El legado de Alejandro C Manjarrez
Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.
Así como la demasiada autoridad corrompe a los reyes,
así el lujo emponzoña toda una nación.
Fénelon
El hombre honesto no teme la luz ni la oscuridad.
Thomas Fuller
“Anoche, anoche soñé contigo, soñé una cosa bonita, que cosa maravillosa… ¡Ay cosita linda mamá…!”
Es lo que amaneció cantando uno de los poderosos secretarios de la burbuja oficial, el día en que decidió comprarse su Lamborghini amarillo. Salió de su casa con el cheque respectivo en su cartera (350 mil dólares).
“Total, que tanto es tantito. Mi trabajo lo merece. Y si mi jefe lo sabe… pues que lo sepan Juan de la chingada”, se dijo para borrar de su mente las dudas que suelen asaltar a quienes alguna vez juraron ser honestos y cumplir con el mandato juarista.
Así, cantando, nuestro personaje llegó a la cita con el ejecutivo de la automotriz que vende autos europeos exóticos. “Quiubo mano –le dijo–. Como quedamos; vengo por mi nave”. En ese momento aventó el cheque de Stanford Financial sobre el escritorio al tiempo que espetaba con el rostro de la amenaza que suele anteceder al moche oficial: “Espero discreción ¿lo entiendes?
“Por nuestra parte, nadie se va a enterar de tu buen gusto. El problema es que la belleza y el color del auto no se pueden ocultar, mano –se defendió el ejecutivo–. Saliendo el Lamborghini de la agencia, la bronca es del propietario porque la garantía no cubre los chismes del populacho.”
“No hay fijón, mano. Por eso sólo lo sacaré en las noches tibias, calladas, serenas y oscuras. El Lambor será como mi amante preferida… Él y yo seremos los murciégalos de Puebla” (quiso decir murciélagos).
Las risotadas cimbraron los cristales de la elegante oficina. Eran las siete de la noche cuando concluyó la ceremonia-ritual de la entrega del vehículo. El soñador salió de la agencia tatareando el “anoche soñé contigo…” Y se fue directo a su hogar donde lo esperaba la discreción tan necesaria en los menesteres del dinero que se acumula siendo servidor público. Como niño, manejó feliz y contento su nuevo auto cuidándolo hasta de las piedritas del pavimento.
“Pinches topes. Voy a ver cómo le hago para que mis cuates me elaboren varias rutas sin granos ni chipotes porque a Lambor y a mí nos lastiman el culo…”
La buena nueva
Al otro día el feliz poseedor del automobile Lamborghini salió rumbo a su trabajo en la “incómoda” Suburban 2009. “Pinches gringos –le dijo a su fiel y discreto chofer–, deberían darse una vuelta por Italia para que se inspiren, carajo; para que hagan más suave y mullida este modelo de camioneta”.
El chofer lo miró sorprendido y le preguntó: “¿Lo dice usted por el coche amarillo que amaneció en el garaje?”
“¿Coche? Ah que pendejo eres. Es un Lamborghini, güey. El mursiégalo LP650-4 Rodaster. El mejor automobile del mundo. Imagínate esta pinche carrosa con su tablero, con su motorazo, con sus vestiduras de poquísima. Vaya no siquiera el Hummer…”
“No, pus sí”, lo interrumpió el “autista”, como a partir de ese día decidió llamarlo su patrón que ya había empezado a masticar el tono cantadito del idioma italiano. “¿Me va a dar chance de manejarlo?”, preguntó tímido viéndolo de reojo. “Ta’s pendejo. O te haces. Para manejar ese bello ejemplar de la ingeniería automotriz, necesitarías llevar un curso especializado, hablar italiano y que tu médico del ISSSTEP te curara para que nunca más te vuelvan a sudar las manos... O que de perdis, ¡fíjate eh!, o que de perdis le pegues a tu señora madre para que se te sequen…”
Después de la sonora carcajada del servidor público y su “autista” (chofer en italiano, no confundir con autismo que es la incapacidad para establecer contacto verbal), ya no hubo palabras durante el viaje hacia Casa Puebla. El feliz propietario del “Lamborghini Murciélago” se la pasó contando los topes para, si se presentaba la oportunidad, pensó, decirle a su jefe que diera instrucciones de mandar “limpiar” la ruta, su ruta. “Lo voy a amenazar con hacer una comida de cumpleaños (je je je), y cuando levante la ceja se la suelto: ‘Jefe, lo que quiero es que vayas a mi casa para que te presente a Lambor, la nave que me autorizaste comprar…’”
Antes de bajar de la Suburban para encaminarse a la residencia oficial, la radio dejó salir los rítmicos acordes del: “Anoche, anoche soñé contigo, soñé una cosa bonita, que cosa maravillosa… ¡Ay cosita linda mamá!...”
“Mi sueño de anoche carajo… Soy vidente. Eso es lo que deberían saber los pinches periodistas que se las dan de bien informados…”
Hasta aquí el cuento, respetado lector. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o falta de imaginación, chingao…
Nota: Columna publicada el 17/05/2009