La única respuesta que encontré fue que abundan las personas que prefieren cruzar el río nadando en sus aguas turbias y corruptas, quizá porque decidieron imitar a sus pares para estar de acuerdo con la moda...
Siempre hay un árbol caído que cruza alguno de los otrora ríos cristalinos y benévolos, los mismos que inspiraron a los fundadores para que el valle de Cuetlaxcoapan fuera el sitio donde debería asentarse lo que hoy es la ciudad de Puebla.
Lo encontré buscando paisajes qué retratar: parecía el puente aquel que, según cuenta la historia, usó el hombre entonces en proceso de civilizarse.
El árbol de mi encuentro comunicaba las orillas. Debajo de él fluía el agua apestosa, sucia, achocolatada, llena de espuma, aceite, químicos y uno que otro putrefacto cadáver de animal. En su cauce corría calmo y pausado el moderno líquido de la muerte, o sea los desechos de los seres humanos que parecen empeñados en destruir la naturaleza.
La escena me hizo meditar sobre los puentes generacionales, los mismos que, como el árbol referido, comunican y transmiten cultura a quienes desde la orilla joven ven el futuro que está en la otra margen, la digamos que vieja.
Me pregunté las razones que agobian a muchos de los jóvenes que insisten en cruzar el río por abajo, en vez de utilizar ese puente amablemente tendido por el tiempo o la experiencia de las mujeres y los hombres maduros, los mismos que, como si fuesen árboles inclinados, tienden puentes hacia la sabiduría que dan los años.
La única respuesta que encontré fue que abundan las personas que prefieren cruzar el río nadando en sus aguas turbias y corruptas, quizá porque decidieron imitar a sus pares para estar de acuerdo con la moda. De ahí que desprecien la experiencia de los “viejos” que antes de serlo, cuando eran jóvenes, aprendieron de sus mayores.
Es como el cuento de nunca acabar. El de las Mil y una noches sin el final feliz. La tragedia que se renueva validando aquello de que la historia se repite sí, pero sin que sus lecciones se aprovechen.
También destaca la actitud de cualquiera de los gobernadores empeñados en soslayar los antecedentes que heredaron de sus antecesores; la muestra: la malhadada ley antiaborto; y también el desprecio a la cultura que aquí y en China es lo que impulsa el progreso; y el latrocinio feroz que engorda cuentas bancarias en detrimento de la moral pública; y la mentira recurrente con la que se conducen casi todos los políticos; y el menosprecio a la inteligencia popular apoyada precisamente en el consejo de los mayores, el sector que el gobierno (el que usted quiera) pretende convertir en estadística decadente o en monigotes de comparsas danzarinas.
Si usted es un joven emprendedor, mire hacia la otra orilla donde se encuentra la experiencia. Y si ya pasó por esa etapa y la vida lo puso del lado del conocimiento que sólo dan los años, inclínese para que haga las veces de un puente generacional que aleje a los jóvenes de las aguas turbias, corruptas y apestosas, para que las malas historias no se repitan…
Hasta la próxima