Puebla el rostro olvidado (Calamidades y riquezas)

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Calamidades y riquezas

La ciudad tenía suficiente agua. Ríos y manantiales de envidiable pureza proveían las fuentes repartidoras. También se almacenaba en casas particulares que la enviaban al barrio vecino. La primera obra hidráulica la realizaron los jesuitas en 1726: condujeron el agua desde su hacienda, en Amalucan, hasta el colegio Carolino, usando un sistema que hoy es considerado ejemplo de ingeniería hidráulica.

En 1723 Puebla ya tenía alumbrado público de farolas de aguarrás. Asimismo, existía la nomenclatura y la construcción de obras civiles estaba en su apogeo. Se edificaron puentes como el de Xanenetla y el de San Francisco, después del Puente México, construido en 1720.

Además del cruel apartheid ya comentado, la ciudad sufrió una serie de calamidades que mermaron el número de habitantes: una epidemia de sarampión en 1561, hambruna en 1672, tifo en 1736 y los terremotos de 1787. Esto pudo soportarse gracias al desarrollo económico, pero sobre todo a la forja espiritual de sus habitantes. La extraordinaria producción de trigo y de cerdos ganó fama a la ciudad de que todas las casas tenían una tocinería. Había más de cincuenta rastros para sacrificar los cerdos criados en Puebla.

Afuera de la zona urbana estaba la dehesa boyal: reserva territorial del Ayuntamiento destinada a tener ganado en pie para su posterior sacrificio, venta y distribución. En ocasiones el sacrificio semanal ascendía a 200 cabezas de ganado y, a pesar de que el proceso de abasto era regulado por un juez de matanza, llegó a constituirse un terrible monopolio que garantizó el negocio a unos cuantos distribuidores. La ambición hizo que los ganaderos perdieron la cabeza. Y ante el desmedido e indiscriminado sacrificio de redes derivado del florecimiento del negocio de la curtiduría, provocaron la decadencia regional. Era más importante vender pieles que programar la dotación de carne a los habitantes de Puebla.

La intensa actividad comercial fomentó la apertura de fondas y mesones. Las malas comunicaciones hacían imposible aprovechar a toda su capacidad la riqueza del estado. Los cultivos de trigo y maíz se mantuvieron en los límites de autoconsumo, mientras el auge artesanal determinaba la formación de diferentes gremios con el objeto de mantener la calidad de la producción y, eventualmente, desarrollar alguna actividad mutualista. La calidad artesanal produjo en Puebla un importante desarrollo económico.

La primera industria textil en Puebla fue instalada por el veracruzano Esteban de Antuñano (1792–1847), esforzado empresario que perdió hasta la camisa para pagar varias veces la maquinaria importada hundida en altamar. Mucha de la producción de oro y plata de las minas poblanas escapó al control de la Corona, debido al contrabando auspiciado por los mineros clandestinos, quienes se dieron mañas para proveerse ilegalmente del mercurio y el azogue necesario en el procesamiento de esos metales. Santiago Ramírez cita en su libro Riqueza minera de México, la existencia de minas y beneficios de oro y plata en Huauchinango, Tepeyahualco, Tetela, Zacatlán, Tepexco y Libres, lugares por cierto no detectados en las acuciosas investigaciones del barón Alejandro de Humboldt, publicadas en su Ensayo Político sobre la Nueva España.

En la magna Puebla había oficiales y maestros de diversos oficios. El comercio alcanzaba a toda la Colonia y trascendía sus fronteras con operaciones en Guatemala y Filipinas. Se exportaban telas, hierro, jabón, loza, vidrio, pinturas, ornamentos bordados, etc. Los artesanos poblanos pudieron absorber y desarrollar distintas influencias, como la oriental de la loza de talavera, trabajo en el cual adquirieron la destreza necesaria para imitar y reponer las piezas de vajilla china rotas en el viaje trasatlántico.

Como toda ciudad en florecimiento, la Angelópolis fue un ejemplo en edificaciones. Resaltan las dedicadas a cumplir un objetivo social como los hospitales. El primero (es posible que solo nominalmente) fue el de San Jushepe. Después se erigieron otros. Por ejemplo: el de San Juan de Letrán o de Nuestra Señora de la Limpia Concepción (1534), el cual se pretendió unir con el de San Pedro y formar el hospital Real. Nadie dice cuando se inició la edificación del hospital de San Pedro; sólo se sabe que en 1564 su templo ya estaba en construcción, que su administración corrió a cargo del cabildo eclesiástico y tuvo su apogeo en el siglo XVIII. La cantidad de hospitales construidos constatan la preocupación de los poblanos por la salud y la medicina social. Esta dedicación e interés propició que en 1559 se reglamentara su ejercicio.

Hay muchos aportes en el ámbito de medicina. Dos de ellos: en 1645 el doctor Bartolomé Muñoz Parejo habló de la utilidad del agua en terapia en su Teatrum Apollineum; trabajo que parece ser el único en la Puebla del siglo XVII. Y en 1693 los doctores Juan Ortiz de Rivera y Juan López de Carbajal, practicaron las primeras disecciones anatómicas para buscar las causas de una pandemia.

La educación médica universitaria estuvo centralizada en la ciudad de México y protegida por el protomedicato. La primera academia de estudios anatómicos se reunió en Puebla, en el hospital de San Pedro (hoy Museo de Arte Virreinal) de 1740 a 1750. Existen referencias de otra academia médica instalada en 1789.

Eventualmente se formaban juntas médicas transitorias para enfrentar epidemias. La más importante fue la junta de sanidad disuelta en 1813 y restablecida al año siguiente. Dicha junta organizó la Academia Médico Práctica Químico, Farmacéutica y Botánica, y pugnó porque se impartieran en la ciudad cátedras de medicina.

A fines de la Colonia se estableció un jardín botánico, gracias a la preocupación de los farmacéuticos Ignacio Rodríguez de Alconedo, Antonio de Cal y José de Guadalajara. Para aprovecharlo se impartieron cátedras sobre farmacia y medicina. A pesar de su importancia éstas desaparecieron en 1838.

Alejandro C. Manjarrez