Puebla el rostro olvidado (Apartheid poblano)

Réplica y Contrarréplica
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Apartheid poblano

A pesar del fracaso humanitario y el vigoroso –pero involuntario– concurso del “macehual” (gente común), los españoles dieron a la vida virreinal una nueva, estratégica, valiosa y estética urbe. El esfuerzo fue reconocido por la Corona. Las pruebas: Escudo de Armas (20 de julio de 1538) Ciudad Noble y Leal (12 de julio de 1558), Ciudad Muy Noble y Muy Leal (24 de febrero de 1561) y, finalmente, en 1576, el título de Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Puebla de Los Ángeles.

Aunque la mentalidad española estaba acondicionada al mosaico racial de la península –de lo cual en ocasiones se vanagloriaban, de ser desprejuiciados–, lo cierto es que los conquistadores no exterminaron a los indios y, por el contrario, existió el mestizaje por dos importantes razones: a) la reconquista de la península les hizo sentir la discriminación como algo que debe aceptar el vencido, y b) el vencer a los moros les provocó un sentimiento de salvadores y elegidos para cristianizar, obteniendo a cambio de tan excelso servicio todos los beneficios surgidos de la mano de obra indígena.

Ya involucrados en el sistema de encomienda, los habitantes de la nueva ciudad decidieron conceder a los indígenas o personas no españolas, un solar para su residencia fuera de los límites de la traza. Incluso, a los servidores domésticos se les obligaba a retornar durante la noche a sus casas construidas en los barrios creados para alojarlos.

A fines del siglo XVII, los mestizos que originalmente tenían prohibida la entrada a los barrios, ya se habían casi apropiado de su control y su fama de léperos trascendió por todos los rincones de los barrios de Analco, Santa Ana, Santiago, San Miguel, San Sebastián, San Pablo el Nuevo, San Ramón y otros.

Curiosamente, sólo se permitía a los esclavos de lujo estar cerca de los amos que ejercían sobre ellos un estricto control. La mayoría del personal de confianza era de origen negro o asiático y su número fue poco significativo. Lo mismo que sucedía en Puebla ocurría en la Ciudad de México.

Los primeros indígenas tlaxcaltecas que sirvieron a los españoles

fundadores, fueron ubicados en el margen oriental del río San Francisco. Posteriormente llegaron los de Cholula al barrio de Santa Ana, al norte de Analco, donde por cierto ocurrió un hecho interesante: cuando tardíamente arribaron algunos españoles que para vivir eligieron una de las fracciones de Analco llamada Huilocaltitlan (“entre los palomares”), las autoridades tuvieron que construir –el puente de Ovando–, el cual fue utilizado para comunicar al barrio con la ciudad, librando el río San Francisco, ahora bulevar Héroes del 5 de mayo.

El barrio de Santiago estaba dividido para dar cabida a vecinos de diferentes orígenes. Por ejemplo en la fracción denominada la cholultecapan vivían los indígenas procedentes de Cholula; en la llamada Hujotzincapan los de Huejotzingo, y en Santiago Ismezucan los que llegaron de Izúcar, ahora de Matamoros.

Lo que ocurría en la gran ciudad se reflejaba en cada barrio. La selección social se dio dependiendo del grado de pobreza de sus habitantes. Muestra de ello es que en los barrios de San Sebastián y San Miguel se formaron arrabales como los de Xanenetla y Xonaca.

El mestizaje también fue motivo de un proceso de sectorización definido y con asentamientos perfectamente demarcados: Huilocatitlán, El Alto, El Parral, El Carmen y San José, son los más fácilmente ubicables por los templos que llevan el mismo nombre.

La implacable política racista del Virreinato prohibía a los hispanos rentar sus inmuebles a personas que no demostraran legitimidad y limpieza de sangre. Para ello, en ocasiones, era necesario un testimonio validado por la Real Audiencia. A los mestizos se les prohibía adquirir solares ubicados dentro de la traza para construir residencias. No obstante, las autoridades de la época se preocuparon por tranquilizar su conciencia evangelizadora, cristiana y conquistadora: en cada barrio que contaba con autoridades definidas por los españoles como los señores indios, se construyó un hospital y templos exprofeso. En suma, la consigna de la época fue mantener a cada quien en su lugar.

Ya apoltronados en la cómoda productividad del macehuatl, los poblanos españoles se dedicaron a luchar para allegarse un mayor número de hombres destinados al trabajo pesado. El primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, tuvo que soportar el asedio de los angelopolitanos. Éstos le arrebataron la autorización para aumentar la cantidad de indígenas asignados (cincuenta) ya que con ello pretendían incrementar los beneficios económicos que les daba el trabajo ajeno.

Una vez organizados los cuadros laborales, surgió la necesidad de ordenar la vida política y se estableció un sistema de gobierno acorde con la herencia hispánica. El primer Ayuntamiento fue constituido como cuerpo colegiado con regidores propietarios vitalicios directamente nombrados por el rey. Los regidores transitorios eran escogidos por el virrey de entre los candidatos que proponía el Ayuntamiento, previamente aleccionado para votar en secreto por el o los elegidos.

Antonio Carrión, nos relata que el 14 de junio de 1532 ya existía el cuerpo municipal, y que un año más tarde se formularon las primeras actas de cabildo donde aparecen como autoridades los fundadores de Puebla Hernando Helgueta, corregidor de la ciudad; García de Aguilar, alcalde; Cristobal de Soto, regidor y Gonzalo Díaz, regidor. El resto, siete personas, no figuran entre los primeros pobladores de la ciudad, lo cual hace suponer que llegaron con los colonos procedentes de España o acompañando a los curas franciscanos enviados para iniciar la construcción de iglesias y conventos.

Los primeros habitantes de Puebla fueron, según Carrión, Martín Alonso, Jorge Báez, Juan Bueno, Martín Camacho, Gonzalo Díaz, Alfonso Galeote, Juan Gómez de la Peña Parda, Melchor Gómez, Alonso Grande, Hernando Helgueta, Pedro Hernández, Álvaro López, Francisco Martínez, Juan Pérez Malinche, Hernán Sánchez, Cristobal de Soto, Juan Valenciano, Diego Yáñez, Juan Yépez, Escobar Gayardo, García Núñez, García de Aguilar, Gutierrez Maldonado, Orduña, Pineda, Portillo, Vargas y la viuda de Prieto. Todos recibieron una dotación de terreno; sin embargo, la viuda de Prieto no fue tomada en cuenta para las estadísticas (33 fundadores), seguramente por la misoginia imperante en aquellos días, lo cual podría considerarse como otra de las herencias españolas (alguno de los nombres de los 34 fundadores están incompletos porque en la fuente citada no aparecen).

A la mitad del siglo XVI el virrey tuvo la ocurrencia de nombrar a un alcalde provisional de la Santa Hermandad el cual desplazó y opacó a los alcaldes ordinarios. Esta decisión fue considerada por el Ayuntamiento como un acto humillante y de inmediato surgió la protesta poblana. El Ayuntamiento, en una acción que podría ser el primer antecedente jurídico de un deseo de autonomía inspirado en una libertad más que política de acción empresarial, decidió enfrentarse al virrey. Entabló un litigio que buscaba invalidar la imposición –como ahora ocurre en algunos niveles del gobierno o la iniciativa privada– y el asunto se solucionó mediante el pago de un beneficio del rey, equivalente a veinte mil pesos, según acuerdo del 31 de enero de 1554. En esa fecha se inició la costumbre de adquirir el cargo de alcalde provisional, puesto exclusivo para los capitulares del Ayuntamiento que contarán con el aval de la Corona.

A pesar de todas las penurias políticas sorteadas por las autoridades, los poblanos de entonces pudieron desempeñarse con relativa libertad usando, con un alto sentido de hidalguía su “pizcacha” de democracia. Empero, las necesidades económicas les obligaron a solicitar préstamos y financiamientos a particulares, circunstancia que terminó por quitarles parte de su peleada autonomía.

Alejandro C. Manjarrez