El legado de Alejandro C Manjarrez
Una compilación de las mejores columnas políticas elaboradas por el periodista y escritor en la época digital. El periodo publicado en diarios impresos se denomina, crónicas sin censura. Búscalo en este portal.
Es tan corrupto aquel que roba al erario
como el que ostenta un cargo sin tener
la capacidad para ejercerlo.
Ignacio Ramos Praslow
El que habla culto
habla a oscuras.
Dicho popular
La política mata cultura. Es un hecho recurrente y comprobable. Pocos hombres y mujeres dedicados al quehacer público, logran salvarse de esta digamos que regla, la cual se hace más visible cuando se acercan los procesos electorales cuya demanda de dinero acaba con cualquier entusiasmo cultural. Para comprobarlo basta echarle un ojo al rubro oficial donde aparecen las actividades que enriquecen el espíritu. Así podremos ver cómo se reducen los “techos financieros” y de qué manera se castiga a la actividad que, dice alguna de las fórmulas humanistas, propicia el desarrollo de la sociedad.
Lo más lamentable es que este tipo de “crimen” tiene muchos cómplices, la mayor parte de ellos incrustados precisamente en el ámbito de la cultura oficial Y lo peor del caso es el mimetismo que adoptan los burócratas que casi siempre se muestran más interesados en permanecer en las nóminas oficiales, que cumplir con un deber generacional, por no decir histórico. Un “crimen”, pues, que en la mayoría de las veces se justifica con razonamientos chambones o con aquellos que son concebidos entre los jugos gástricos del estómago.
Pero no obstante la recurrencia de los atentados en contra de la cultura, siempre surge por ahí un evento venturoso cuando la sociedad civil interviene para atemperar los efectos nocivos que ocasionan las políticas financieras impuestas por los gobiernos tecnocratizados. Gracias a estas intervenciones, por cierto interesadas en dejar una buena herencia y ejemplo a sus descendientes, han logrado sobrevivir algunas de las manifestaciones de nuestra cultura.
Estas reacciones, por ventura comunes en determinados grupos sociales, deberían acicatar e incluso comprometer a los funcionarios públicos relacionados con la cultura. Sin embargo, el efecto apuntado no ocurre debido a que casi siempre el burócrata huye del compromiso social quizás porque considera enemigo a las personas que de mutu proprio promuevan cualesquiera de las diferentes manifestaciones relacionadas con la cultura.
En Puebla no se cantan mal las rancheras. Habría que preguntar a Pedro Àngel Palou García, secretario de Cultura, por qué no se ha constituído el patronato de la Orquesta Sinfónica de Puebla, por ejemplo, o por qué no se ha enviado al Congreso Local alguna iniciativa para que este organismo musical sobreviva al cambio de gobierno. O invitarlo a que exponga las causas para que en la dependencia a su cargo no haya entusiasmo en crear compromisos con personas, sociedades o grupos pertenecientes a la iniciativa privada. Me refiero, obvio, a convenios y contratos que impulsen a la cultura más allá de los sexenios políticos y, por ende, ajenos a los partidos que se disputan el poder, acuerdos en los cuales no medien intereses de las cofradías y de los grupos formados por los “intelectuales esquisitos”.
Nadie en su sano juicio se atrevería a monospreciar el poder cultural que –adormilado o despierto– tienen las personas cuando se organizan. Y ningún funcionario o servidor público que cuente con un adarme de inteligencia, debería anteponer sus intereses electorales a sus obligaciones generacionales.
Ojalá que los meses que le quedan al gobierno poblano, sirvan para dejar a la sociedad una buena herencia cultural en vez de los lamentos que por conocidos resultan atentados contra la inteligencia. Hay tiempo de sobra a pesar de que esté próxima la temporada electoral. Serían decisiones que por consensuadas podrían influir en los candidatos (Mario Marín Torres y Francisco Fraile García) a fin de que el triunfador llegue a Casa Aguayo con un importante compromiso cultural, mismo que debe signarse con y de cara a la sociedad para evitar las tentaciones de conceder chambas a quienes las buscan amparados en una supuesta influencia cultural. Es más: habría que investigar hasta dónde llega la cultura de los candidatos a gobernador referidos en el paréntesis y cuál es su interés cultural.
Si el lector coincide en que la sociedad está dispuesta a rebasar a sus autoridades cuando éstas no tienen el deseo o les falta ingenio para promover el más importante de nuestros legados: la cultura, tal vez también esté de acuerdo con el columnista en que al frenar la cultura o manipularla se cae en una de las variantes de la corrupción: