Grupos de presión
El clero
En enero de 1926, la ACJM celebró su sexto congreso arquidiocesano. Los asistentes a este evento acordaron apoyar la tarea asumida por la Liga Nacional de la Libertad Religiosa. La decisión fue secundada por el comité regional de la UDCM, encabezado en esos días por la señora Luz F. De Perches, quien poco antes de organizar una especie de conspiración con varias combativas mujeres poblanas, dijo que los hombres no servían para nada.
La policía –¿machista o legalista? –al enterarse del plan, cateó su domicilio y le decomisó la propaganda que tenía guardada.
Durante el movimiento cristero en Puebla se registraron algunas acciones esporádicas de guerrillas rurales, así como protestas urbanas que no pasaron a mayores por la tendencia del gobernador Claudio Nabor Tirado, quien evitó aplicar las leyes por considerarlas anticlericales. A pesar de ello ocurrieron algunos episodios dramáticos. Enrique Cordero y Torres transcribe en su libro:
“Historia del periodismo en Puebla” una versión publicada en “Ecos”, periódico de inclinación católica, la muerte de José María Farián. El mismo hecho fue comentado en otros periódicos de manera diferente.
“Cuando el jefe de la zona militar en Puebla, general Juan Gualberto Anaya, paseaba en su automóvil por el centro de la Ciudad, llamaron su atención ciertos impresos fijados en el escaparate de una tienda; entre varias consignas religiosas se notaba, en grandes caracteres tipográficos, el grito de batalla cristero, ¡Viva Cristo Rey! Anaya ordenó que el propietario fuera a su encuentro, pero éste, un anciano llamado José María Farfán, dijo que los separaba la misma distancia y el general bien podía acudir a donde él estaba. Su actitud molestó a los acompañantes del general, quienes trataron de detenerlo. Farfán arrojó sobre Anaya un vitrolero que estuvo a punto de golpearlo; en seguida sacó una pistola y disparó sobre Anaya que sufrió una herida en la mano. El jefe militar ordenó a sus oficiales apresar al tendero y conducirlo ante las autoridades correspondientes para ser juzgado. Dos días más tarde, José María Farfán apareció baleado en un camión del ejército. De su mano derecha, rígida y fría, pendía un rosario.
El boletín oficial de la Jefatura militar señaló que en la calle 2 poniente habían sido interceptados los soldados custodios del reo enviado a los juzgados penales, por un grupo que a bordo de un automóvil grande pretendía liberar al detenido. En la refriega, Farfán resultó muerto.”
El conflicto terminó cuando los altos representantes del clero católico –el delegado apostólico y el arzobispo de México– pactaron con el gobierno de Emilio Portes Gil, el 21 de julio de 1929, sin importarles la suerte de los combatientes ni de quienes militaban en las organizaciones comprometidas con la guerra. El desapego de la jerarquía eclesiástica hacia sus grupos en lucha, condenó a mucha gente al sacrificio innecesario.
En virtud de los arreglos, Pedro Vera y Zuría, arzobispo de Puebla, salió del país. Encomendó a Ignacio Márquez la coordinación de los trabajos en el estado de Acción Católica Mexicana (desde principios de 1930 sustituyó a diversas organizaciones católicas participantes en el conflicto religioso), nombró canónigo lector a Eugenio Manzanedo y favoreció las actividades del combativo Manuel Teyssier. Ignacio Márquez fue vicario general de la arquidiócesis a partir de mayo de 1932.
En 1935 los dirigentes católicos reiniciaron en participación política una vez que Lázaro Cárdenas estableció las reglas sobre la educación en México.
Para los católicos, la educación socialista significaba una provocación del gobierno. De inmediato organizaron en su contra una serie de conferencias y manifestaciones multitudinarias.
En 1937, el Papa designó a Ignacio Márquez director pontificio de Acción Católica Mexicana. Su formación como asesor de la ACJM le permitió entender y apoyar la nueva organización de católicos. Un año después los antiguos acejotaementeros intentaron revivir aquella organización. Dice el investigador Jesús Márquez que para lograrlo redactaron su “Declaración de principios cívicos“, documento que una vez aprobado orientaría el criterio del organismo. Ignacio Márquez, primer alto funcionario clerical enterado de la existencia de este documento, aprobó su contenido, lo bendijo y recomendó convencido de que la Acción Católica Mexicana formaría mejores ciudadanos.
El futuro sonreía a los católicos militantes. Durante el sexenio cardenista, a causa del rechazo a la educación socialista, las diversas corrientes políticas y sociales católicas encontraron en esa batalla un excelente motivo para su unificación y fortalecimiento como grupo.
La fuerza adquirida se consolidó bajo los mandatos de dos gobernantes que no le escatimaron simpatía ni apoyo: Maximino Ávila Camacho y Gonzalo Bautista Castillo. Este último, durante su campaña política y mandato, utilizó frases que lo presentaban como proclerical: se encomendaba a Dios cuantas veces podía sin considerar su investidura de gobernador. Por su parte Ávila Camacho encontró la oportunidad de purgar sus pecados, sobre todo los cometidos en el norte del país, donde su furia provocó pánico, terror y muerte entre los católicos afiliados al movimiento cristero.