EL DESEMPLEO, PADRE DE LA EXPERIENCIA
Para la mayoría de la gente, la política tiene algunos sinónimos: hipocresía y mentira, por ejemplo, son dos de ellos. Y los políticos, las características de Tartufo, el personaje de Molière, quien en su obra del mismo nombre hizo el retrato psicológico de lo que se define como el falso devoto.
Es, pues, un sentimiento con diversas manifestaciones en los diferentes sectores de la sociedad, incluido desde luego el intelectual, donde las anécdotas se ilustran con vivencias como la siguiente:
En una de las giras del presidente Echeverría, el escritor Ricardo Garibay se encontró con el escultor Francisco Zúñiga. No se conocían; sin embargo, entre ambos surgió un afecto instantáneo que permitió al escultor hablar con franqueza y al artista contestar en el mismo talante.
—No te imaginaba entre políticos —le dijo Garibay.
—Yo a ti tampoco —le reviró Zúñiga.
—¿Y luego, pues? —insistió el literato.
—A ver qué veo —dijo el escultor—. ¿Y tú?
—A ver qué oigo —se defendió don Ricardo.
—Entonces te llevo ventaja —arguyó Zúñiga—. Tú vas a oír mentiras.
La brevedad de este diálogo —por cierto citado en el libro De vida en vida, cuyo autor es el propio Garibay— confirma el pensamiento apuntado en el primer párrafo. Pero también establece cómo el “ogro filantrópico” (Octavio Paz, dixit) ha logrado atraer hacia sus entrañas a todos aquellos que, en su ámbito y especialidad, buscan servir a la sociedad y que, para poderlo hacer, tienen en ocasiones que mimetizarse aunque sea por un ratito. De ahí que no todo lo que brilla es oro ni todo lo que huele apesta.
Entre esos destellos y aromas podemos encontrar a uno que otro personaje de la política local que, para sobrevivir, tuvo que adoptar la cualidad de los camaleones: es decir, confundirse y asemejarse con el resto de la “fauna”. Es el caso de Jaime Alcántara Silva, ahora candidato a diputado federal y, durante el régimen anterior, desempleado por obra y gracia de los resabios y resentimientos contra el piñaolayismo. Seguramente recordará el lector que Alcántara fue compañero de Legislatura de Mariano Piña Olaya, más tarde su secretario particular durante la campaña a gobernador, después su subordinado en lo que se llamó “Promotora de Puebla” y posteriormente delegado estatal de la Comisión Reguladora de la Tenencia de la Tierra (Corett), dependencia a la cual llegó, digamos que a contrapelo.
Esta es la historia:
El entonces gobernador había pensado comercializar los terrenos ejidales de Momoxpan. Con esa intención pidió y obtuvo para Jaime la delegación estatal. Empero, ignoraba o no se dio cuenta de que existía una delegación regional y que Juan Bonilla Luna (uno de sus críticos, el más inteligente) era el responsable del control y administración de las delegaciones de Puebla, Veracruz y Tlaxcala.
Así fue como Alcántara quedó en medio. E intuyo que gracias a ello pudo percibir las malévolas intenciones de su amigo, observación que le permitió correr a tiempo para, quizá obligado por las circunstancias, ingresar a los terrenos de la maduración intelectual.
El desempleo, padre de todas las experiencias, indujo al ahora candidato por el distrito de Ciudad Serdán a usar el tiempo libre (casi todo el día) para leer y escribir. Lo hizo con tal constancia y dedicación que logró publicar su novela Valeria sin dejar la lectura, que le permitió ampliar su cultura y el conocimiento de la teoría política…
Ese difícil y complicado trayecto también lo hizo madurar y vigorizar sus conceptos sobre justicia y equidad.
Y su participación como coordinador en Puebla de Francisco Labastida Ochoa lo condujo de nuevo a donde la hipocresía y la mentira compiten con las buenas atenciones, que son las que distinguen a Jaime Alcántara: el candidato que acudió a registrarse sin tanta alharaca y acompañado de su familia y María Elena, su esposa y compañera. Actitud que lo presenta como un hombre decidido a legar a sus hijos un buen ejemplo.
Alcántara se convirtió en diputado federal y también en coordinador de la diputación poblana, constatándose con ello lo que en el PRI se llama “justicia revolucionaria”.