Puebla, el rostro olvidado (La oposición)

Réplica y Contrarréplica
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LA OPOSICIÓN

Resulta difícil hablar de los partidos políticos porque cuanto más se hurga en ellos, más trabajo cuesta establecer cuáles reúnen elementos básicos para funcionar como tales. Unos cuentan con ideología política. Pocos tienen y trabajan bajo un plan de gobierno. Y sólo tres cumplen con la organización permanente a escala nacional.

     Los que pueden definirse como partidos políticos, padecen de una permanente descomposición interna que llega a desdibujarlos, perdiendo incluso la confianza de los electores que, en última instancia, resultan ser los afectados o beneficiados por las acciones partidistas.

    El PRI, que también es un partido de oposición porque en muchas entidades ha perdido el poder, sufre el deterioro de sus entrañas debido a que no puede sustraerse a la tentación de actuar como una entidad dependiente del gobierno: sus dirigentes se sienten miembros del aparato gubernativo y sus pasos siguen la huellas del Estado. Pasa por una crisis en la que está en riesgo su definición de partido de masas. Es parte de su cuota a pagar por haber reculado para convertirse en una organización política de cuadros formados por personalidades (recordemos que optó por designar representantes populares a miembros de la iniciativa privada). Se encuentra, pues, en el umbral donde converge la democracia interna con el debate ideológico y la costumbre que produjo su brutal burocratización, causa y consecuencia de la confusión ideológica que le hizo perder espacios políticos.

    A los partidos de oposición les corresponde realizar una de las funciones sociales más importantes, que no es, precisamente, derribar a quien está en el poder o suplantarlo al margen de la ley. No. Deben criticar la ineficacia, la deshonestidad o el abuso de los servidores públicos. Y, según sea el caso, hacerlo, después de haber creado mecanismos de análisis de la problemática nacional o estatal. Contar, pues, con departamentos técnicamente capaces para sugerir soluciones concretas y cuantificadas. En pocas palabras: convertirse en instrumentos del desarrollo y del cambio social, y no fungir como la piedra en el zapato del gobernante en turno.

    En Puebla, por desventura, la oposición se ganó un lugar en el zapato del mandatario en funciones. Hasta 1995 su actuación estuvo supeditada a la crítica de lo criticable, pero sin aportar soluciones apoyadas en las ciencias políticas, administrativas y económicas. “¡Péguenle al negro!” parecía ser su tesis de campaña. Y como el clásico “Borras” se aventaba al ruedo esperando que la suerte y “diosito” la ayudara.

    Y no fue la suerte o algún poder celestial lo que finalmente llegó a impulsar. Sus éxitos electorales se dieron gracias al deterioro y desprestigio del PRI que, como ya lo dije, entró en un proceso de desgaste cuando algún iluminado decidió cambiar su esencia: de partido de masas pasó a ser un partido de cuadros sustraídos de la aristocracia económica nacional y, en el caso poblano, del poder financiero–eclesiástico–empresarial.

    Antes del fenómeno social que permitió arribar al poder al Partido Acción Nacional, ocurrieron hechos que es importante recordar.

Alejandro C. Manjarrez