Participación de Alejandro C. Manjarrez de la Rosa...
Acabó el centenario del inicio del movimiento armado de 1910, no así la Revolución. Ésta sigue vigente porque aún falta por concretarse la justicia social, su principal postulado: el número de pobres aumentó, los ricos se hicieron más ricos y la corrupción porfiriana se modernizó para fomentar las prácticas que incrementan la pobreza, disparan el crecimiento de los capitales privados y cambian el concepto de “gobierno de científicos”, definición que ahora tiene varios sinónimos; a saber: tecnocracia, liberalismo, capitalismo salvaje, neo despotismo ilustrado, dictadura burocrática y alternancia lampeduciana, por llamar de alguna forma a lo que cambia para que todo siga igual.
Seguimos igual que antes, pero con cinco veces más de población y el quinientos por ciento de aumento en la inmoralidad política.
Por todo ello la Independencia y la Revolución no han concluido y, aunque en menor número y sin los riesgos de antaño, los revolucionarios siguen vigentes “gritándole” al poder frases y conceptos que parecen naufragar en el mar de la mediocridad gubernamental.
¿Los priistas gritan?
Yo creo que no a menos que lo hagan con las señas que usan los sordomudos. Nadan de muertito y cuando lanzan proclamas son para decirle a los panistas en el poder: “nosotros, los dirigentes, seremos sus aliados siempre y cuando ustedes gobiernen como priistas”, estilo que no es una garantía.
Los perredistas se desgañitan para confundir a sus compañeros inconformes con lo que hace la otra facción de la románticamente llamada izquierda mexicana.
Y el panismo sufre las consecuencias de gobernar y errar o moverse dentro de los márgenes del disparate político que hoy tiene un nuevo nombre: “alianza”. Su agenda de gobierno les ha sido impuesta por el crimen organizado y la necesidad de conservarse en el poder. Por eso de repente revolucionan y enseguida reculan; son democráticos y, al mismo tiempo, linajudos; imponen y tratan de justificar su “tiranía burocrática”.
Esto último, que conste, no es una opinión particular, personal, manjarreciana o marciana. No. Por citar un ejemplo, espléndido dado su origen político, o sea por su acendrado panismo, les referiré parte de lo que el pasado día 18 de noviembre dijo en la tribuna el senador Humberto Aguilar Coronado, palabras en las que subyace una crítica al gobierno de Calderón: Cito:
“… estoy convencido que la Revolución no ha terminado, de que en estos primeros 100 años del México revolucionario, más allá de las soluciones que se han propuesto en cada momento histórico, lo fundamental es que entendamos que la agenda de causas y anhelos sigue vigente y que la responsabilidad de los nuevos actores políticos es la de diseñar nuevas soluciones, la de repensar los problemas sin atavismos ni falsas deferencias al pasado para ser capaces de proyectar a México hacia el futuro…
“Ya no hay temas tabú ni temas intocables. Una Revolución viva y actuante no puede permitirse el lujo de convertirse en reaccionaria y mucho menos en conservadora, pues ello sería convertirla en su propia asesina…
“La Revolución no terminó con la muerte de sus héroes, no terminó con la construcción de sus primeras instituciones…
“La Revolución termina y muere, pierde la vida y deja de actuar si los responsables de la conducción política del país pierden de vista las causas, pierden de vista a los ciudadanos y pierden de vista el futuro.
“La Revolución no ha terminado.”
Concluye la cita.
Ya sabemos lo que pasó en México en los últimos diez años, tiempos en que la derecha echó las campanas a vuelo.
¿Y en Puebla, qué pasó en Puebla?
¿Por qué la austeridad ideológica y económica para celebrar el Centenario de la Revolución social mexicana?, actitud ésta de la que no es culpable don Guillermo Jiménez Morales, que conste.
Un paréntesis:
En lo personal veo al ex gobernador como una víctima del entorno político ajeno al legado de los poblanos que forman parte de la historia, él entre ellos.
Continúo y trataré de responder las últimas preguntas sobre lo que pasó en Puebla y las causas de la austeridad ideológica:
Es obvio que falló la intención para que Puebla fuera nacionalmente declarada la “cuna de la Revolución”, pugna que –por usar un término deportivo– cual líbero y desde hace dos años inició Guillermo Jiménez Morales. La razón de esta falla pudo haber sido la falta de presupuesto o, lo que es lo mismo, de interés oficial para dar lustre al Centenario y Bicentenario que conmemoramos.
Falló la convocatoria para desempolvar la historia, rescatar anécdotas y publicar obras inéditas cuya esencia podría haber despertado el espíritu patriótico y revolucionario de los jóvenes abandonados en el marasmo cívico que Vicente Fox inoculó a los “mexicanos y las mexicanas” (perdón por el modismo absurdo). ¿Chambonería? Puede ser. ¿Desinterés? Es probable. ¿Presiones electorales? De esto no hay la menor duda.
En fin, todos fallamos, unos por no gritar ante la pazguatez de las autoridades, y otros por esperar a que el Señor de las Maravillas convirtiera en hechos dignos la indigna mediocridad burocrática.
Dice (y dice bien) Pedro Ángel Palou, que Puebla es la “Cuna de la Revolución”. Sin embargo, la de don Pedro fue una voz en el desierto cuyo eco apenas se escuchó en los acrílicos del ayuntamiento poblano, donde él encabeza la Comisión respectiva. Paradójicamente, su hijo del mismo nombre, publicó sendas novelas históricas que bien pudieron incluirse en los programas de uno u otro festejo.
También fue desaprovechado el talento literario de Ángeles Mastretta, a quien debió pedírsele que aportara uno de sus excelentes ensayos o alguna novela sobre Puebla, su Revolución y su participación en la Independencia.
E igual hubo varios escritores, jóvenes y maduros, que habrían incursionado en los hechos que, pésele a quien le pese, hacen de Puebla la sede original de muchas iniciativas y acciones que por su trascendencia impactaron al pueblo de México.
¿Como cuáles?
Referiré algunas de ellas, las que llevan una interesante carga ideológica, humanista e incluso humana.
En 1876 Alberto Santa Fe y Manuel Serdán (padre de Aquiles, Carmen, Máximo y Natalia), publicaron la Ley del Pueblo, germen de lo que después fue el movimiento social contra el porfiriato. Ahí está la historia que pergeña Gastón García Cantú en su libro El pensamiento de la reacción en México. Esta proclama inspirada en la injusticia social, propició el primer levantamiento contra lo que entonces apuntaba a convertirse en una dictadura, la porfiriana. Y va más allá: en uno de sus párrafos bosqueja parte de lo que México ha tenido que paliar durante sus años de vida independiente. Cito algunas líneas:
“En menos de setenta años de vida independiente, hemos perdido la mitad del territorio patrio, que en 1848 pasó definitivamente a poder de los norteamericanos: tenemos comprometida gravemente la otra mitad: hemos ensayado como sistemas de gobierno, el imperio y la república unitaria y la república federal, el sistema dictatorial y el sistema democrático, sin conseguir establecer la paz…”
Termina la cita.
En 1903 se levantaron en armas en contra de Porfirio Díaz los chiautecos que, curiosamente, habían participado con el dictador en la guerra contra el invasor, intervención encabezada por el general Bazaine (2 de abril de 1867). De ello nos da cuenta Gilberto Bosques Saldivar en su libro Artículos, conferencias y discursos, obra editada por el Congreso del estado de Puebla que, para medio rescatar el prestigio que se le reclama a esa representación popular, escuchó las propuestas de la diputada Rocío García Olmedo, presidenta de su Comisión conmemorativa.
Aquí permítanme ustedes otro paréntesis, ahora para destacar la sorpresiva actividad del poder Legislativo que, valga la expresión, esta vez sí que se brincó las trancas que encierran al rebaño.
Hay otros detalles importantes que bien pudieron haberse difundido en este mes de noviembre, mismos que certifican que Puebla es sin duda la Cuna de la Revolución Mexicana. El amor platónico entre Luis Cabrera y Carmen Serdán, por ejemplo, cuyo antecedente lúdico –que incluye la muerte cataléptica de la heroína– se lo debemos a Sealtiel Alatriste.
O la presencia de los zapatistas en Tochimilco, población que éstos convirtieron en su guarida debido a la ayuda de Fortino Ayaquica, originario de ese fantástico espacio de la naturaleza enclavado en las faldas del Popocatépetl.
O la influencia de los generales de Emiliano Zapata, varios de ellos poblanos, alguno no muy recomendable por cierto.
O el crimen multitudinario perpetrado en la Plaza de Toros por los “pambazos” que formaban parte de las fuerzas del coronel Aureliano Blanquet, a quien después Madero le perdonó los ochenta muertos dizque para no enturbiar la sucesión concertada.
O la marcha de las antorchas disuelta a machetazos por Cabrera y sus montados, acción de la que Aquiles se libró debido al oportuno aviso de uno de sus seguidores. Y otros más que ahí quedaron en los panteones de libros y archivos históricos.
Y ya que mencioné al ideólogo Luis Cabrera Lobato, aquel enamorado de la entonces señoritinga de dieciséis años, Carmen Serdán, debo decir que este poblano vislumbró lo que pasaría y así se lo dijo al ingenuo prócer de la Revolución. Cito parte de la carta que Cabrera le envió a Madero alertándolo y pidiéndole firmeza y energía en sus decisiones. Cabrera escribió:
“En otros términos, y para hablar sin metáforas: usted que ha provocado la Revolución, tiene el deber de apagarla; pero guay de usted si asustado por la sangre derramada, o ablandado por los ruegos de parientes y amigos, o envuelto por la astuta dulzura del Príncipe de la Paz, o amenazado por el yanqui, deja infructuosos los sacrificios hechos. El país seguiría sufriendo de los mismos males, quedaría expuesto a crisis cada vez más agudas, y una vez en el camino de las revoluciones que usted le ha enseñado, querría levantarse en armas para la conquista de cada una de las libertades que dejara pendientes de alcanzar…”
No hay duda que Luis Cabrera fue un visionario.
Bueno, ya comenté que el festejo no tuvo el brillo esperado, de alguna manera por la chambonería, el desinterés y las presiones electorales También incluí a buena parte de la sociedad relacionada con la historia y su difusión.
Me faltó el mea culpa que suele convocar el perdón a las pendejadas (esto no lo dijo Fox, lo dice el de la voz), sí, las pendejadas que surgen con extraña fecundidad cuando por intereses mediáticos y económicos se relega u olvida la historia. Y lo peor: se omiten los alcances sociales de la Revolución, planteados éstos en la Constitución de 1917, la primera del mundo que los incluyó. Como ustedes saben, nuestra Carta Magna es producto del movimiento armado que inició Madero y continuaron Obregón, Calles, Zapata, Orozco, Villa, Blanco, Carranza, etcétera).
Concluyo mi intervención en este panel, con una disculpa a manera de canción: perdonen mi franqueza que tal vez juzguen descaro. Y agrego: como diría Carlos Monsiváis, con todo respeto pido a las autoridades, que no se preocupen por las fallas, los soslayos y los olvidos ya que dentro de cien años tendrán otra oportunidad…