Sabemos que para adquirir Banca Cremi o Banpaís o Bancrecer o Banorte, solo se necesitó dinero...
A riesgo de hacer enojar a quienes no lo quieren, algunos neobanqueros han demostrado que José López Portillo tuvo algo de razón cuando decretó la expropiación bancaria. Y, desde luego, también han brindado a la sociedad una importante lección: aunque se posea mucho dinero y, por ende, capacidad de comprar un banco en un mes, para ser banquero se necesitan años de experiencia y una comprobada honestidad financiera.
Después de lo sucedido con Banco Unión (antes Banca Cremi), vale la pena recordar que José López Portillo tomó la controvertida decisión una vez que hizo todo lo posible para que los banqueros dejaran de especular con la estabilidad del país. Vaya, hasta se comparó con los animales, en lo que intentaba ser una alegoría para alertar a los amos del dinero a fin de que olvidaran las apuestas contra México. Sin embargo, quizá partiendo del dicho “perro que ladra no muerde” ni Manuel Espinoza Iglesias, ni Agustín Legorreta, ni Adrian Sada, hicieron caso de la advertencia. Es más, algunos hasta se dieron el gusto de ignorar las alusiones y otros, los soberbios, le hicieron “fuchi” a la entonces importante y todavía respetable voz presidencial.
Más tarde llegaron los arrepentimientos oficiales y Miguel de la Madrid empezó a preparar el terreno para sembrar lo que finalmente cosechó el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, o sea, la extraordinaria y productiva reprivatización de la banca oficial.
Como usted pudo darse cuenta, con esos varios miles de millones de dólares, el gobierno de la República adquirió la solvencia y liquidez necesarias para resolver parte del déficit social que durante décadas vino arrastrando, y nadie, que conste, fue capaz de reconocer lo que finalmente resultó ser una oportuna acción del gobierno Lopezportillista. Junto con las reglas del juego (que según venos, muchos no acaban de entender), surgieron las ofertas diseñadas para poner a la venta las llamadas sociedades nacionales de crédito.
Sabemos que para adquirir Banca Cremi o Banpaís o Bancrecer o Banorte, solo se necesitó dinero. A partir de esa premisa del capitalismo salvaje, empezaron a formarse varios grupos financieros que integraron a muchos de los comerciantes voraces y especuladores bursátiles diseminados por el territorio nacional.
Es más para que los “esforzados” y nuevos banqueros no tuvieran problemas ni pretextos como las carteras vencidas, a través de la Secretaría de Hacienda, el Gobierno de la República diseñó y dio vida a una mina de dinero: la creación del Sistema de Ahorro para el Retiro (SAR). Con ello garantizó un flujo constante, inagotable y dotó a los bancos de los recursos suficientes para darles prestigio al abrir los largos plazos en materia hipotecaria (quince, veinte y treinta años).
El escándalo financiero que acaba de organizar Carlos Cabal Peniche, es, a mi juicio, la punta del iceberg. Bajo él hay un montón de estiércol que al final de cuentas saldrá a flote. Otros bancos, sus funcionarios y algunos accionistas, ya deben estar poniendo sus barbas a remojar. El motivo es esa malsana costumbre de manejar el dinero ajeno (los recursos económicos de esforzados ahorradores, inversionistas y cuentahabientes) en operaciones fantasmas: piramidaciones, auto préstamos o créditos a empresas chatarra.
Al respecto Christopher Wahlen, ex analista de la Reserva Federal de los Estados Unidos sin especificar quienes podrían ser los próximos banqueros mexicanos sometidos a una investigación penal, acaba de aclarar lo siguiente: “Nosotros esperamos también la aprehensión de una o dos personas más del mismo nivel de Cabal Peniche en otros bancos”.
Si tomáramos en cuenta lo sucedido, habría que reconocer que Ernesto Zedillo estaba en lo cierto cuando calificó a la banca de ineficiente; y aunque exagerado en su expresión tendríamos que escuchar a Diego Fernández de Cevallos, quien definió a los banqueros como “explotadores, usureros del pueblo y oligarcas”.
En fin, las burradas de Cabal han evidenciado parte de las deficiencias que existen en el sistema financiero mexicano. Y lo peor del asunto es que ponen en entredicho el procedimiento que adjudicó los bancos, lo cual espantó a los inversionistas extranjeros.
7/IX/94