Está visto, pues, que la economía de México ha fracasado, que está enferma y que después de 1982 sus recuperaciones han sido parciales. Seguimos igual que hace medio siglo cuando ocurrió la crisis económica que podríamos definir como devaluación detonante, la caja de Pandora, pues...
En los cincuenta, don Antonio Carrillo Flores, titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, fue el encargado de convencer al presidente Adolfo Ruiz Cortines de devaluar el peso pues a pesar de las sugerencias de sus asesores económicos, no quería hacerlo. La paridad en aquella semana santa estaba a cuatro por un dólar. Curiosamente, el único que se opuso a la medida fue ni más ni menos que Raúl Salinas Lozano (padre de Carlos), que a la sazón fungía como director de Estudios Hacendarios de la SHCP.
Para desgracia del país y ventura de don Raúl, la influencia de los senadores (habían pedido una audiencia) se retrasó porque los “patricios” se tardaron en sugerirle al presidente que recibiera y escuchara al entonces joven economista.
La recomendación que Salinas Lozano llevaba bajo el brazo, fue escuchada con interés pero después de la decisión de devaluar que, como usted imaginará, fue el detonador del proceso especulativo que tantos dolores de cabeza está dando al gobierno zedillista.
Sin embargo, he aquí la suerte de don Raúl, don Adolfo nunca olvidó los aciertos profesionales de quien más tarde y gracias a la deferencia presidencial, sería secretario de gabinete, senador y padre del presidente de la República. Y todo gracias a la sugerencia que, aunque extemporánea, propuso una regla financiera, tomar medidas correctivas, antes de devaluar el peso y no como sucedió en ocasiones posteriores, invirtiendo el procedimiento.
Está claro, pues, que el problema esencial es que la recuperación del país depende del dinero del exterior cuyos intereses, condiciones especulativas y plazos, han llegado a afectar gravemente la economía nacional.
Para solucionar el problema, lo que sin duda haría doña Chona, sería bueno pedir apoyo a las familias de todos los sectores de la población, pero no para que se sacrificaran, sino, una vez detectado el origen, para encontrar soluciones adecuadas.
Creo que esa solución es en apariencia fácil pero –dados los antecedentes, presiones, grupos y protagonismos– muy difícil si se trata de dar gusto a la crema y nata de la clase política. Se necesita encontrar la forma para que todos los sectores de la sociedad, todos los mexicanos involucrados en conseguir una economía sana, puedan participar activa y eficazmente en las decisiones respectivas. Y desde luego también habrá que romper los vicios que durante siglos han desplazado a la cultura y a la educación, sin olvidar lo que aquí y en China se llama democracia, o sea, la llave del progreso.
Si a doña Chona le platicarán lo que dice Arthur M. Schelesinger respecto a la obsesión con la guerra de la inflación narrada en su libro sobre la administración Kennedy, y además le explicaran el empeño de los gobiernos del vecino país para que los estados latinoamericanos reduzcan a toda costa su inflación, no dude usted que la señora terminaría exigiendo el rechazo a la injerencia extranjera y que todos nos pusiéramos a trabajar parejo.
10/I/1995