantos del referido Whitman, el traducido por Jorge Luis Borges. Lo hice mío para “cantárselo” a las mujeres que se cruzaron por el camino donde las hormonas vencen todo, hasta la prudencia y el decoro:
Yo me celebro y yo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca…
Según la doctora De la Hoz, en cuanto empezaba a hablar valiéndome de esa verba y conforme transcurrían los minutos, se me iba quitando lo feo. Eso dijo. Añadió con un dejo entre sincero y travieso: “Después de un buen rato de conversación, las chicas ya no perciben tu apariencia física”. En lo que parecía una variante del cultivo yucateco, Mary dijo que le había sorprendido comprobar cómo en minutos las integrantes del llamado sexo débil cambiaban su trato hacia mí: “De mujeres hoscas y esquivas se transforman en damas sencillas y coquetas”: el milagro del poder combinado con la magia que se produce en la personalidad de quien lo ejerce. Según ella, esta última acotación estuvo inspirada en la entrevista que Oriana Fallaci le hizo a Sammy Davis Jr. Recuerdo con emoción la sonrisa de mi asesora y ángel de la guarda porque por un instante quité la vista de su trasero para ver su dentadura perfecta por donde cantarinas y festivas brotaron las siguientes palabras: “Jefe querido: dicho esto sin perder de vista la proporción de fealdades, ¡eh!”.
Ocurrió tal cual y su respuesta al hombre con poder me transmitió la seguridad y fortaleza espirituales para enfrentar la vida pública con éxito ya sin temores o complejos. Ayudó el haber ganado mi primera elección federal que me abrió las puertas de los espacios que conducen a la gubernatura. Las manías pueblerinas quedaron archivadas en el anecdotario personal. Fue tal mi seguridad que llegué a sentirme presidenciable, conducta que se topó con piedra cuando Cordero me pidió apoyarlo una vez hecha la designación del sucesor: se refería al destape de uno de sus amigos de la infancia. La revelación presidencial anticipada me bajó del ladrillo obligándome a poner los pies en la tierra para asimilar mis limitaciones.
En el complicado trayecto de gobierno la vida me regaló todo tipo de experiencias. Las más importantes giraron en torno al dolor ajeno. El llanto de las mujeres, por ejemplo, hizo las veces de un torniquete que aplastaba mi corazón. No lo resistía. Cada lágrima femenina parecía romper mi estructura emocional. Somatizaba el dolor lo cual me produjo muchos conflictos derivados de decisiones inducidas por cualquier cosa menos por la razón. Uno de esos plañir fue el de cierta comadre que me pidió perdonar a su esposo, el más pendejo de los corruptos que he conocido. Me compadecí y después tuve que arrepentirme debido a que su mala fama se me vino encima como cualquiera de los aludes mediáticos que acaban con los prestigios públicos. Mi debilidad fraterna fue aprovechada por Irene Walter para vender lo que ella llamó beneficios del derecho de picaporte a la alcoba presidencial. Cínica como lo era solía acompañar su argumento musicalizando las líneas del poema “Piernas” de Mario Benedetti: “Las piernas de la amada son fraternas… Las piernas de la amada hacen historia…”
Por todo ello y algunas cosas más que omito para evitar los problemas judiciales que podría provocar mí autobiografía (denuncias en mi contra y en el menor de los casos demandas por daño moral), la confusión que sufrió Arturo Ramos cuando vio a Isabel Coss en vez de a Irene, provocó en mí uno de los titubeos más peligrosos que tuve como gobernante: quise aclarar el error pero se impuso la necesidad de aprovechar aquella oportunidad para poner en práctica lo que en ese momento se me ocurrió. Pero había que guardar silencio y dejar que, fiel a su costumbre, Ramos supusiera que estaba autorizado a quitarme de encima el inconveniente que representaba el chantaje de Irene. Sólo tenía que decirle alguna frase clave para despertar al monstruo que llevan dentro ese tipo de personas cuya tranquilidad depende de sus facultades para responder a los impulsos delictivos que obliga su trabajo. Empero, decidí esperar, meditarlo y ponderar las consecuencias judiciales que produce la inducción siniestra, el silencio cómplice o la orden patibularia.
Chacales
María de la Hoz empezó a sentir la presión que le produjo la responsabilidad de manejar al mismo tiempo la prensa, el Sistema de Información y Análisis Preventivo y, desde luego, mi agenda política-cultural privada. Como ella me lo había anticipado, algunos medios de comunicación iniciaron el pataleo del ahorcado mientras que otros, los que se manejaban con una economía más o menos solvente, mostraron su preocupación por la ausencia de convenios de publicidad y la desaparición de las dádivas que acostumbraron mis antecesores. Ese estiaje económico programado con el deliberado propósito de apretar a los medios de comunicación, produjo lo que nunca había pasado pero que por obvias razones esperábamos: el noventa por ciento de los periódicos que soportaron las presiones de la falta de dinero oficial, se unieron para transmitirse y publicar aquello que preocupara al gobierno. La reacción de marras, por cierto previamente explorada, aportó la fórmula para negociar con cada periódico o medio electrónico.
Una vez más la prospectiva de Mary resultó acertada, pertinencia que nos llevó a instrumentar el siguiente paso tal y como había sido planeado a partir de las siempre útiles e ilustrativas proyecciones. Eliminamos la herencia maligna de algunos de los gobiernos anteriores al mío. No hubo pues aquella respuesta del gobernante entrampado en los resabios, complejos de género o los nocivos conflictos existenciales.
Se dio así el oportuno relevo de la doctora después de que ésta conquistara a directores, columnistas y reporteros de la fuente de Gobierno. Lo hizo resolviéndoles sus problemas financieros, intervenciones que la convirtieron en la mejor amiga de la prensa. Además fue la candidata para todo lo bueno que se les ocurría.
De acuerdo con las reacciones que generan este tipo de arreglos, no faltó quienes rechazaran todas las propuestas basándose en su peculiar interpretación de la honestidad y la ética en el periodismo. Sus compañeros los definieron como kamikazes o, en la mejor de las apreciaciones, quintacolumnistas del periodismo. Esto último debido a que se dedicaron a enturbiar las negociaciones abiertas, profesionales y legalmente justificadas entre los medios de comunicación y el gobierno.
Báez Tamayo, alias Aquiles Jodo, fue el primero en denunciar “los tratos bajo la mesa entre gobierno y prensa”, escritos que acompañó con referencias sobre los crímenes y la corrupción que, según él, había propiciado mi gobierno. Aquiles siguió el patrón que Mary había conjeturado para defenderlo basándose en que la crítica daba equilibrio al prestigio del poder, siempre y cuando el gobernante actuara en consecuencia a través de su vocero o la instancia oficial encargada de aclarar todos y cada uno de los señalamientos.
Para validar la estrategia, la doctora contestó al periodista directamente y sin tapujos valiéndose de aliados a la causa del gobernador. Dicho con otras palabras: le echamos montón a los críticos y fueron sus propios compañeros quienes aclararon buena parte de los cuestionamientos en mi contra. De ahí que Báez Tamayo decidiera bajar el tono de sus comentarios y enfilar sus baterías hacia los políticos que menospreciaban a la opinión pública, como por ejemplo Odilón Balerín.
Los conflictos con la prensa aparentaron estar zanjados unos y resueltos otros con la magia del dinero. Igual se resolvió el follón que quiso armar Odilón, cuya vida íntima tuvo varios escándalos: cinco de sus esposas lo demandaron y otras seis lo denunciaron por polígamo. Le costó una buena lana arreglar esos problemas que, además de mantenerlo ocupado, divirtieron a la sociedad ávida de los chismes color de rosa decorados con brochazos amarillentos.
Mi gestión fue viento en popa, entre otras razones por las cortinas de humo que tendimos para desarticular tramas como aquella en que se metió Juan Águila del Sol, mi secretario de Finanzas, historia que por su importancia debo compartir valiéndome del relato que escribió María de la Hoz después de escuchar de viva voz mi experiencia. Se trata de palabras y expresiones que le transmití cuando aún me sentía impactado, tanto o más que el deudo principal y directo de lo que resultó una terrible tragedia personal.