La tragedia de Tlaxcalantongo
Crónica histórica de un magnicidio
Venustiano Carranza Garza fue norteño durante sesentaiséis años. Por centurias será mexicano. Fue un gran patriota forjado en el viril estilo de vida de las llanuras coahuilenses. En su vida y sus hechos sobresalientes se establece el equilibrio del auténtico revolucionario de nuestro país. Nació para gobernar porque era fundamentalmente un hombre de Estado. Antiimperialista, liberal, con la enérgica suavidad de los tolerantes; agrarista, sin la falsa demagogia de quienes son latifundistas por dentro y ejidatarios ante la opinión pública; honrado en grado excelso, cuidadoso del dinero del Estado, sin ser avaro; soldado por los cuatro costados, sin gustar de laureles y exhibicionismos; valiente sin desplantes peliculescos; legalista, con la sabiduría del juez ecuánime que coordina el rigor del ordenamiento con lo defectuoso de la arcilla humana; nacionalista, sin olvidar que la paz de este siglo se finca en la convivencia internacional”. Así fue como lo definió el eminente internacionalista Isidro Fabela.
El 29 de diciembre de 1859, en plena Guerra de Tres Años y en medio del fragor de una lucha formidable, nace en la casa número 22 de la calle de Zaragoza, de Cuatro Ciénegas, Coahuila, el que más tarde habría de ser un caudillo. Vio la primera luz cuando el suelo de la patria se teñía de sangre en lucha fratricida y cuando en la mente conservadora germinaban la Intervención y el Segundo Imperio. El ambiente bélico que saturaba la época de su nacimiento habría de retornar más tarde a cobijar su vida hasta acompañarlo en la última trágica noche de Tlaxcalantongo, en Puebla.
El coronel liberal don Jesús Carranza, padre de Venustiano, en los días más críticos para la noble causa juarista militó a las órdenes del Benemérito, a quien proporcionó elementos pecuniarios y hombres armados, enseñando así a sus hijos el camino del patriotismo y de la libertad. Del matrimonio con doña María de Jesús Garza de Carranza nacieron quince hijos, de los cuales diez fueron mujeres y cinco varones.
En su pueblo natal, Cuatro Ciénegas, pasó don Venustiano los años de su infancia en compañía de sus padres y de sus numerosos hermanos. Allí en su pueblo hizo sus primeros estudios y más tarde la familia toda se fue a Saltillo para completar la educación de sus hijos. El Ateneo Fuente dio albergue al undécimo hijo del coronel Carranza. Estudiar historia patria, contemplar la belleza siempre cambiante de la naturaleza y montar a caballo fueron las predilecciones de su adolescencia. Años más tarde, en 1874, con su hermano Emilio marchó a la ciudad de México a continuar sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria. Desgraciadamente un mal en los ojos lo alejó de las aulas para consagrarlo a las actividades campestres, allá en el norte, en donde a edad temprana contrajo matrimonio con Virginia Salinas.1
Inició su carrera política en 1887 al resultar electo para ocupar la presidencia municipal de su pueblo natal, cargo que desempeñó con honradez, con un verdadero espíritu de progreso, de justicia y de servicio en bien de su pueblo y de sus gobernados. En esa época la situación económica que prevalecía en la región era angustiosa debido a que gobernaba el estado de Coahuila el tristemente célebre José María Garza Galán, quien extraía dinero de todos los municipios para mantener la licenciosa vida que llevaba y como el gobernador deseaba pasar un informe al gobierno federal en el sentido de que la situación económica del estado era bonancible, a todos los presidentes municipales del estado exigía que le rindieran un informe por escrito avalando su dicho. Carranza se rehusó terminantemente a acatar tal consigna, por lo que se vio obligado a renunciar a su cargo y retirarse temporalmente de la vida pública. Este lamentable incidente hizo fecundar en él la idea del Municipio Libre, lo que años después se plasmaría en el artículo 115 Constitucional. Garza Galán, como los caciques de otras entidades, buscó la perpetuidad por el sendero de la reelección. La repulsa a este intento adquirió impetuosidad de vendaval y de abajo brotó la candidatura opositora del licenciado Miguel Cárdenas. Sin embargo, la democracia porfirista se impuso una vez más: triunfó Garza Galán.
Así el camino de las armas quedó abierto. Los Carranza, Emilio y Venustiano, se constituyeron en los caudillos de tal movimiento, por lo que abandonaron a su familia, sus labores y sus intereses para lanzarse a la lucha. Se combatió tenazmente en diversos lugares del estado de Coahuila. Y para tranquilizar a los contendientes llegó el general Bernardo Reyes, dejando la gubernatura a cargo del licenciado José María Múzquiz. Este camino significaba una objetiva demostración de que Carranza no era un obediente y domesticado porfiriano.
Una vez vencido el garzagalanismo, don Venustiano fue electo nuevamente presidente municipal de Cuatro Ciénegas. A fines de siglo fue diputado local, y posteriormente diputado federal suplente y senador propietario. Una característica del general Porfirio Díaz fue la sagacidad con la que en aquellos días tuvo empeño en no oponerse a que obtuvieran puestos de elección popular hombres que dieran muestras de energía, de valor y de inquebrantable firmeza de convicciones liberales. Ésa fue la causa para que el señor Venustiano Carranza, que había conquistado la simpatía y el cariño de su pueblo, pudiera ser realmente electo senador suplente y posteriormente propietario por el estado de Coahuila. En esos puestos de verdadera elección popular fue servidor de Coahuila, no de Porfirio Díaz.2
El teniente coronel Ignacio Suárez, quien fuera ayudante de Venustiano Carranza, el 12 de diciembre de 1959 en la Academia Nacional de Historia y Geografía dijo:
Cuando se habla de don Venustiano Carranza como senador porfirista, debe tomarse en cuenta que pasó inadvertido en el puesto, que jamás aprovechó su cargo para enriquecerse o para crearse una personalidad política, que no formó parte de ninguno de los grupos que adulaban al general Díaz y se desvivían por servir a Limantour, que no se ostentó jamás como porfirista incondicional y que, por consiguiente, no puede considerarse como un factor de la dictadura.
Al respecto el escritor coahuilense José de la Luz Valdés, dice:
La vida de Carranza en este aspecto es muy semejante a la de don Benito Juárez, a la de don Melchor Ocampo, a la de don Juan Álvarez y a la de otros distinguidos liberales que sirvieron en los tiempos de Santa Anna. Formaron una brillante legión de reformadores y nadie los ha llamado santanistas ni les ha podido negar sus grandes méritos y su desinteresado patriotismo.
En l908, año en que gobernaba el estado de Coahuila el licenciado Miguel Cárdenas, solicitó una licencia a la Legislatura local para separarse de su cargo por dos meses, la cual le fue concedida, nombrándose a don Venustiano Carranza gobernador interino. En este cargo, Carranza se manifestó como un estadista de relevantes dotes administrativas, de probidad absoluta, enérgico y justiciero, por cuyas cualidades sus conciudadanos lo señalaron como el futuro gobernador constitucional del estado. Conocedor de sus merecimientos, Francisco I. Madero, su paisano, le ofreció la fuerza del Partido Nacional Antirreeleccionista para que fuera postulado como candidato a gobernador constitucional de su estado. Aceptó y el dictador le envió sugerencias, por conducto del general Treviño, para que se retirara de la contienda política.
Diga usted al presidente, señor general, que mientras haya un solo ciudadano que trabaje por mi candidatura al Gobierno de Coahuila no la renunciaré y que estoy dispuesto a afrontar las consecuencias que me resulten de esta determinación, cualesquiera que ellas sean.
Así fue su respuesta. Sin embargo ganó el candidato de la oligarquía, licenciado Jesús del Valle. Las imposiciones de Garza Galán y de Del Valle, la situación económica tan deplorable de sus coterráneos y las deprimentes condiciones del país modelaron al revolucionario, al ciudadano convencido de que únicamente por el camino de las armas retornaría el orden, la tranquilidad social y el progreso. Fue de los más apasionados defensores del Plan de San Luis Potosí. Por ello acudió al llamado revolucionario el 20 de noviembre de 1910. En San Antonio, Texas, trabajó por el triunfo de la causa, por lo que Madero lo designó gobernador provisional de Coahuila y comandante en jefe de la Tercera Zona Militar, con jurisdicción en esa entidad, Nuevo León y Tamaulipas. El estadista coahuilense intervino en los Arreglos de Ciudad Juárez representando al grupo radical; fue, con Vázquez Gómez, de los más intransigentes ante la idea de cederle el campo al cientificismo. Venustiano Carranza, al manifestar la opinión que sobre los mencionados convenios le fue solicitada por Madero, en la junta previa que con tal objeto se verificó en la casita de adobe que servía de cuartel general de la Revolución, se expresó en los siguientes términos:
¿Qué ganaremos con las renuncias de los señores Díaz y Corral?
Quedarán sus amigos en el poder quedará el sistema corrompido que hemos combatido, el interinato será una prolongación viciosa, anémica y estéril de la dictadura.
Sólo faltó al egregio Varón de Cuatro Ciénegas agregar un calificativo más al interinato del presidente Amarillo:
... será un instrumento dócil del porfiriato para tratar de que el señor Madero sea asesinado... Hubiera sido este último pensamiento una profecía más que agregar a las que hizo con tanto tino el señor Carranza.3
Formado el gobierno provisional, después de la renuncia y salida del país del general Díaz, Madero lo nombró secretario de Guerra y Marina. Al asumir la Presidencia Interina de la República el fatídico Francisco León de la Barra, Carranza fue a Coahuila a conducir los destinos gubernamentales locales.
Madero es traicionado
El 22 de febrero de 1913, el ejército federal traicionó al presidente Madero y le quitó la vida en uno de los costados de la penitenciaría.
¿Qué había hecho Carranza desde el día 19? Desconocer al usurpador. Ese día, el gobernador y el Congreso Local de Coahuila se rebelaron contra la falsa autoridad de Huerta, que se decía presidente de la República autorizado por el Senado. Al respecto comentó Isidro Fabela que Carranza no pretendió ser héroe sino el hombre que salvara la dignidad y los destinos de la patria, y que la salvó, porque en febrero de 1913 encarnó el alma ultrajada de la patria, e interpretó con su ademán justiciero el dolor y las ansias del espíritu público. Acerado el cuerpo y acerada el alma, su energía estaba siempre alerta e intacta y se acusaba, no sólo en sus actos sino en su gesto, en el rostro impasible que no denotaba amargura, ni fatiga, ni rencor.
Carranza se levantó en armas tres días antes de la tragedia de la penitenciaría, cuando Madero aún vivía. Enarboló el pendón de la legalidad, sin armas, sin dinero, con valentía y con supremo patriotismo. Con sólo unos cuantos jefes militares bajo sus órdenes, entre ellos los generales Cesáreo Castro, Andrés Saucedo y Francisco Coss y con las escasas fuerzas de policía de Saltillo, emprendió la aventura, protestando por telégrafo ante Huerta y desconociéndolo como presidente del país.
A su llamado, el 26 de marzo de 1913 nació el Plan de Guadalupe. Para darlo a conocer, un puñado de jefes y oficiales reunidos en la hacienda de aquel nombre lanzaron el Plan como un manifiesto a la nación. La esencia de aquel llamado fue el desconocimiento de Victoriano Huerta, quien había usurpado la Presidencia de la República. Ese llamado también desconocía los poderes Legislativo y Judicial de la Federación. De igual manera, se desconocía a los gobiernos de los estados que reconocieran a los poderes federales integrados a la administración de Huerta, treinta días después de la publicación del referido plan.
Por otra parte, se otorgaba el nombramiento como primer jefe del Ejército Constitucionalista a Venustiano Carranza y se determinaba la ocupación por parte de este cuerpo militar de la ciudad de México, encargándose en forma interina del Poder Ejecutivo el mismo Venustiano Carranza, o aquel que lo sustituyera en el mando, quien debería convocar a elecciones generales en cuanto se hubiera consolidado la paz, entregando el poder a la persona que resultase electa de esta forma.4
El Plan de Guadalupe, según el diputado constituyente Hilario Medina en su discurso pronunciado el 29 de diciembre de 1959 en el Congreso de la Unión con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Carranza, señaló:
... la entrada de Carranza como caudillo de la política nacional. Plan sobrio, escueto, ayuno de promesas, sin énfasis, sin literatura, se limitaba a convocar a las armas al pueblo, para combatir, hasta derrocarlo, al gobierno usurpador de Victoriano Huerta. Su objeto: castigar el crimen y restablecer el imperio de la ley conculcada.
El nombre de Primer Jefe que se dio al señor Carranza por rehusarse él a ostentar grados militares, equivalía plenamente al de General en Jefe del Ejército, y tal grado le correspondió con toda las atribuciones y responsabilidades que le son inherentes. Todos los jefes de las fuerzas revolucionarias importantes, con excepción de los zapatistas, aceptaron su nombramiento y al Plan de Guadalupe como norma de sus actividades, estando por ello obligados a obedecer las órdenes del Primer Jefe, bajo pena de cometer el delito de insubordinación en campaña y frente al enemigo en caso de no acatarlas.
La lucha que debería emprenderse no era únicamente contra el usurpador atrabiliario que por traición se adueñara del poder. En el fondo, Victoriano Huerta era el representante de los viejos generales porfiristas heridos en su orgullo de casta privilegiada, al verse derrotados por el pueblo en armas durante la revolución maderista. No lamentaban tanto la caída de su amo don Porfirio, al que deseaban ver cuanto antes sustituido por alguno de ellos. Ese resentimiento, ese fracaso que les hacía muy oscuro su porvenir de dominadores, podía cambiarse en una victoria definitiva asesinando a Madero, y fue el mayor impulso que los alentó a fraguar la conjura, convirtiéndose en traidores a la patria, como aliados del embajador norteamericano.
Con cuánta inteligencia, con cuánto conocimiento de la realidad y con cuánto acierto se limitó Carranza a convocar al pueblo a derrocar al intruso. Prudente y reposado, calmó las ansias de los que lo rodeaban y que pretendieron incluir en esos planes promesas de reformas sociales. “Eso vendrá después inexorablemente,” les decía con su acostumbrada tranquilidad, agregando:
... aun cuando nosotros mismos no lo queramos, tendrá que principiar formidable y majestuosa, la lucha social, la lucha de clases... opónganse las fuerzas que se opongan, las nuevas ideas sociales tendrán que imponerse.
Estos conceptos de liberalismo social los hizo públicos en su discurso pronunciado en Hermosillo en el año de 1914, y son la prueba de que no perseguía únicamente restaurar el orden constitucional interrumpido por la traición de Huerta con un cambio de hombres en el gobierno, sino abrir el camino limpiándolo de obstáculos reaccionarios para que las nuevas ideas sociales pudieran implantarse en nuestra patria.
La lucha armada
Su inteligente comprensión, su experiencia de viejo luchador y su tranquila prudencia hicieron que, para lograr ese anhelo de justicia social, esperara primero dominar el empuje enemigo en el campo de las armas. Y la lucha armada dio principio desde luego. A su conjuro dio respuesta el elemento revolucionario en diferentes lugares y en las diversas oportunidades que fue posible lograr. A los ataques de las fuerzas carrancistas contra los porfirianos se anticiparon en Sonora los golpes magistrales que a los federales asestaron Álvaro Obregón, Benjamín Hill y Plutarco Elías Calles. Ello inició la cadena de triunfos que hizo del general Álvaro Obregón y de sus tropas el ariete más poderoso para destruir al ejército federal que apoyaba a Huerta.5
Venustiano Carranza ostentó las atribuciones de general en jefe del Ejército Constitucionalista —como lo designó el Plan de Guadalupe y fue reconocido por los delegados del gobierno, los grupos rebeldes de Sonora y la Junta Revolucionaria de Chihuahua— nombramiento que aceptó en su manifiesto publicado en Monclova, Coahuila el 18 de abril de 1913 en los siguientes términos:
Acepto, en todas sus partes, el Plan de Guadalupe, que me fue presentado por los jefes y oficiales constitucionalistas de este estado el 26 de marzo del corriente año, en la Hacienda de Guadalupe, Coahuila y que ha sido secundado por el gobierno, jefes y oficiales del Estado de Sonora, así como por la Junta Constitucionalista del Estado de Chihuahua, a quienes expreso mis agradecimientos por la distinción que me dispensan, al designarme como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, a lo que corresponderé ofreciendo mis esfuerzos todos, para restaurar el orden constitucional en la República y satisfacer las justas aspiraciones del pueblo por medio de la patriótica cooperación de todos los buenos mexicanos.6
Con esa jerarquía organizó tres grandes unidades, para de inmediato fijar el itinerario que deberían seguir en su marcha desde la frontera estadounidense, batiendo a los federales hasta llegar frente a la capital de la república con la intención de liquidarlos para exigir su rendición incondicional y la disolución definitiva de aquel ejército. Esas tres grandes unidades fueron:
El cuerpo de Ejército del Noroeste, cuya jefatura recayó en el general Álvaro Obregón, con un efectivo aproximado de veinte mil hombres; la División del Norte, formada por las diversas corporaciones de Chihuahua que Carranza puso a las órdenes de Doroteo Arango (Francisco Villa) y cuyos efectivos sumaban también poco más o menos veinte mil hombres y el cuerpo del Ejército del Noreste, encomendado a la jefatura del general Pablo González, con efectivos que sumaron quince mil hombres aproximadamente.
La repulsa del pueblo hacia Victoriano Huerta se convirtió en movimiento armado, y éste eliminó en sólo 17 meses al “poderoso ejército”, como lo había nombrado el usurpador. La inteligente y enérgica actitud de un hombre que conocía muy bien las serias dificultades nacionales e internacionales que se oponían a la anunciada justicia social para el pueblo trabajador fue el factor principal de la victoria. Venustiano Carranza se enfrentó con astucia y valor al problema y unificó los brotes de indignación nacional.
Reconocido como jefe militar, derrotó y destruyó al ejército federal. Empero, se vio obligado a continuar la lucha ahora contra las fuerzas villistas, porque éstas lo desconocieron con base en las intrigas políticas. El plan de campaña ideado y dirigido por Carranza fue inteligente y notable en su precisión. Si acaso tuvo una falla, ésta se debió a la ausencia de un verdadero espíritu militar y por la carencia de sentido de subordinación del general Villa, quien al desobedecer órdenes terminantes de Carranza originó una situación tirante, misma que produjo una absurda y dolorosa escisión que costó muchas vidas de revolucionarios de ambos bandos.
El resultado verdaderamente satisfactorio de toda la campaña militar de la Revolución fue la derrota, la rendición incondicional y, por fin, la disolución definitiva del viejo ejército federal. Tan feliz resultado fue logrado gracias a las fuerzas organizadas y dirigidas por Carranza. Ahí brillaron su gran valor personal e inteligencia política, además de las oportunas y acertadas disposiciones que unieron a todos los grupos sublevados contra Victoriano Huerta, así como el valor que demostraron los soldados de la Revolución al enfrentarse a los pretenciosos viejos generales llamados de línea, a quienes vergonzosamente derrotaron.
Como otros de los jefes revolucionarios, Carranza también sufrió con estoicismo sacrificios personales íntimos. Su hermano el general Jesús Carranza, víctima de la traición de Santibáñez, fue fusilado con su hijo Abelardo y todos los miembros del Estado Mayor del que formaba parte su sobrino Ignacio Peraldí. El hombre sufrió el dolor silenciosamente. En esa ocasión el revolucionario coahuilense dijo:
Mi deber de Primer Jefe de la Revolución me obliga a no transar con bandidos, cualesquiera que sean los sacrificios personales y las amarguras que tenga que sufrir. Si mis hijos estuvieran en el lugar de mi hermano y mis sobrinos, observaría la misma conducta, ahogando mi dolor. Lo soportaré todo sin exhalar una queja y sin desviarme del camino del deber que he seguido toda mi vida. Mis padres me lo trazaron desde niño y me enseñaron a amar a la patria más que a ellos mismos. Por ello seguiré luchando como hasta ahora sin que nada altere mi alma con la fe en el triunfo de una causa que traerá el bienestar, la prosperidad y engrandecimiento de nuestra patria.
Larga y cruenta fue la lucha entre elementos de la misma Revolución. Pero volvió a imponerse más que otra cosa la férrea voluntad de triunfo, la inconmovible decisión de llevar adelante su intento y así, cuando aún tronaban los cañones constitucionalistas después de los combates de Celaya y León, el Primer Jefe vio la posibilidad de legalizar las conquistas de protección a los trabajadores con una constitución política moderna, a pesar de que aún luchaba contra la disidencia de la misma Revolución.
Nace la constitución
Carranza, el hombre patriota y valiente, héroe de nuestra tercera reforma, convoca a un Congreso Constituyente, que reunido en Querétaro en el año de 1917 elaboraría la nueva ley fundamental de México. Con la prestancia y valor que le eran característicos, salió a caballo con su Estado Mayor desde el Palacio Nacional de la ciudad de México para estar presente en Querétaro y entregar a los diputados electos su Proyecto de Reforma a la Constitución de 1857.
El diputado constituyente general José Álvarez y Álvarez de la Cadena, en su libro Memorias de un constituyente comenta al respecto:
No faltaron dentro del Congreso Constituyente los clásicos, los moderados y los pusilánimes, que pretendieron entorpecer la consecución del objeto que se perseguía, pero para gloria de Carranza recibió del Congreso la nueva Ley que reformó su proyecto. Carranza fue el autor principal de la Carta Magna, cualesquiera que hayan sido las reformas que nosotros introdujéramos a su iniciativa original, y uno de sus más brillantes triunfos fue, en mi opinión, el que está escrito con las frases que nos dirigió al recibir terminada nuestra obra que prometió cumplir y hacer cumplir tal y como nosotros se la presentamos, y que tiene el alto mérito de ser la primera en el mundo que garantizó los intereses de los trabajadores, y éstas fueron sus palabras:
“Señores diputados: Al recibir de este Honorable Congreso el sagrado tesoro que me acabáis de entregar, sumiso y respetuoso le presto mi completa aquiescencia, y al efecto, de la manera más solemne y a la faz entera de la Nación, protesto solemnemente cumplirla y hacerla cumplir, dando así la muestra más grande de respeto a la voluntad soberana del pueblo mexicano a quien tan dignamente representáis en este momento...”
Supo hablar este mexicano con las anteriores palabras, mismas que le conquistaron una gran personalidad. Nuestra Constitución de 1917 es el corolario obligado del Plan Revolucionario de Carranza contra el usurpador y asesino Victoriano Huerta. El teniente coronel Ignacio Suárez, en su libro Carranza, forjador del México actual, relata cómo las sesiones del Congreso Constituyente se verificaron con un gran entusiasmo y libertad de expresión, externando los diputados constituyentes con toda apertura sus puntos de vista sobre el proyecto de reformas presentado por Venustiano Carranza. Asimismo, se refiere a una plática con el diputado constituyente general José Álvarez en el que le relató su conversación con Carranza, en la cual, a pregunta de por qué no había sido más radical en su proyecto, contestó:
Mi propósito fue el de que los elegidos del pueblo, para dotar al país con una nueva Constitución que respondiera a las actuales necesidades, fueran tan avanzados en sus resoluciones como lo consideraran necesario pues de otro modo, si yo hubiese sido muy radical en el proyecto, los Constituyentes no hubieran tenido mucho que trabajar en la formación de los artículos y hubiera parecido que fueron convocados solamente para aprobar mi proyecto.
Los veneros del diablo
Uno de los artículos Constitucionales que más ataques acarrearon a México fue el 27. ¿Y por qué tantas presiones? Éstas se debieron a que los grandes yacimientos de petróleo fueron entregados por Porfirio Díaz a los extranjeros y el mencionado artículo los reivindicó para la nación, haciendo su propiedad inalienable e imprescriptible. Es decir, volvió al régimen de la propiedad de acuerdo con su origen mismo. En la Carta Magna cobra carácter prioritario el principio de que a la nación le corresponde originariamente la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, y que ellas solamente pueden ser adquiridas mediante título que la propia nación otorgue.
El mencionado artículo 27 Constitucional concedió a la nación la facultad de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público, así como el dominio directo de todos los minerales o sustancias que en vetas, mantos o yacimientos constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes de los terrenos, entre ellos específicamente el petróleo.
Pero, ¿cómo se llegó a esta traición contra México?
En el periodo prehispánico ya se conocía el petróleo. Los indígenas
lo habían visto en las chapopoteras y lo utilizaban como colorante, como pegamento, con fines medicinales y a manera de incienso en ciertas ceremonias religiosas.7
El rey era dueño absoluto de las tierras. Tenía la propiedad originaria de éstas y, por ende, era el único autorizado para transmitir la propiedad de ellas a las demás clases sociales: la nobleza, los sacerdotes y la comunidad.
Ya en la época de la Colonia española se estableció el principio de que la propiedad del subsuelo correspondía a la Corona. Esto fue originado por la bula del Papa Alejandro vi, o Breve Noverint, expedida el 4 de mayo de 1493, la cual intentó resolver el conflicto entre los derechos de España y Portugal respecto a las tierras que se descubriesen.
Las consecuencias de esta disposición fueron importantes, pues la donación no se hizo a España ni a Portugal, sino a los reyes de estas naciones, o sea a la Corona de España y a la de Portugal, por lo que sus monarcas declararon que las tierras de Las Indias pertenecían a su real patrimonio. La Corona daba las tierras y las minas para que fueran explotadas por sus vasallos, pero siempre exigía el reconocimiento absoluto de que ella era la propietaria de las riquezas subterráneas. Los reyes exigían la quinta parte de lo obtenido en la explotación minera, y a esto se le llamaba oficialmente el quinto del rey o quinto real. Como consecuencia de lo anterior, ningún particular pudo tener derecho alguno sobre las tierras descubiertas, marcándose así una profunda diferencia entre la propiedad establecida por esta legislación y la propiedad romana, que tenía un carácter absoluto. Incluso se podía destruir si así convenía al dueño.
En las Ordenanzas de Aranjuez dictadas el 22 de mayo de 1783 se establecía que las minas eran propiedad de la Corona y quienes se dedicaban a la búsqueda de metales debían solicitar concesiones para buscar y descubrir vetas metalíferas. Si alguien quería explotarlas tenía que efectuar una petición de registro y hacer la denuncia correspondiente ante la Corona, y desde luego pagar los derechos establecidos. En el mismo sentido se referían al petróleo, al que llamaban “bitúmenes o jugos de la tierra”, ahora mejor conocido como oro negro.
Esta legislación estaba vigente al consumarse la Independencia de México, y cuando el 22 de diciembre de 1836 fue firmado en Madrid el Tratado de Paz y Amistad entre México y España, los derechos pertenecientes a la Real Corona Española se consideraron como adquiridos por la Nación Mexicana. El régimen establecido para la propiedad en la legislación colonial subsistió en sus términos fundamentales, aunque las atribuciones lógicamente pasaron a manos de los estados de la federación.8
Este régimen jurídico de la propiedad del subsuelo permaneció inalterable en el transcurso de los años y ese mismo principio estuvo en vigor en 1865, por lo que el 6 de julio de ese año el emperador Maximiliano de Habsburgo dictó un decreto que reglamentaba la explotación de las sustancias que no eran metales preciosos. En él se establecía que nadie podría explotar las minas o el petróleo sin haber obtenido expresamente la concesión de las autoridades competentes y la aprobación del ministro de Fomento.
El Código de Minería o Ley de Minas expedido el 22 de noviembre de 1884 por el presidente Manuel González tiene una concepción diferente a la que se comenta, por la aparición del liberalismo y el deseo de Porfirio Díaz —quien realmente gobernaba— para conquistar a las compañías norteamericanas e inglesas a fin de que se establecieran en nuestro país y con ellas las inversiones extranjeras que apuntalaran su proyecto económico.
Este código modifica de manera radical toda la legislación anterior, al asimilar la propiedad del subsuelo a la del suelo. Establecía que todo lo que se encontrara en el primero, incluyendo desde luego al petróleo, era de la exclusiva propiedad del dueño, quien sin necesidad de denuncia ni adjudicación especial lo podía explotar y aprovechar. Esto, desde luego, constituyó un verdadero crimen contra el patrimonio de nuestra patria. Posteriormente, el 4 de junio de 1892, Porfirio Díaz promulga la Ley de Minería, que reafirmaba el principio de la propiedad del subsuelo como parte de la del suelo.9
Dos años después fue expedida la Ley sobre Terrenos Baldíos, misma que suprimió el límite fijado por las leyes anteriores para que los particulares pudieran adquirir tierras. Esta ley y la de Colonización de 1893 fueron las que permitieron los acaparamientos de tierras que se operaron en la república mexicana y que vinieron a colocar al régimen de la propiedad territorial en situación semejante a la propiedad romana: la de la propiedad absoluta, que de ninguna manera puede ser afectada por el poder público.
Surge la ambición
Las exploraciones para encontrar petróleo en México se empezaron a realizar desde el año de 1869. Sus resultados fueron negativos. A fines de siglo se fundaron varias empresas con el interés de explotar el petróleo mexicano. E igual que en los casos anteriores, sus trabajos de exploración fracasaron rotundamente. Por ello, varios técnicos de prestigio internacional y algunos mexicanos de reputación bien cimentada afirmaron que nuestro país no tenía mantos petroleros. No obstante los negativos pronósticos de los geólogos, dos hombres prácticos llevaron a cabo diversos trabajos de explotación, que finalmente se vieron coronados con el éxito. Estos hombres fueron Weetman Pearson, inglés, y el estadounidense Edward L. Doheney.10
En los primeros tiempos de las exploraciones petroleras las compañías deseaban obtener privilegios especiales del gobierno y de los superficiarios, casi siempre gente humilde e ignorante del valor real de sus propiedades. Tanto el grupo inglés como el proveniente de Estados Unidos intervinieron en la política interior del país, a fin de obtener concesiones especiales. El grupo norteamericano vio con disgusto que el gobierno de Díaz daba mayores facilidades al grupo inglés. Entonces Pearson, valiéndose de la influencia de que gozaba con el presidente de México, logró la expedición de la ley del 24 de diciembre de 1901.
Ésta, que fue la primera ley petrolera de México, establecía que el propietario del suelo lo era también del subsuelo, que se podían explotar los terrenos nacionales, que el 7 por ciento de las utilidades eran para el gobierno federal y el 3 por ciento para el gobierno del estado donde se encontrara el petróleo, que se podía realizar la expropiación de terrenos petroleros por causa de utilidad pública y que se daban facilidades aduanales para la importación de equipo dedicado a refinar petróleo o carburos gaseosos de hidrógeno y maquinaria para la elaboración de toda clase de productos que tuvieran como base el petróleo crudo.11
Francisco I. Madero
Durante el gobierno de Francisco I. Madero se estableció el primer impuesto a la industria petrolera y se dieron los pasos iniciales a fin de reglamentar su funcionamiento. El grupo de petroleros ingleses que estaban disgustados con el presidente Madero, apoyaron a Victoriano Huerta en forma activa, otorgándole una amplia ayuda económica debido a que se mostraba favorable a sus intereses.
Pearson en lo particular ayudó a Huerta mediante la compra de bonos de empréstito. El 18 de febrero de 1913 se recibió en Washington la noticia de que el presidente Madero había sido hecho prisionero por Huerta. En una entrevista que dio el señor Huntington, subsecretario del Departamento de Estado y protector de Wilson, al New York World y que apareció publicada por ese medio el día 21 de febrero de ese año, manifestó:
El embajador Lane Wilson quería únicamente la paz, que el Departamento de Estado nunca había sido muy entusiasta por Madero, y que el modo como esa paz era obtenida no era cosa que concerniera a Estados Unidos. Para terminar, añadió que los actos del embajador contaban con la aprobación del Departamento de Estado.
La acción de Madero con relación al establecimiento de impuestos a la industria petrolera fue, como todos sabemos, interrumpida por la caída de su gobierno.
Venustiano Carranza
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, antes de llegar a la ciudad de México y durante su estancia en Monterrey, el 21 de julio de 1914 ordenó que se estableciera el impuesto de barra, cobrando un derecho de porcentaje 0.10 oro por cada tonelada de petróleo que se exportara.
Cuando el gobierno de Carranza trató de obligar a todas las compañías a cumplir con las leyes y pagar impuestos, los ingleses y los norteamericanos se unieron contra su gobierno. Desde que Carranza desconoció a Victoriano Huerta y se le nombró presidente de México, fue considerado por el gobierno norteamericano como un funcionario de hecho (de facto), y así fue reconocido el 19 de octubre de 1915. Y dos años después, el 31 de agosto de 1917, se le reconoció como gobierno de derecho (de jure).
En 1916, cuando se discutía en el Congreso Constituyente de Querétaro el artículo 27, se recibió un comunicado de Estados Unidos en el que se establecía que en caso de que el texto propuesto fuera aprobado, inmediatamente la armada norteamericana invadiría México. Los diputados, puestos de pie, contestaron que se aprobaría a pesar de las amenazas. Y así se hizo.
Diversos órganos de la prensa norteamericana desataron una ola de ataques y calumnias contra México. Con frecuencia usaban los vocablos confiscación y despojo. Presentaban a nuestro país como un grupo de trogloditas que no respetaban las garantías consagradas por el derecho internacional. Aparecíamos así robando bienes legítimamente adquiridos y, por el contrario, las compañías petroleras se mostraban animadas con un espíritu civilizador que las había traído a México para, arriesgando sus capitales, hacer inversiones con el objeto de que superáramos nuestra etapa primitiva.
Cuando el Gobierno Constitucionalista estaba consolidado, el ministro de Hacienda Luis Cabrera estableció el 13 de abril de 1917 un impuesto de producción que debería ser pagado en timbres. En el decreto que fijaba el impuesto especial sobre petróleo, sus derivados y el gas de los pozos, se decía que tanto el petróleo combustible como el crudo pagarían el 10 por ciento por tonelada neta de su valor.
Se establecía asimismo una tarifa especial para los productos derivados de la refinación del petróleo crudo y el aprovechamiento del gas de los pozos que no se destinaran al consumo del país.
Mientras no se dictara la Ley Reglamentaria del artículo 27 de la Constitución, ésta no podría tener efectividad. Así que el 26 de abril de ese año Alberto J. Pani, secretario de Industria, Comercio y Trabajo, mandó una circular a las compañías particulares dedicadas a la industria del petróleo para que en forma concreta y en un plazo de ocho días, contados desde la fecha, le enviaran por escrito las observaciones que consideraran pertinentes para incluirlas en el estudio de la Iniciativa de Ley Reglamentaria del Petróleo. La circular fue contestada por algunas compañías petroleras, pero todas lo hicieron como una manera de proteger sus intereses. La tensión internacional por la reglamentación del petróleo continuó hasta 1925, época en que el presidente Plutarco Elías Calles promulgó la Ley del Petróleo, y por ello tuvo que enfrentarse a graves presiones internacionales hasta su triunfal desenlace con la Expropiación Petrolera llevada a cabo por el presidente Lázaro Cárdenas en 1938.
Carranza, enemigo de los malos extranjeros
En uso de facultades extraordinarias, el presidente Carranza dictó una serie de decretos relacionados con la industria petrolera. De los textos de esos decretos se entiende que el propósito del presidente de México fue procurar el control gubernamental de la riqueza petrolera de la nación. Los intereses petroleros combatieron las disposiciones del presidente Carranza con juicios de amparo y tildaron los decretos presidenciales de retroactivos y con tendencia confiscatoria, para de inmediato solicitar la intervención de sus cancillerías a fin de que los protegieran.
El 22 de noviembre de 1918, Venustiano Carranza presentó una iniciativa de ley para reglamentar el artículo 27 Constitucional. Las condiciones para establecer la preferencia de los dueños del subsuelo que no hubieran ejecutado actos positivos antes de la promulgación de la Carta Magna, se incluyeron y continuaron en pie en los Decretos de Carranza del 17 de enero de 1920.
Espionaje y contraespionaje en México
Las compañías petroleras estimaron atentatoria la intervención del gobierno en sus asuntos. Todo el año de 1919 significó una lucha constante entre el gobierno de México, que defendía el derecho nacional al subsuelo, y las empresas petroleras que a toda costa trataban de que sus intereses se salvaguardaran. En el año de 1919, el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano realizó una investigación encaminada a encontrar defectos, errores y hasta omisiones delictivas en el trato del presidente Wilson hacia la Revolución mexicana. Los investigadores del Senado hicieron hincapié en que desde el momento en que el presidente Wilson reconoció al gobierno de Carranza las humillaciones a las personas y a los intereses estadunidenses aumentaron en número y en esencia, de tal manera que para ellos resultaba un desacierto evidente de Wilson el haber reconocido a Venustiano Carranza.12
Al culminar la información del Comité de Relaciones Exteriores, su presidente Albert B. Fall dijo:
Si algún gobierno mexicano que desee el reconocimiento se rehúsa a acceder a las anteriores condiciones, se dará aviso inmediatamente a los funcionarios de facto... con la declaración de que, en todos y cada uno de los casos en que sea necesario obrar para proteger la vida de un ciudadano norteamericano la acción seguirá a la amonestación. Si después de esas amonestaciones y declaraciones dicho gobierno no ha restablecido el orden y la paz en la República de México, extendiendo de manera efectiva su protección a nuestros ciudadanos, notificaríamos al pueblo mexicano que no entrábamos en guerra con ellos, sino que obrábamos por los motivos que Mackinley expresó de la siguiente manera: Por humanidad y para acabar con las crueldades, con el derramamiento de sangre, con el hambre y las miserias que ahí existen y que las partes en conflicto no desean o no pueden terminar o mitigar. Y enviaremos a una fuerza de policía, consistente en las fuerzas navales y militares de nuestro gobierno a la República de México, para abrir y mantener abiertas todas las líneas de comunicación entre la ciudad de México y los puertos y aduanas fronterizas de México.
Después de escuchar este discurso, el Senado pidió al presidente que, como principio de su política, retirase el reconocimiento al gobierno de Carranza. Mientras tanto continuaba la actitud hostil de las compañías petroleras hacia México, y cuando los Estados Unidos entraron a la primera Guerra Mundial pidieron a Wilson la ocupación de la zona petrolera a lo cual afortunadamente se negó.
Como resultado de esa tensión, a fines de 1919 el embajador de los Estados Unidos Fletcher abandonó México y quedó como encargado de negocios
George T. Summerlin. El motivo que impulsó al primero para irse fue la política carrancista denominada por él confiscatoria.
En las postrimerías del régimen del presidente Carranza, las relaciones de México y Estados Unidos habían llegado a un punto casi de ruptura debido a las diferencias por la política petrolera, así que cuando nuestro gobierno trató de obligar a todas las compañías a cumplir con las leyes y pagar los impuestos, lo mismo ingleses que norteamericanos, ambos se unieron contra Venustiano Carranza.
Para combatirlo contrataron a un mercenario llamado Manuel Peláez, quien se había levantado en armas contra el Primer Jefe el 10 de noviembre de 1914, precisamente en la zona petrolera, en el norte y sur de Veracruz. Era del dominio público que Peláez pagaba a sus tropas, conocidas como “guar- dias blancas”, con el dinero que le daban las compañías petroleras y que éstas prácticamente constituían una fuerza que sustraía a los petroleros extranjeros del control político y administrativo del gobierno mexicano.13
Manuel Peláez controló buena parte de la zona petrolera y durante cerca de seis años estuvo al servicio de las empresas que explotaban el oro negro en México. En mayo de 1920, después de la muerte de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, se rindió ante el triunfo del Plan de Agua Prieta.
El principio del fin
En su libro La herencia de Carranza, Blas Urrea (Luis Cabrera) nos hace saber que, tratando de encontrar una forma imparcial de relatar las circunstancias de la caída y muerte de Carranza, se imaginó que se encontraba a cincuenta años de los acontecimientos y que al leer un pequeño epítome de la historia de México se leería algo así como:
Al acercarse el fin de su periodo legal (1919) le faltó el apoyo del ejército que era todavía el mismo con el que había hecho la Revolución de la Igualdad, pero que, sin otra organización que la influencia de sus caudillos, no tenía ya ningún interés en apoyarlo. Obregón y González, candidatos militares a la Presidencia, temerosos de que Carranza pretendiera dejar el gobierno a un candidato civil haciéndolos a un lado, no esperaron hasta las elecciones sino que, poniéndose de acuerdo entre ambos, se pronunciaron contra el presidente para deponerlo. Carranza salió de la ciudad de México con su gobierno para Veracruz, pero habiendo sido derrotado en el camino huyó rumbo al norte. En su fuga por la Sierra de Puebla fue sorprendido por un cabecilla rebelde y asesinado.
Para las elecciones presidenciales de 1919 se presentaron como contendientes el general Álvaro Obregón y el también general Pablo González. Obregón, el vencedor de Santa María y Urendáin, lanzó un manifiesto el lo de junio de 1919 con su programa de gobierno, que hacía énfasis en la moralización del ejército. Parecía que la sucesión se desarrollaría entre los dos jefes militares, pero posteriormente surgió la candidatura del ingeniero Ignacio Bonillas, a quien el pueblo llamaba “Flor de té”, porque nadie sabe de dónde vino, ni a dónde fue.
Apoyado por el Partido Liberal Independiente, contaba con la simpatía del propio presidente Carranza porque era un civil por naturaleza, por educación y por sus procedimientos de gobierno. Don Venustiano gobernó con la fuerza moral del respeto que imponía su personalidad cuando era primer jefe, y con su alta investidura cuando era presidente, pero en esencia el Varón de Cuatro Ciénegas era civilista. Desde 1910, en 1913, en 1915 y en 1917, Carranza había sido civilista y quiso serlo en 1920. Creyó que ya estaba conquistado el principio del predominio de la autoridad civil sobre la militar. Sin embargo, la historia demostró que no fue sino hasta el mandato de Miguel Alemán cuando este fenómeno de transición se pudo efectuar sin levantar resquemores entre los jefes militares a quienes todavía no les sanaban las heridas del combate.
Nunca pensó en reelegirse, ni en que su sucesor gobernara con él. Pero había sido un gobernante civil y se había trazado un vastísimo programa de reconstrucción de México y, por ende, deseaba que el próximo presidente continuara su obra, apoyado sólo en la Constitución.
Al confundir su ideal con los hechos, procedió a tomarlo como base de conducta y apoyó para la sucesión al ingeniero Bonillas. El ejército, absolutamente todo, protestó contra semejante idea retirándole la confianza y apoyo.
Así se proclama el 23 de abril, por el general Plutarco Elías Calles, el Plan de Agua Prieta, en Sonora. Se desconocía a Venustiano Carranza como presidente y a los poderes locales de Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Nuevo León y Tamaulipas. Le atribuyen el cargo de jefe supremo del ejército al gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta, y señalan que al ocupar la capital del país se nombrará un presidente provisional, que convocará a elecciones.
Obregón, que no estaba al servicio del gobierno, aprovechando su gira política había preparado un movimiento militar. Al ser detectado en esa labor, salió de la ciudad de México hacia el sur, levantándose en armas con el gobernador de Guerrero y las fuerzas federales que había en aquel estado y que defeccionaron pasándose a su lado. Al mismo tiempo las autoridades de Sonora, Zacatecas y Michoacán se levantaron en armas, valiéndose también de los elementos de las fuerzas federales. Siguieron otros levantamientos obregonistas en diversas partes, siempre con fuerzas federales que se sublevaban. Carranza pretendió enviar tropas a batir a los rebeldes, echando mano naturalmente de las fuerzas pablistas. Pero cada cuerpo enviado comenzó a defeccionar: primero Cosío Robledo en Cuernavaca, luego Elizondo, y así sucesivamente.14
En los últimos días de abril de 1920, la azarosa situación prevaleciente debido a las continuas defecciones de jefes militares con mando de fuerzas, obligaba al presidente Carranza a permanecer en Palacio Nacional día y noche y solamente por las mañanas acudía a su domicilio a desayunar con sus hijas y algunas veces a comer. La pregunta reglamentaria que diariamente le hacía Julia, su hija, era:
—¿Cuántos volteados hubo anoche, papá?
—Durante la noche de ayer sólo cuatro generales, dos gobernadores y unas cuantas aduanas me desconocieron. Ya tengo ganas de que termine la defección para saber con cuántos contamos y poder hacer una batida en forma.
El general Francisco L. Urquizo en su libro México Tlaxcalantongo manifiesta que, como en esa época diariamente había nuevos levantamientos y defecciones de las tropas del gobierno, el presidente se vio en la necesidad de evacuar la capital y trasladar su gobierno hacia algún lugar en el norte de la república, y no a Veracruz como se ha sostenido, pues consideraba innecesaria su presencia en este puerto dado que allí contaba con el general Cándido Aguilar, en quien tenía una confianza ilimitada. Pero el 5 de mayo el general Aguilar telegrafió a Carranza manifestándole que parte de sus fuerzas —1,500 elementos— habían desertado y que esperaba que de un momento a otro se suscitara un levantamiento general, por lo que en tal caso se remontaría a la sierra con los pocos hombres que quisieran seguirlo, para luchar hasta que quedase restablecido el Gobierno de la República.
El presidente le ordenó que se concentrase en el puerto de Veracruz y que allí lo esperara, ya que saldría para ese destino con una poderosa columna al mando del general Francisco Murguía. Ésta fue la razón por la que Carranza resolvió dirigirse a Veracruz.
Éxodo hacia la traición
Cuando el presidente vio que la situación política y militar se agravaba mandó llamar a México al general Francisco Murguía, quien tenía su cuartel general en Tampico. Desafortunadamente éste se presentó sólo con una reducida escolta.
La mañana del día 7 de mayo, Carranza y su ayudante el capitán Ignacio Suárez salieron de su residencia en Lerma 35 (ahora museo de Carranza) y se dirigieron a pie hacia la estación Colonia, donde abordarían el tren presidencial que debería conducirlos al puerto de Veracruz. El tren de los zapadores salió a las once de la mañana, seguido por otros con tropas de infantería; luego el tren Presidencial, los de las secretarías de Estado, la Tesorería, los de empleados civiles, la Suprema Corte, la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, más tropas de infantería, los regimientos de Artillería, de Aviación y el Departamento de Establecimientos Fabriles, el Colegio Militar, y por último como retaguardia, el Tercer Regimiento de Infantería Supremos Poderes, en cuyo convoy viajarían los integrantes de la Secretaría de Guerra.
El día 13 al medio día, nos relata el general Urquizo en su referido libro, los primeros trenes se movieron hasta un kilómetro antes de llegar a la estación de Aljibes en el estado de Puebla. Ahí apareció el enemigo cargando impetuosamente sobre las fuerzas leales. La caballería de Heliodoro Pérez salió a su encuentro y se produjo un choque tremendo. Los cerros a la derecha se coronaron de infantería rebelde y los carrancistas se lanzaron a desalojarlos. Finalmente, ante la entereza de los leales, el enemigo huyó dejando en el campo sus muertos, entre ellos los generales Liberato Lara Torres y Agustín Millán. Al día siguiente tuvieron una junta los jefes militares con el presidente y decidieron abandonar los trenes y toda la impedimenta posible, requerir el ganado necesario de la hacienda más próxima, conducir a lomo de mulas o carruajes el dinero y las municiones, emprender la marcha por tierra sobre el enemigo, abrirse paso a la fuerza y dividir los tres mil hombres en tantas fracciones como generales eran.
Poco tiempo después, densas polvaredas denunciaban que el enemigo se acercaba rápidamente y en número abrumador. Muchos soldados hacían sus maletas, no aparecían las tropas, sólo la Escuela de Infantería del Colegio Militar estaba al lado del convoy, formada y ya dispuesta para la marcha. A falta de tropas, el general Urquizo les ordenó cubrir el frente. Así rompieron en fuego nutrido y certero contra las tupidas masas de caballería atacantes. La marcha de los rebeldes no se detenía. El general Murguía trataba inútilmente de organizar algunas fuerzas. El desconcierto era espantoso. La confusión reinaba por todas partes y con ella el pánico y la hecatombe. Ante lo irremediable decidieron salvar al presidente; fueron por él al tren presidencial donde, sentado en uno de los sillones del hall del carro, Carranza, impertérrito, observaba el inusitado desorden y el pánico que reinaba.
El general Urquizo le dijo:
Señor, estamos perdidos, esto no tiene ya remedio. Hay que escapar desde luego, dentro de unos momentos tendremos al enemigo aquí mismo. Salga usted.
Don Venustiano se negaba a abandonar el lugar, manifestando con toda calma que no tardarían en controlar la situación. Fue después de mucha insistencia que accedió a bajar, haciéndoles notar que no tenía caballo, pues el suyo lo habían matado en Rinconada. Ya una vez montado, bajó del terraplén de la vía férrea para tomar cuesta arriba el camino cercano rumbo al rancho de Santa María de Coatepec, en el distrito de Ciudad Serdán. Una vez en ese lugar resolvieron que no podían seguir rumbo a Veracruz, porque ahí se encontraba el general rebelde Guadalupe Sánchez. Salir rumbo a la sierra de Veracruz, por Perote, era entregarse en manos de Higinio Aguilar, por lo que el licenciado Luis Cabrera, poblano que acompañaba y protegía al presidente, se ofreció a conducirlos por la sierra poblana que él conocía perfectamente por ser oriundo de la región. Él mismo nos dice, bajo el seudónimo de Blas Urrea, que entre los escapados de los trenes estaba Cabrera, el cual nunca había sido militar ni creía tener disposiciones para serlo, ni nunca antes había oído silbar las balas, pero conocía la Sierra de Puebla, y era natural que se le ocurriera tirar para allá. Y que así fue como, sin más dotes que su conocimiento del terreno, su gran resistencia física y un poco de presencia de ánimo en aquellos momentos, se constituyeron en guía y encaminó a los restos de aquel naufragio, y los dirigió apoyado y ayudado por Mariel, que también conocía la región.
El coronel Rodolfo Casillas, con los cadetes de la Escuela de Caballería del Colegio Militar, localizó al grupo y fue a presentarse ante el presidente pidiendo instrucciones a Urquizo, encargado de la Secretaría de Guerra, quien le ordenó que con su escuadrón le sirviera de escolta y protección, ya que en ese momento era la única fuerza organizada con que contaba la comitiva. Los infantes del Colegio Militar, después de presentar una defensa heroica en Aljibes, fueron hechos prisioneros por los rebeldes, quienes los dividieron en dos fracciones: la primera fue trasladada a Chalchicomula, hoy Ciudad Serdán, y la otra fue enviada a Rinconada.
La comitiva prosiguió su marcha y el día 14 llegó a la hacienda de Zacatepec, cuyos dueños les dieron de cenar a todos sus componentes. Ahí pernoctaron.
Por órdenes del presidente se quedaron en esa hacienda los civiles y muchos de los que carecían de caballo.
Al día siguiente la columna aceleró el paso para llegar hasta Santa Lugarda, en donde comieron. Prosiguieron su marcha hasta arribar a la hacienda de Temextla el mismo día 15. Ahí pasaron la noche. El día 16, al salir rumbo a Tetela de Ocampo, se les unió el general Heliodoro Pérez y continuaron hasta llegar a San Francisco Ixtacamaxtitlán, en donde Luis Cabrera y Gersayn Ugarte tenían parientes. Después arribaron a Zitlalcuautla, donde pasaron la noche.
El licenciado Cabrera sabía que por aquellos rumbos andaban sus hermanos el doctor Alfonso, que era el gobernador del estado de Puebla, y Federico, diputado. Abrigaba la esperanza de que ya en Tetela de Ocampo y bajo la protección del coronel Barrios y sus fuerzas, así como al abrigo de la sierra, la columna pudiera permanecer algunos días para rehacerse y descansar.
El día 17 llegó la comitiva a Tetela de Ocampo pero el coronel Barrios no se encontraba allí. Después se enteraron de que había reconocido a Obregón. Entonces la comitiva se retiró a dormir a Cuautempan. El día 18, después del medio día y luego de que por indicaciones del presidente se separaron algunas personas, entre ellas los cadetes de Caballería del Colegio Militar, la comitiva llegó hasta Tepango, en la sierra del distrito de Zacatlán, de donde eran oriundos los Cabrera.
El 19 el grupo salió hacia Amixtlán y Tlapacoyan y después siguieron su marcha a Tlaltepango en Huauchinango, hasta cuyo poblado el guía había sido el licenciado Cabrera. Ahí tomó la dirección de las jornadas el general Mariel, conocedor de esos terrenos. Esa noche llovió copiosamente y tras haber emprendido la marcha a las cuatro de la mañana del día 20 encontraron el camino más peligroso, por las piedras sueltas que había y porque el terreno se volvió resbaladizo debido a la humedad. Hicieron un alto en Patla, donde esperaron a la comitiva que venía retrasada. Mientras tanto, los generales Urquizo y Murguía desde lo alto de la montaña observaron a través de sus prismáticos a un grupo de gente armada que luego supieron pertenecía a las fuerzas de Rodolfo Herrero. Era un individuo de Zacatlán, Puebla y radicaba en el Plan del Progreso, en los límites entre la Sierra de Puebla y Papantla, Veracruz. Ya una vez se había rendido al gobierno de Carranza y se había vuelto a levantar en armas, nominalmente a las órdenes de Peláez. A principios de 1920 se volvió a rendir aprovechando su amistad con Mariel. Esta vez Herrero se acercó a Urquizo manifestándole que estaba dispuesto a defenderlos y darles todo el apoyo de sus fuerzas, algo que allí significaba mucho, pues era el lugar en que siempre había operado y conocía a la perfección.
Al alcanzar al general Mariel, Herrero lo abrazó con lágrimas en los ojos, diciéndole que aquélla era la ocasión de demostrarle su gratitud por los favores que le debía. Mariel, creyendo sinceros los ofrecimientos de Herrero, lo presentó a Carranza haciéndose responsable de él. Herrero se incorporó a la comitiva, para hacerle compañía a Carranza y conversar con él; le ayudaba a desmontar tomándolo del brazo para que no se resbalara, le ayudaba a salvar las grandes piedras o las pequeñas zanjas que encontraba y a montar de nuevo. Los miembros de la comitiva se preguntaban después:
¿Quién iba a dudar, con tales muestras de afecto, de la lealtad de aquel hombre? ¿Quién iba a pensar, viéndolo tan servicial con el señor presidente y con todos nosotros, que fuese capaz de traicionarnos?
Herrero continuó junto al presidente y sugirió que la caravana no se quedara en la Unión a pesar de que era un poblado con bastantes elementos, sino continuar rumbo a Tlaxcalantongo porque, según dijo, era un lugar muy seguro, estratégico y en donde hallarían bastante que comer y pastura para los caballos.15
Después de despedirse el general Mariel para dirigirse a Xicotepec (Villa Juárez), Herrero se encargó de conducir a la comitiva rumbo a Tlaxcalantongo marchando al lado del presidente.
Arribaron al lugar como a las cinco de la tarde en medio de una lluvia que, aunque ligera, amenazaba arreciar. Cuando llegaron al pueblo mostraron al presidente un jacal que aparentemente era el más grande del poblado. Herrero dijo a Carranza: “Por ahora aquí será su Palacio Nacional, es lo mejor que se encuentra en el pueblo.”
Ese jacal era de cuatro por seis metros, con una sola puerta y ningún otro claro, con piso de tierra apisonada y estaba destinado a servir de juzgado. El mobiliario con que contaba consistía en una pequeña mesa y dos toscos banquillos. Al tomar posesión del jacal el presidente, Secundino Reyes, su asistente, formó la cama para Carranza en uno de los ángulos del jacal, puso los sudaderos del caballo a guisa de colchón, la silla de montar como almohada y una manta de viaje que le serviría de abrigo. Así quedó alojado el presidente de la República en el improvisado palacio nacional. Ya instalados, alguien les fue a avisar que Rodolfo Herrero había tenido que irse porque había recibido la noticia de que acababan de herir a un hermano suyo. La desaparición intempestiva de Herrero, a quien Mariel había dejado precisamente para que guiara a la comitiva, pareció sospechosa a los acompañantes del presidente. El general Urquizo, Murguía y Gersayn Ugarte fueron a ver a Carranza para participarle sus sospechas. Le expresaron los motivos que tenían para dudar de la lealtad de Herrero y le propusieron que reanudaran de inmediato la marcha para llegar a lo de Esquitín, un paraje más al norte con casas de mampostería donde podrían guarecerse contra un probable ataque.
Como a las siete y media de la noche, en medio de un fuerte aguacero de los de mayo, y cuando comenzaba a oscurecer, Carranza dijo más o menos:
“Decididamente no se puede reanudar la marcha. Todos están acostados, están cansados, está oscuro. Llueve mucho y no conocemos el camino y sobre todo
Mariel sabe que aquí tenemos que esperarlo. Diremos ahora lo que Miramón: Dios cuide de nosotros en estas 24 horas.”
En el jacal en el cual se alojó el presidente de la República la noche del 20 al 21 de mayo de 1920, lo acompañaban el licenciado Manuel Aguirre Beranga, su secretario particular Pedro Gil Farías, don Mario Méndez y los ayudantes capitanes Octavio Amador e Ignacio Suárez. Con excepción de estos dos últimos, que se apostaron en el umbral de la única puerta, los demás improvisaron sus lechos. Un cabo de vela, que medio iluminaba el interior, fue apagado para que no se consumiera y se pudiera utilizar a primera hora de la mañana, en que se pensaba reanudar la marcha.
Como a las tres de la mañana del día 21 de mayo, el teniente Francisco Valle, ayudante del general Murguía, entregó a Carranza un mensaje del general Mariel referente a que la guarnición de Villa Juárez era leal y que al día siguiente saldrían refuerzos para apoyar a la columna. Carranza dijo a sus acompañantes: “Ahora sí voy a poder dormir aunque sea un rato.”
Muy poco antes de las cuatro de la madrugada, sin haberse escuchado ningún ruido que anunciara la presencia de gente cerca del jacal, en la parte posterior sonaron descargas de armas largas, y ¡vivas! a Peláez y ¡mueras! a Carranza. Se alejaron del jacal y al acercarse a Carranza sus ayudantes y amigos vieron que el presidente había sido herido, lo que provocó su fallecimiento a las 4:20 de la madrugada. Minutos después irrumpieron en el jacal más o menos 15 hombres semidesnudos con todo el cuerpo lleno de lodo y encabezados por Rodolfo Herrero, para robarse todo lo que encontraban. El mismo Herrero se posesionó de la guerrera del presidente y sustrajo de sus bolsillos todo lo que poseían.
Después llegó otra turba encabezada por Herminio Márquez, quien por órdenes de su general obligó a todos a salir del jacal.
Al salir los ayudantes de Carranza se encontraron con Rodolfo Herrero, que al verlos y ser reconocido huyó a caballo del lugar.
Tal fue el lamentable fin de un hombre consagrado al servicio de la patria. Murió escarnecido por la ingratitud de sus conciudadanos, traicionado por un poblano, Rodolfo Herrero, con la lealtad a toda prueba y el apoyo incondicional de otro poblano, Luis Cabrera.
El día 22 de mayo, los restos del presidente Venustiano Carranza fueron trasladados a Villa Juárez en una improvisada camilla que transportaron seis cargadores de la región hasta el pueblo de La Unión, en donde ya esperaban otros seis que los condujeron hasta Tezohuaya y el relevo de dicho lugar lo llevó a Villa Juárez. Allí fue colocado en una amplia mesa en la sala de la casa del señor Juan Córdoba, prominente vecino de esa población, en donde le practicó la autopsia el doctor Carlos Sánchez Pérez. El 23 de mayo el ataúd fue llevado en hombros por varios vecinos que se iban turnando, llegando a Necaxa al medio día. De dicho lugar fue llevado a Beristáin haciendo uso del ferrocarril de vía angosta que unía a ambos pueblos, en donde los habitantes y las puertas ostentaban moños negros en señal de luto. El día 24 el ataúd fue colocado en un carro-oficina del ferrocarril. Se inició el viaje a la capital, para llegar a la estación Ecatepec en la madrugada del día 25. A las siete de la mañana arribaron a la estación Colonia, en donde lo esperaban numerosas personas para, en cortejo fúnebre, acompañarlo hasta su casa.
Algunos de los seguidores de Carranza atribuyeron este asesinato al general Obregón. Pero después de varias investigaciones hechas por diversos historiadores se sustenta la conclusión de que tal crimen fue inspirado y mandado ejecutar por representantes de los grandes intereses de las compañías petroleras. Esta creencia se basa primero, en el hecho de que Herrero pertenecía desde hacía tres años a las fuerzas que capitaneaba en la Huasteca veracruzana el general Manuel Peláez, de quien se dijo y demostró que recibía fuerte ayuda en alimentos, armas y parque de las compañías petroleras, elementos que traían los barcos de esas empresas; segundo, en la repercusión del crimen en Estados Unidos, que fue de grandes dimensiones; tercero, en la sistemática oposición a la política de Carranza ejecutada por los grandes imperialistas del petróleo encabezados por Fall, Kellogg, Hearst y otros más, quienes no podían consentir que México saliera avante con las conquistas de la Constitución de 1917 y trataron a toda costa y por todos los medios de destruir el orden constitucional apelando a todos los procedimientos, incluida la intervención tal y como lo hizo Estados Unidos en 1914 y en 1916, y lo hubieran hecho seguramente en 1927 si Calles no lo impide; cuarto: seguramente el dato más interesante para creer que el crimen ejecutado por Herrero fue inspirado por las compañías petroleras, es la declaración que hizo en la máxima tribuna de Estados Unidos el senador Ladd, quien expresó en parte de su discurso lo siguiente:
... El disturbio se extendió rápidamente a otros lugares de México y Carranza se preparó entonces a cambiar los poderes de México a Veracruz. El tren fue interceptado por las tropas revolucionarias, huyendo Carranza con su escolta a los cerros. Allí se encuentra con una fuerza pelaecista al mando del general Rodolfo Herrero, tropas relacionadas con el general Peláez, y fue asesinado. No existe ninguna disculpa contra este abominable crimen; pero ninguna persona responsable que estuviese familiarizada con las circunstancias diría que Obregón, De la Huerta o cualquiera de los que los seguían tuviera relación alguna con su muerte. Además Obregón era un fugitivo político por aquel entonces, puesto que Carranza había ordenado que se le arrestara, motivo por el cual había huido de la ciudad de México, disfrazado. No había razón de peso para que éstos desearan su muerte, ya que sabían que ello se usaría como argumento en su contra, al sucederlo en la Presidencia y además existe toda la razón para creer que sinceramente lamentaron el suceso. Por otro lado, hay evidencia que demuestra que el general Peláez estaba de acuerdo con algunas compañías norteamericanas que deseaban la intervención, puesto que regularmente le pagaban a Peláez miles de dólares mensuales para su protección, lo que ellos mismos han declarado, y con el consentimiento del Departamento de Estado de Estados Unidos, ciertamente éstos eran los únicos elementos que se beneficiarían con la muerte de Carranza.16
Refiriéndose al asesinato del presidente Carranza, José Domingo Lavín declaró:
... en la región petrolera hubo el rumor general popular de que este crimen había sido dirigido por las compañías petroleras, y especialmente por la Huasteca Petroleum Co., que era la compañía líder en la resistencia contra el artículo 27, y que las compañías no habían hecho más que realizar, en una forma muy hábil, las numerosas amenazas lanzadas por sus propagandistas para destruir al gobierno de Carranza.
Domingo Lavín manifestó que estaba en la ciudad de Tampico cuando sucedió el asesinato de Carranza, y que recordaba perfectamente que ése era el tema de conversación en todos los lugares. Que personalmente tuvo la oportunidad de observar cómo, antes de que llegara la noticia a la prensa y al pueblo, el señor William Green, famoso por sus actividades delictuosas y gerente de la Huasteca, a eso de las diez de la mañana del día 22 de mayo de 1920 hizo una visita a la compañía mexicana de petróleo El Águila sA, lo que en aquellos tiempos era algo inusitado por la competencia que existía entre los intereses norteamericanos y los ingleses.
Que el señor Green al bajar por la escalera del hall de la empresa inglesa vio a un grupo de personas que esperaban ser recibidas, y volviéndose en forma extraña les dijo: “¡Si yo tuviera una sola gota de sangre mexicana en mis venas, en estos momentos la buscaría para arrojarla al suelo! ¡Cómo es posible que estos mexicanos hayan matado al presidente Carranza!” Y sin esperar respuesta salió violentamente, dejándonos a todos sorprendidos, pues se ignoraban los acontecimientos de Tlaxcalantongo.
Domingo Lavín manifiesta que cuando conocieron los acontecimientos consideraron que estas exclamaciones del señor Green tenían por objeto alejar las sospechas que iban a desarrollarse por haber sido el autor material del asesinato un general de las fuerzas de Peláez, que siempre luchaban contra el carrancismo y que estuvieron al servicio de las compañías petroleras.
Por otra parte, luego de ser asesinado Carranza, sus acompañantes dirigieron un telegrama a Obregón, fechado en Necaxa el 21 de mayo de 1920, que dice:
Hoy a la madrugada, en el pueblo de Tlaxcalantongo, fue hecho prisionero y asesinado cobardemente don Venustiano Carranza por el general Rodolfo Herrero y sus chusmas, violando la hospitalidad que le había brindado. Los firmantes de este mensaje protestamos con toda energía de nuestra honradez y lealtad, ante el mundo entero, por esta nueva mancha arrojada sobre nuestra patria. Cumplida nuestra obligación que nuestra dignidad de soldados y amigos nos impone, nos ponemos a la disposición de usted y sólo pedimos llevar el cadáver hasta su última morada en esa capital, suplicándole ordenar se nos facilite un tren en Beristáin, para tal objeto. Firmaban Juan Barragán, F. de P. Mariel y todos los demás jefes y amigos que lo acompañaron.
A tal mensaje Obregón le dio respuesta como sigue:
Es muy extraño que un grupo de militares que como ustedes invocan la lealtad y el honor y que acompañaban al C. Venustiano Carranza con la indeclinable obligación de defenderlo, haya permitido que se hubiese dado muerte, sin cumplir ustedes con el deber que tenían, ante propios y extraños, de defenderlo hasta correr la misma suerte, máxime cuando sabe toda la nación que son ustedes precisamente los más responsables en los desgraciados acontecimientos que ayer tuvieron el lamentable desenlace de la muerte del C. Presidente Venustiano Carranza; muerte que encontró abandonado de sus amigos y compañeros, quienes no se resolvieron a cumplir con su deber en los momentos de prueba.
Repetidas ocasiones se notificó al C. Carranza que se le darían toda clase de garantías a su persona si estaba dispuesto a abandonar la zona de peligro, y él se negó a aceptar esta prerrogativa, porque creyó, indudablemente, que habría sido un acto indigno de un hombre de honor ponerse a salvo dejando a sus compañeros en peligro. Este acto, que reveló en el señor Carranza un rasgo de dignidad y compañerismo, no fue comprendido por ustedes.
Solamente los firmantes del mensaje a que me refiero son treinta y dos militares y un civil, número más que suficiente, si hubieran sabido cumplir con su deber, para haber salvado la vida del señor Carranza, si es, como ustedes lo aseguran, que se trata de un asesinato y tengo derecho a suponer que ustedes huyeron sin usar siquiera sus armas, porque ninguno resultó herido. Si ustedes hubieran sabido morir defendiendo la vida de su jefe y amigo, que tuvo para ustedes tantas consideraciones, se habrían conciliado en parte con la opinión pública y con su conciencia, y se habrían ahorrado el bochorno de recoger un baldón que pesará siempre sobre ustedes. A. Obregón.
Todo estaba contra Venustiano Carranza: la situación política del país, los generales de parte de Álvaro Obregón, su indomable dignidad y sus viriles actitudes, como la negativa a negociar por la vida de su hermano y sus sobrinos cuando fueron hechos prisioneros. Todo ello le impidió aceptar el salvoconducto que le ofrecía Obregón. Además la inclemencia del clima de la sierra poblana, aunada al cansancio y la confianza en la lealtad de Rodolfo Herrero, así como la animadversión que las compañías petroleras tenían hacia Carranza desde que la Constitución de 1917 reivindicó para la patria la propiedad del subsuelo, fueron las circunstancias que se unieron para segar la vida de uno de los próceres de México. Venustiano Carranza llevó hasta sus últimas consecuencias la enseñanza de su padre don Jesús Carranza Neira hacia sus hijos: “Amar más a la patria que a ellos mismos.”
1 Alberto Morales Jiménez, Hombres de la Revolución mexicana, cincuenta semblanzas biográficas, México, DF, 1990, pp. 241-245
2 José Álvarez y Álvarez de la Cadena, diputado constituyente de 1917, obra inédita; Álvarez y Álvarez de la Cadena, Memorias de un constituyente, Instituto Mora y Periódico El Nacional, 1992, p. 439
3 José Álvarez y Álvarez de la Cadena, obra inédita y Jesús Carranza Castro, Origen, destino y legado de Carranza, México, 1977
4 Secretaría de la Defensa Nacional, Plan de Guadalupe. Homenaje al Ejército Mexicano, cincuentenario 1913-1963, México, DF, pp. 91-102
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5 José Álvarez y Álvarez de la Cadena, Op. Cit
6 Plan de Guadalupe, p. 5
7 Jesús Silva Herzog, Nueve estudios mexicanos, Imprenta Universitaria, México, 1953, p. 151; Jesús Silva Herzog, Trayectoria Ideológica de la Revolución Mexicana, México, DF, 1960, p.71
8 Emilio Portes Gil, Evolución histórica de la propiedad territorial en México, Ateneo Nacional de Ciencias y Artes en México, México DF, p. 12; Emilio Portes Gil, La lucha entre el poder civil y el Clero. Estudio histórico y jurídico del procurador general de la República, México, 1934, p. 14 y Gabino Fraga, Derecho administrativo, Editorial Porrúa, México, 1962, p. 386
9 Luis N. Morones, “Calles obligó a las compañías petroleras a obedecer las leyes”, El Universal, año XLI, tomo CLXVI, núm. 14527, lunes 17 de diciembre de 1956
10 Gobierno de México, El petróleo en México, Recopilación de documentos oficiales del conflicto de orden económico de la industria petrolera, 1940, p. 24.
11 Jesús Silva Herzog, Nueve estudios mexicanos, p.158
12 Emilio Portes Gil, Autobiografía de la Revolución Mexicana. Un tratado de interpretación histórica, Instituto Mexicano de Cultura, México, DF, 1964, p. 342 y entrevista hecha por la autora el 17 de mayo de 1964, Cuernavaca, Morelos.
13 Emilio Portes Gil, El petróleo en México, Op. cit. p. 344.
14 Blas Urrea, La herencia de Carranza, México, 1920, pp. 108-110. 128
15 Blas Urrea, Op. cit. pp. 110-117
16 Emilio Portes Gil, Op. cit. pp. 315-320 136