Como en el caso de Luis Donaldo Colosio, cuyo desarrollo estuvo casi al margen de las redes del poder, el de Zedillo también se dio lejos de los tradicionales vínculos que ligan a los viejos revolucionarios con la generación actual...
Ni Francisco I. Madero, ni Álvaro Obregón, ni Plutarco Elías Calles, ni Avelardo L. Rodriguez, ni Lázaro Cárdenas, ni Ávila Camacho, ni Ruiz Cortines pudieron obtener un grado universitario o académico. Sin embargo, los siete llegaron a presidentes de la República, por méritos militares o por méritos burocráticos.
De ellos solo tres dejaron descendencia directa o indirecta, que por suerte, capacidad o inteligencia aún forma parte de la clase política nacional. Uno es Pablo Emilio Madero, candidato a presidente postulado por la Unión Nacional Opositora (UNO); otro responde al nombre de Fernando Elías Calles y trabaja como subsecretario de Educación en el gobierno de Salinas; y el tercero es el controvertido Cuauhtémoc Cárdenas.
Entre Manuel Ávila Camacho y Carlos Salinas de Gortari hay cuatro abogados egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y uno más (Díaz Ordaz) de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP). Tres que nacieron en el Distrito Federal, dos en Puebla, dos en Veracruz, uno en el Estado de México y otro en Colima. Y de la gran gama de presidentes de esta nación, los tres últimos (López Portillo, De la Madrid y Salinas) son los únicos que cuentan con estudios de posgrado en el extranjero.
Obregón y Calles apadrinaron a Lázaro Cárdenas y este a su vez introdujo a Manuel Ávila Camacho en los Pinos y – por carambola– a Miguel Alemán. Después Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz vigorizaron la Cadena de compromisos (la familia feliz de la época), hasta que Luis Echeverría tuvo la ocurrencia de romper con sus eslabones para, accidentalmente, impulsar a una nueva tutoría que curiosamente recayó en la persona de Raúl Salinas Lozano.
Salinas Lozano, secretario de López Mateos, y padre del ahora presidente de México, empezó a moverse con la libertad que permite la función de consejero privado. De esta manera fortaleció el trato personal con los Carrillo Flores y los Beteta –por citar a dos de los grupos– hasta que Echeverría lo hizo director general de la Comisión Nacional de Precios. Más tarde, en 1979, López Portillo lo envió como embajador a la Unión Soviética, de dónde Miguel De la Madrid se lo trajo para (quizá por petición de su hijo Carlos) convertirlo en senador de la República por el estado de Nuevo León.
A partir de ahí la nación empezó a respirar los nuevos tiempos de la tecnocracia política. Se formalizaron compromisos generacionales que, en su momento, recibieron el aval de Carlos Salinas de Gortari, titular del Poder Ejecutivo de la nación. Fue entonces cuando aparecieron varios de los hombres del presidente para formar lo que el politólogo estadounidense Roderic Ai Camp define como “las camarillas del poder”.
El ingreso de Ernesto Zedillo Ponce de León al equipo salinista, se debió, de manera preponderante, al apoyo de Leopoldo Solís Manjarrez, tutor político de este grupo e impulsor profesional (colegio de México) de varios funcionarios públicos, entre ellos Manuel Camacho Solís, Emilio Lozoya Talman, Guillermo Ortiz Martínez, Francisco Gil Díaz y –de rebote– José María Córdoba Montoya.
Sin ser del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) de la UNAM o del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), ni pertenecer a la prosapia revolucionaria o a la “familia feliz”, Ernesto Zedillo ingresó a la élite política de México, gracias a su desarrollo profesional que lo hizo merecedor de una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y a estudiar el doctorado en la Universidad de Yale (1974–1978), donde antes que él habían estudiado Gabriel Mancera Aguayo (1959–1960), Gustavo Petricioli (1955–1957) y Leopoldo Solís Manjarrez (1957-1969). Coincidió, pues, con Pascual García Alba (1975–1978) y Jaime Serra Puche (1975–1979), ambos compañeros en la política salinista.
Como en el caso de Luis Donaldo Colosio, cuyo desarrollo estuvo casi al margen de las redes del poder, el de Zedillo también se dio lejos de los tradicionales vínculos que ligan a los viejos revolucionarios con la generación actual. Según sus propias palabras, la orientación de sus maestros fue determinante para despertar en él la vocación social y de servicio que le permitió llegar al lugar donde hoy está parado.
22/IV/1994