Manola Álvarez Sepúlveda, compiladora
Mi padre José Álvarez de la Cadena nació en Zamora, estado de Michoacán el 10 de abril de 1885, inició su vida política el 21 de marzo de 1906 con una cabalgata con antorchas para celebrar el centenario del natalicio de Benito Juárez.
Fundó en el año de 1911, en su ciudad natal, el Club Democrático Francisco I Madero y el semanario “El Demócrata Zamorano”. Encabezó la campaña política del doctor Miguel Silva para gobernador del estado de Michoacán. Y al triunfar éste en 1912, fue designado prefecto político del distrito de Zamora. Así se desempeñó hasta la renuncia del gobernador de Michoacán originada por el cuartelazo de Victoriano Huerta.
Al triunfo de la Revolución contra Victoriano Huerta en 1915, fue designado prefecto político de la capital del estado, Morelia, siendo gobernador el general Alfredo Elizondo. Pocos días después se abolieron las prefecturas y fue el primer presidente municipal de esa ciudad.
En 1914 se incorporó a las fuerzas revolucionarias del general Joaquín Amaro ocupando varios cargos: jefe de Estado Mayor de la 5ª División del Noroeste; jefe de Estado Mayor Presidencial; secretario del Primer Consejo de Guerra Permanente de la Capital de la República, y jefe de sección de la Dirección de Educación Militar. Recibió la patente de retiro como general de Brigada después de más de 39 años de servicios en el Ejército.
Fue electo diputado Constituyente por el décimo primer distrito de Uruapan, estado de Michoacán en 1916. Y en aquel Congreso se contó entre los del grupo socialista llamado “radical jacobino” teniendo importantes participaciones en la elaboración de los artículos 3º, 27, 123 y 130.
Nació en el seno de una familia conservadora con antecedentes de la prosapia española. Sus inquietudes sociales lo animaron a unirse a la Revolución a pesar de la tozuda oposición de sus padres. Cuando fungía como prefecto político de Zamora –su ciudad natal–, Victoriano Huerta traicionó a Madero, circunstancia que le indujo a formar parte del grupo de Venustiano Carranza para, al lado del gobernador Miguel Silva, luchar contra el usurpador.
Fue también Jefe del Estado Mayor Presidencial y uno de los amigos más cercanos del presidente Plutarco Elías Calles, relación que le permitió conocer de cerca los intríngulis de la vida política de aquellos días y, además, aportar su talento a lo que entonces fue el inicio del desarrollo político e ideológico de nuestro país.
Dejó el cargo presidencial debido a una intriga palaciega producto de la envidia común que atrapa a los políticos de pocas luces intelectuales. Estos se valieron de la traición de Jorge Castañeda Rendón para hacerlo aparecer como si hubiera cometido el delito (absurdo por cierto) de ingresar al país por la aduana, unas cajas de medias de seda. Gracias a que la calumnia se aclaró, fue reivindicado por el presidente Emilio Portes Gil (los detalles están publicados en Espionaje y Contraespionaje en México, libro de mi autoría). Pero de cualquier manera pagó así su gran ascendencia y cercanía con el primer mandatario de México, experiencia que le permitió conocer las ingratitudes naturales en la política, acciones casi siempre acompañadas de las falsedades en que incurren quienes, para ganarse la confianza de alguien, se presentan como amigos sinceros y honestos a carta cabal.
Fundó la Confederación Nacional de Librepensadores y la Sociedad Mexicana de Plasmogenia y Cultura General. En la masonería alcanzó el grado treinta y tres. Fue miembro del Ateneo Nacional de Ciencias y Artes, así como de la Academia Nacional de Historia y Geografía. El gobierno nacional le concedió las condecoraciones 2ª. 3ª, 4ª, y 5ª, de perseverancia, las condecoraciones al Merito Revolucionario, como Veterano de la Revolución, y fue reconocido como miembro de la Legión de Honor Mexicana. El gobierno de Bélgica le otorgó la medalla de Comendador de la Orden de Leopoldo II.
Una afección cardiaca le obligó a radicar en la ciudad de Cuernavaca por más de 30 años. Durante los años de su retiro se dedicó a redactar y a gravar parte de sus vivencias para dar a conocer a los jóvenes de México la verdad sobre la lucha social que inició en 1910. De ahí que en sus escritos se reflejen sus sentimientos y convicciones, desde su punto de vista sobre la formación étnica de la nación mexicana hasta sus razones para, en la Constitución de 1917, poner límites al clero político de la época. Su posición al analizar la Revolución es altamente crítica hacia los iniciadores de la misma. De Francisco I Madero resalta su valentía para levantarse en armas contra Porfirio Díaz, pero señala su ingenuidad e inexperiencia que lo llevó a firmar los Convenios de Ciudad Juárez, mismos que fueron su sentencia de muerte y repite con Venustiano Carranza, “Revolución que transa, se suicida”.
Esos sentimientos le acompañaron hasta el día de su muerte que ocurrió el 7 de mayo de 1970. Poco antes de morir, él mismo redactó su esquela; lo hizo en los siguientes términos: “José Álvarez y Álvarez de la Cadena, murió en el seno de la Revolución Social Mexicana. Misión Cumplida”.
Ya no pudo presenciar los alcances democráticos que hoy festejamos ni la existencia de tres partidos importantes sin que ninguno de ellos cuente con la mayoría legislativa. Sin embargo, sí pudo vislumbrar la importancia que llegarían a tener los diputados llamados por él “de regalo”, ahora plurinominales, creados por el sistema para, según sus propias palabras, legitimarse y al mismo tiempo legalizar la presencia de las minorías opositoras.
De vivir José Álvarez y Álvarez de la Cadena, seguramente estaría decepcionado debido a las reformas promovidas durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo, pues con esos cambios se vulneraron los principios revolucionarios y constitucionales que había defendido desde el día en que se promulgó la Constitución de Querétaro.
El Centenario de la Revolución Mexicana es sin duda el mejor espacio histórico para publicar el libro que tiene usted en sus manos, obra que pone al alcance de los lectores las experiencias y los hechos que pudieron haberse perdido entre el polvo del tiempo. En esta recopilación que me llevó muchos años va la esperanza de que la voz de un hombre íntegro y patriota sin restricciones, encuentre eco entre los estudiosos, especialmente entre los jóvenes a quienes José Álvarez y Álvarez de la Cadena dedica su testimonio histórico. En el texto del libro que tiene en sus manos conservé el estilo del protagonista con la intención de que el lector se sintiera transportado a la época en que se desarrolló y me permití hacer anotaciones comparando las situaciones con las actuales. Espero y deseo que sirva para que México conserve los principios que la hicieron una nación libre y protectora de los derechos sociales; orgullosa de la propiedad y el dominio de sus recursos naturales.
Puebla, Puebla, junio de 2009