Puebla, el rostro olvidado (Olor a pólvora)

Réplica y Contrarréplica
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OLOR A PÓLVORA

Cuando Huitzilan fue sede de una pequeña “guerra civil” era un pueblo de cinco mil habitantes (en 1975 tenía siete mil). Sus cabañas ocultas entre los cafetales le daban un aire romántico. La mayoría de los pobladores (que hablan náhuatl) se apartaban para dejar pasar a la gente de “razón”, identificada por su dinero, porque hablaba español y calzaba zapatos. Como Dios les daba a entender, hablaba de los homicidios, de la quema de casas, de violaciones, de secuestros y de pistoleros en los cerros. Al poblado lo protegían diez policías que, según los lugareños nunca abandonaban la seguridad de su cuartel. La violencia entre los grupos antagónicos, forjó una leyenda negra del movimiento campesino poblano, del que Antorcha forma parte.

     Según los dirigentes antorchistas, UCI fue la responsable de los crímenes contra campesinos de Huitzilan. Señalaron a sus dirigentes como asesinos de indígenas. Procesados por sus homicidios y posteriormente convertidos en heroicos presos políticos que, descubiertos en sus engaños, inventaron el membrete de Organización Zapatista de Huitzilan. Dijeron los antorchistas que la UCI quizo confundir con esa estrategia a la opinión pública para borrar las pistas de los homicididas.    

     Para los pupilos de Aquiles Córdova, la relativa paz que se disfrutó en Huitzilan durante seis años se debió a que estuvieron en prisión “los principales cabecillas de la UCI. Gracias a eso el pueblo empezó a progresar instalando la tienda Conasupo, una tortillería, una panadería, una clínica, un jardín de niños una primaria y telesecundaria, un parque de diversiones, etcétera. Todos estos beneficios se lograron cuando “Martin Melchi  Lira y corifeos, responsables de más de un centenar de crímenes contra indígenas de la Sierra“, fueron encarcelados (a principios de 1990, Martín Melchi Lira fue encontrado muerto en la región de Huauchinango. Su crimen, como el de Cástulo Campos Merino, no ha sido aclarado).

    Antorcha descalificó a la UCI afirmando que “como todos los grupúsculos sectarios y serviles de la izquierda, se hacen ilusiones y se auto confieren títulos. Negó que fuera “una organización del pueblo que representa y defiende a sus intereses”.  Y le exigió pruebas de haber recibido del pueblo “el monopolio de su representación “.

    Pero no sólo las organizaciones campesinas fueron (y son) blanco de los ataques antorchistas. También personajes de la vida política atrajeron su atención, principalmente, los diputados del Congreso local, Gaudencio Ruiz Garcia, de izquierda, y Manuel Ángel Cordero del PRI, Héctor Hugo Olivares Ventura, ex secretario general de la CNC, también figuró en el catálogo antorchista como uno de sus enemigos.

    Ruiz García aprovechó todas las oportunidades de su diputación para señalar que Antorcha Campesina ocasionó el clima de intranquilidad que hizo del sur poblano una región sin autoridad ni estado de derecho. En su réplica, los antorchistas lo acusaron de ser agente de la facción gobernante enemiga de la organización (años más tarde, Ruiz García representó en Puebla al EZLN, en una versión pacífica o desarmada). Con ello ilustraron su afirmación sobre que cierta izquierda tiene “ínfima calidad moral y política “, pues.

“Al mismo tiempo que arma una grita ensordecedora con el tema de su independencia, su entrega total y desinteresada a la causa del pueblo y su oposición revolucionaria al sistema, no tiene empacho en pactar, por debajo de la mesa, con sus supuestos irreconciliables enemigos, sucias maniobras que obedecen a los más mezquinos deseos de poder constante y sonante, traicionando así, impúdicamente, la causa que dicen servir”.

    Manuel Ángel Cordero, trató de dejar sin sustento político a los antorchistas enemigos de los caciques: negó la existencia de caciques en la Mixteca poblana. En respuesta lo acusaron de instigar y ser cómplice de los asesinatos de antorchistas en el sur poblano. Y además lo desmintieron diciendo que “esa es su manera –no muy inteligente por cierto–, de defender, de exculpar de toda responsabilidad a sus amigos y representados: los caciques de la Mixteca”.

    Con Olivares Ventura se distanciaron porque en una ocasión declaró que Antorcha Campesina no estaba registrada en la CNC. Contra él fueron más sutiles. Loexhibieron ansioso de deslindarse del anterior secretario general de la Confederación, Mario Hernández Posadas, “El Tigre”, quién les otorgó el registro cenecista. A Olivares le agarraron ojeriza porque frenó la casi idílica relación de Antorcha con la CNC, propiciada por la recomendación directa del entonces gobernador Guillermo Jiménez Morales, a quien sirvieron de manera extraoficial.

     Las relaciones de la dirigencia encabezada por Aquiles Córdova con los funcionarios del gobierno, estuvieron dentro de la discreción que exige la complicidad. Aquellos contactos explican su especial “poder de gestión” basado en la reciprocidad con los políticos que le ayudaban. Su crecido número de enemistades, principalmente en el ámbito gubernamental, se debe, entre otras cosas, a la forma como defienden su posición, considerada por algunos “ordinaria” debido a la falta de tacto y el exceso de petulancia.

    La dirigencia antorchista cree que ese tipo de enfrentamientos son inevitables debido a que su actividad, terquedad y honradez afectan directa o indirectamente a “ciertos intereses” que intentan evitar la difusión del ejemplo antorchista.  Afirma, además, que eso ni le sorprende ni la arredra, tampoco puede impedir que continúe convenciendo a campesinos y ciudadanos. Argumenta que su organización quiere reforzar la estabilidad social del país y buscar la solución de los problemas campesinos “de manera inteligente, pacífica y legal”.

Las relaciones de Antorcha Campesina con el gobierno de Mariano Piña Olaya no fueron tan buenas como con Jiménez Morales. Atribuyo el cambio a la miopía política de “funcionarios segundones” incapaces de interpretar adecuadamente al titular del Ejecutivo. Esta posición antorchista evidenció el esfuerzo por evitar un enfrentamiento con el gobernador, sobre todo después de lo ocurrido en los albores del régimen salinista, que al encarcelar a “La Quina”, demostró que el gobierno no se dejaría presionar por ninguna asociación o agrupación sindical o política, cuyas acciones se fundamentarán en liderazgos al borde de la ilegalidad o al margen del derecho.

    Antorcha Campesina se acostumbró a descalificar a quienes la caracterizan como organización fascista y pistolera. Como defensa puso en práctica revertir acusaciones y señalar a sus detractores como los “auténticos promotores de la violencia en el campo, masacreadores de campesinos”, asesinos a sueldo de los caciques, que actúan con la deliberada intención de inculpar a los antorchistas para desprestigiarlos ante la opinión pública.

    Utilizan, pues, la misma política que tanto critican: imputar las fechorías a sus enemigos, se erigen en jueces que califican los acontecimientos del campo, recurren a las acusaciones sin fundamento o fundamentadas, según su conveniencia, de tal manera que no se diferencian mucho de sus enemigos.

     Los antorchistas presumen de contar con la simpatía de su base militante, lo cual les permite defenderse de sus detractores. Aceptan que es difícil mejorar la vida campesina y saben que su organización aún no tiene suficiente fuerza para influir más en la realidad del campo. Sin embargo, acumulan experiencias y prestigio.

    Saben que para llegar a su meta deben dar resultados concretos a los campesinos. Su modelo más acabado: Tecomatlán. Ahí se nota mejor la influencia de la organización. A un lado de la carretera a Huajuapan de León, Oaxaca, surge un letrero que dice “Bienvenidos a Tecomatlán. Cuna de Antorcha Campesina”. Y ante un panorama de cactos, biznagas, huizaches, guajes y sierra pelona, todo ello distintivo del nudo mixteco, se destaca un conjunto habitacional y varias escuelas, clínicas y construcciones nuevas, en cuyas paredes está inscrito el emblema de Antorcha Campesina.

    Antorcha controla todo, desde el jardín de niños hasta el tecnológico agropecuario; desde la fabricación de tabiques hasta la construcción de la unidad habitacional. Su cooperativa posee y administra la gasolinería con taller mecánico, lavado y engrasado. Dirige la planta agroindustrial de cacahuate; la bodega  puede almacenar cuatrocientas toneladas de materia prima que se convierte en cacahuate garapiñado, enchilado, japonés o en palanqueta. Cuenta además con transportes especializados que abaratan la comercialización de sus productos. La tortillería forma parte de la cooperativa y se dice que allí se produce la tortilla más barata de la entidad. Mantiene siete casas de estudiantes, a parte de las que funcionan en las ciudades de México y Puebla, donde se hospedan alumnos prácticamente becados. En fin, va adelante de muchas organizaciones campesinas; incluso, de la CNC, cuyo dirigente en septiembre de 1990, propuso la desaparición paulatina de las cantinas mucho después que Antorcha Campesina lo hiciera.

    Los Antorchistas afirman que en su zona de influencia han liberado socialmente a los campesinos. Allí casi no existen los acaparadores y agiotistas porque, cuando no industrializan sus cosechas, los productores las comercializan adecuadamente. En los pueblos bajo su control mejoraron los índices de educación y de nutrición.

    Proclaman que el poder político no les interesa, sino que lo quieren como medio “para lograr el bienestar material, cultural y espiritual del pueblo”, y pelean por él donde comprueban que los campesinos son explotados o engañados. Aquiles Córdova asegura que en muchos lugares “el poder político está en manos de los enemigos del pueblo”, de los caciques y de grandes prestamistas que acaparan granos, transporte y otras cosas esenciales para el desarrollo del campesino. Hay quienes –según comenta– viven enriqueciéndose manipulando el poder “contra los intereses (…) del progreso (…) o de las libertades de la gente. Por eso deben ser substituidos por funcionarios identificados “con los ideales de la Revolución Mexicana, con las necesidades del pueblo”. Los caciques –insiste Aquiles– reciben ayuda de grupos incrustados en el aparato gubernamental. A fin de anularlos, Antorcha busca simpatía y comprensión de la parte sana del gobierno, de aquella que siente la necesidad de servir a los pobres.

    Su principal reto es acabar con el caciquismo y su escuela de abigeato, pistolerismo, ausencia de libertades y de los obstáculos que comúnmente imponen los caciques para evitar el desarrollo económico y social del pueblo. Los combate en forma organizada, bajo un esquema basado en convocatorias, reuniones, asambleas, discusión de problemas, análisis de soluciones, planteamiento de derechos y acciones inteligentes que ayuden a su desaparición. Intenta diferenciar a los verdaderos campesinos de sus explotadores y lograr mayor cohesión social en su organización. Son sus “armas más fuertes (…) para derrotar al cacicazgo” político municipal.

    La dirigencia antorchista siempre ha desmentido la acusación de que abate a sus enemigos con el rifle sanitario. Y afirmado comprenderlos cuando la calumnian “porque no les queda otro recurso si les están ganando el poder (…) con métodos de buena ley (…) absolutamente democráticos, legales, pacíficos (…), muy sentidos, queridos y aceptados por el campesino”.

    Antilatifundista declarado, Córdova Morán opina que el ejido, “hijastro del sistema”, compite con desventaja contra la propiedad privada, “ hija natural del sistema”. Esta produce más que aquel porque “tiene más apoyo”. Admite la reprivatización del ejido porque “desde el punto de vista económico tiene cierta posibilidad” de éxito. Sin embargo, aclara que “el ejido mexicano debe ser apoyado por el sistema de una manera más vigorosa”, debe reorganizarse, porque “así como está (…) lo que se ha distribuido es la miseria de los campesinos”. Cree en el cooperativismo, en la organización de los productores agrícolas y en el auxilio gubernamental a las cooperativas, principalmente en lo político, a pesar de la oposición “los intereses establecidos”. Y sugiere permanencia y seriedad en el apoyo del gobierno a los campesinos para evitar que después de la obvia reacción de los “intereses establecidos” fracase la política social de México.

    El modelo de sociedad al que aspiran los antorchistas, tiene un perfil interesante: el campesino activo, organizado, dirige su destino, satisface sus necesidades económicas, se cultiva, cumple “con la parte de la tarea nacional que le corresponde”, y ejerce y disfruta sus derechos políticos y ciudadanos.

    El tiempo dirá si la solución antorchista es la adecuada al centenario problema campesino.

    Mientras se define su futuro, Antorcha Campesina seguirá nadando contra la corriente. Esto es porque se le considera como el hijo descarriado al cual hay que tolerar, incluso hasta aceptar en el seno de la familia para evitar los remordimientos. Cuando menos así lo definió Manuel Bartlett cuando andaba de campaña para obtener la gubernatura. Por algo será.

Alejandro C. Manjarrez