El diablo electoral anda suelto (Crónicas sin censura 51)

Réplica y Contrarréplica
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Hace poco más de tres años, monseñor Rosendo Huesca Pacheco se comprometió a combatir el abstencionismo desde el púlpito

Envió incluso una circular a los sacerdotes de su arquidiócesis, en la cual recomendaba la promoción de esa campaña en pro del sufragio político. No obstante la importancia de la invitación, el pueblo católico mostró su renuencia a los llamados de su jerarquía. Se dio entonces una enorme y franca respuesta de rechazo a las preocupaciones civiles manifestadas por un poder originalmente diseñado para no meterse en los asuntos del César. Podría decirse que al alcanzar el abstencionismo uno de los porcentajes más altos de la historia moderna, la feligresía emitió una severa respuesta en contra de ese llamado espiritual lo cual, –supuestamente– debió haber puesto sobre aviso a los curas respecto a los peligros que les acechan cuando meten la nariz en terrenos donde la realidad ha desplazado las expresiones del alma.

     Ayer volvimos a escuchar el aviso político, pero ahora en voz de Norberto Rivera Carrera, Obispo de Tehuacán. Su eminencia quiso comprometerse a llamar a los católicos para que en el próximo proceso electoral cumplan con el deber cívico de votar. Al no hacerlo –sugirió– perderán su derecho a reclamar.

     La experiencia nos ha demostrado que el poder de convocatoria de las iglesias, especialmente de la católica, únicamente funciona cuando se trata de la liturgia tradicional. Pero si el llamado rebasa ese ámbito, entonces la respuesta se contrapone a la tradición, porque muy pocos toman en cuenta las recomendaciones eclesiásticas. La gente ha demostrado que prefiere correr el riesgo de sufrir las clásicas reprimendas que van desde los jalones de orejas... del alma, hasta los terribles anatemas, pasando por las benévolas penitenciarias de la confesión. E incluso hemos visto cómo el pueblo es capaz de arriesgarse a todo con tal de no perderse un partido de fútbol o el disfrute de las esperadas vacaciones de Semana Santa. Algo muy parecido sucede con el abstencionismo, que ha llegado a convertirse en el arma principal de un sector de la sociedad cansado de las tomadas de pelo, de los engaños políticos y, en muchos casos, de la ausencia de la justicia prometida.

     De ninguna manera este columnista está contra qué tal o cual jerarca católico, protestante o mormón se pronuncie en favor de lo que mejor le parezca, a pesar de que en el entusiasmo trasgreda la Constitución. Ese es su boleto. Sin embargo, creo importante dejar asentado que en el ámbito clerical existe una gran diferencia entre el impacto de una expresión política y los resultados del poder de convocatoria litúrgica. En el primer caso les ha costado trabajo comunicarse con el pueblo, debido a su falta de capacidad política (que no de influencia), circunstancia agudizada por el abismo histórico que separa a las religiones del poder público. En el segundo punto, es de admirarse su enorme capacidad para controlar feligreses cuya pasión religiosa contrasta con su vocación cívica. Empero, y a pesar de las experiencias, muchos dignatarios católicos insisten en arrogarse el papel de salvadores de la democracia, actitud que a mi juicio se vio fortalecida por la condescendencia del gobierno actual con la jerarquía de la Iglesia Romana.

     En esta época el éxito de las religiones depende en gran parte de su proyecto de mercadotecnia. Ganará mejores espacios espirituales aquella cuyo diseño de promoción se adapte más a la mentalidad de fin de siglo. La lucha se está dando entre la católica y la protestante. Ambas han incrementado su presencia en México: la primera aumentando sus parroquias en un 104 por ciento en los últimos 30 años, y la segunda llevando más ovejas al redil de las diecinueve iglesias y sectas (más de siete millones de protestantes y cristianos no católicos).

     Reconocimiento jurídico, aparte, una, la protestante, tiene matrices en Washington, Nueva York, Boston, Salt Lake City, sur de Estados Unidos, Inglaterra y Alemania; y la otra, la católica, se mueve bajo la dirección de Roma. De ahí lo absurdo de que cualquiera de ellas, pretenda impulsar el voto en México a partir de un exorcismo electoral a su feligresía.

4/VIII/1993

Alejandro C. Manjarrez