Justicia Social, anhelo de México (Capítulo primero)

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ORÍGENES ÉTNICOS Y CULTURALES DEL MEXICANO

México está habitado por millones de seres humanos, divididos en grupos disímbolos: aborígenes, restos de las diversas naciones precortesianas que no logró extinguir la dominación española; grupos remontados en las regiones montañosas, desconocedores en su mayoría del castellano, hablando idiomas o dialectos distintos que aun entre ellos no son comprensibles, y por ende sin idea precisa de una patria común; mestizos, cercanos o distales, compuestos por los hijos de las indias que arrebató la lujuria de los aventureros cortesianos, para no volver a tener noticias de ellos, o de las indias que los aborígenes regalaban a los capitanes españoles en señal de sumisión.

También forman nuestra patria grupos de mestizos de los negros esclavos africanos que se unieron con nuestras indias, y que se encuentran preferentemente en las costas sur orientales del Anáhuac; criollos de los colonizadores venidos posteriormente de España; mestizos de esos criollos con nuestras indias, y finalmente una multitud de otros mestizos de esos diversos grupos: Indo–hispanos–negros–criollos y extranjeros.

Ése es el material con el que se formó la patria y trataremos de hacer un somero estudio sobre su comportamiento.

Algo que impresiona profundamente al recorrer las páginas de la historia nuestra, es la cantidad enorme de vidas sacrificadas y los innumerables tesoros de civilizaciones sucesivas destrozados despiadadamente; la crueldad inhumana que se desplegaba con millones de seres esclavizados, marcándolos con hierro candente como a bestias, fanatizados y embrutecidos con creencias irracionales, sacrificándolos en holocausto de sus dioses.

Esta situación existía ya, antes de que los españoles emprendieran la conquista del Anáhuac; antes, mucho antes de que existiera lo que se tituló después La nueva España.

Diversas opiniones respecto a quienes fueron los primeros pobladores del continente, dejan en el misterio si existió por evolución local el hombre de América. Si llegaron realmente a las regiones nórdicas por el estrecho de Bering; si arribaron por las costas de occidente venidos de la milenaria China y si todas estas hipótesis se convierten en realidad y unos por el norte y otros por el poniente vinieron a las tierras del hombre de América principiando a fundar naciones independientes, con distintos gobiernos, con religiones y costumbres diversas.

Pero sí es indudable que existió una lucha sangrienta, implacable ininterrumpida, entre esas diversas naciones; reducían las más poderosas al vasallaje a las más débiles haciéndolas sus tributarias y tomándoles prisioneros para sacrificarlos a sus dioses; como posteriormente serían sacrificados quienes no se resignaran a abandonar las creencias de sus antepasados, para adorar a las divinidades importadas por los conquistadores europeos.

Michihuacán, lugar de pescadores, asiento de la raza purépecha, cuyo vasto imperio no pudo ser sojuzgado por los aztecas, fue teatro de cruentas batallas entre las dos naciones. Para no enumerar una larga lista de naciones rivales, quedan aquí los nombres de los tlaxcaltecas, aliados de los conquistadores por odio a los aztecas; los zapotecas, con monumentos de civilización como Mitla y riqueza de joyas como las de Monte Albán, los mayas con su gran civilización de tipo egipcio, mundialmente admirada y los de varios grupos de guerreros independientes, como los yaquis, los apaches, los pimas, y cien más que se combatían ferozmente entre sí.

Llegó entonces el momento en que Europa descubrió la riqueza de nuestro suelo; y los pueblos de este continente descubrieron el salvajismo europeo amparado por el derecho de conquista, que en la época de auge político de los pontífices romanos, fuera santificado por el reparto del nuevo mundo, que uno de ellos, con la representación de su Dios, hiciera entre españoles y portugueses.

De esta manera la conquista arbitraria y salvaje, quedaba santificada por los misioneros que portaban la cruz, seguida de los crímenes inauditos de las bandas de forajidos que empuñaban la espada y el arcabuz para asesinar en nombre de los reyes católicos. Crímenes son del tiempo y no de España pregonan quienes pretenden atenuar la forma salvaje de muerte y destrucción que pusieron en práctica sus capitanes. Sin recordar que los crímenes del tiempo los cometen las naciones por medio de sus hombres.

Muerte de millones de jóvenes guerreros aborígenes, que la prefirieron a la humillación de ser esclavos del conquistador. Destrucción de templos y palacios, de monumentos y ciudades, de códices y tradiciones para que no quedara huella de la otra; de que existían a su llegada tantas culturas aborígenes, muy superiores a la que presumía de civilización. Esta tenía a toda Europa llena de imperios impuestos por los Papas, regalos a sátrapas que harían de todos sus habitantes mesnadas de fanáticos que sostuvieron el poderío y el brillo del pontificado con las riquezas de sus naciones.

Los conquistadores fueron, no obstante su salvajismo y su crueldad, quienes dieron los primeros golpes de mazo sobre la mole de granito para lograr la unidad que posteriormente diera cabida a la patria mexicana. Más de trescientos años de dominación política de España a fuerza de matar a la porción más selecta de la juventud guerrera indígena y haciendo huir a la montaña a los grandes contingentes de población restantes; adjudicando como esclavos de los soldados conquistadores a miles de nativos, como servidores gratuitos de frailes en los conventos; como trabajadores sin sueldo, construyendo templos; dejando en una palabra a los dueños de este territorio como parias en su propio suelo; con todo esto lograron una pasiva unificación de nacionalidades constituida por el odio común a los dominadores que daría más tarde alimento a la guerra por la independencia política.

Hablar de un movimiento de Justicia Social sin conocer a fondo el material humano con el que está aún en construcción esta patria nuestra. Sin estudiar los elementos disímbolos que han contribuido a acumular esa población. Sin entender la serie de complejos tan diversos que su lenta y penosa constitución le ha dejado, esa sed incomprensible es el sentido político del mismo; es hacerlo aparecer como demagogia sin objeto laudable, sin los cimientos de necesidad imprescindible que tiene en sí mismo.

Es preciso por tanto, remontarnos a estudiar aún cuando sea levemente a nuestros conquistadores, como a elementos que han venido a imprimir características fundamentales a la familia mexicana. Asimismo es necesario estudiar a los aborígenes, con todas sus cualidades y defectos.

En la formación de las mayorías que constituyen la población de México influyeron profundamente factores y acontecimientos de enorme importancia. Tales son la forma de vida y de organización política de las diversas naciones que ocupaban nuestro suelo antes de la conquista; las circunstancias en que esa propia conquista se verificó, los trescientos años de dominación y colonización española, y otros como la inmigración de esclavos negros. Todo ello contribuyó a ir dejando un conglomerado de indios, mestizos criollos y extranjeros, que hacen de nuestro México el país de los bruscos contrastes.

Insisto en que ésta es la principal razón para no emprender el estudio sociológico y político de nuestra revolución, sin adentrarnos antes en el estudio de los cimientos mismos de nuestra nacionalidad, tal como lo comprendemos los revolucionarios.

Es ciertamente opinión general indiscutible, que México es el país de los contrastes más impresionantes; que tenemos, junto a elementos representativos de la más alta cultura, del nivel moral más elevado, otros de la máxima ignorancia y nivel moral asqueroso.

Dice Salvador Chávez Hayhoe, en su Historia sociológica de México, con sobrada razón, que somos: “... una mezcla desconcertante de cualidades y defectos, que produce una anarquía social tremenda...” Yo añadiría solamente, que en este hervidero de pasiones, nos acompañan una gran parte de las naciones de la tierra.

¿Cuáles son las causas que han hecho de nosotros esa amalgama desconcertante, de grandes cualidades junto con una multitud de defectos que parecen incorregibles?

Unas frases del Presidente López Mateos, tomadas de su discurso en el día de la Libertad de Prensa, concretan en una forma que yo considero categórica, cual ha sido es y seguirá siendo la labor de quienes hemos tomado parte en el movimientos de justicia Social dijo el 7 de Julio de 1962: "...estamos entregados a la tarea de formar una nación libre, justa, homogénea, industriosa, pacífica dedicada a fincar sólidamente su futuro.”

Yo estimo las frases del señor Presidente, como la expresión más clara, más concisa, más inobjetable del propósito revolucionario. Conviene ante todo establecer, que esa tarea requiere, para llevarla a cabo, un material humano que sea capaz de servir para ese objeto, y si carecemos de él, nuestro primordial trabajo debe ser mejorar el existente para hacerlo apto para nuestro propósito. Yo me pregunto ¿con qué material humano contamos para dar cima a tan grande tarea? Debemos hablar con toda claridad. Nuestra población está compuesta en una gran parte por individuos analfabetas, fanáticos religiosos, desnutridos, enfermos de paludismo, de silicosis, de tuberculosis; y como consecuencia de bajísimos niveles tanto moral como económico. Trabajo agotador y mal retribuido; dieta insuficiente y mal balanceada. (1965).

Con toda razón un funcionario mexicano, dijo en un discurso pronunciado en Washington: “... en medio de ignorancia, miseria e insalubridad no se puede preservar, ni la libertad ni la democracia.”

Menos aún digo yo, prescindir de la justicia social inaplazable.

Hablar de sufragio efectivo y no reelección a millones de campesinos y trabajadores que lo que anhelan es comer. Que sufren condiciones de vida infrahumanas, debe parecerles una burla cruel, si no ven que se dan primero los pasos indispensables para saciar su hambre, curar sus enfermedades, elevar sus niveles materiales y morales con vestido que mitigue su frío y dignifique su apariencia; con instrucción que los capacite para enterarse de los conocimientos más importantes de su patria. Todo esto, no con promesas ultraterrestres, ni con exhortaciones piadosas sin sanción, sino con leyes justas que obliguen a sus patronos a darles lo que por su trabajo les corresponde.

¿Y con ese disímbolo y desconcertante conglomerado humano es con el que tenemos que dar fin a la construcción de México?

Es para ese conjunto de seres, entre los que se aprecian los más bruscos contrastes, para el que la revolución exige, antes que nada, una reforma de justicia social. Es por ello que el estudio concienzudo de su formación, con las virtudes y defectos legados por las generaciones aborígenes; con las terribles consecuencias que la conquista y la colonización dejaron en el mestizaje distal, constitutivo de la mayoría de nuestros compatriotas, reviste gran trascendencia.

Es cierto que viven en nuestro país millones de indígenas y que no es posible cerrar los ojos ante tal realidad; pero viven igualmente, muchos millones más de mestizos, criollos y extranjeros, con desconcertante amalgama de cualidades y defectos.

Es indispensable dar principio con la exposición de mis convicciones relativas al origen de la humanidad, estudiando con brevedad, a la escasa luz que en este enigma que nos da la ciencia, pero dejando a un lado las fábulas dogmáticas de las diversas religiones, cuándo y cómo apareció el hombre sobre la tierra y cuáles fueron sus primeras características.

El organismo que llamamos hombre es, por la disposición y estructura de su cuerpo, un animal que en los infinitos tiempos de la historia terrestre, se ha desarrollado, desde sus formas más sencillas, hasta la perfección relativa que ha alcanzado actualmente. Este desarrollo abarca desde las células hasta la forma hombre, y es a lo que se llama teoría de la evolución, contraria al creacionismo. En el terreno de la investigación científica, la teoría evolutiva ha presentado tal número de hechos, que su hipótesis es tan generalmente aceptada, que el creacionismo queda relegado casi exclusivamente a los intereses de las facciones religiosas que, sin pruebas, lo imponen como dogma revelado.

Yo estimo que esa evolución ( aceptada por el Papa Juan Pablo como una hipótesis) se ha verificado, como lo demuestran los distintos hombres fósiles descubiertos, en diversas regiones de nuestro planeta que durante millones de años presentaron las condiciones climáticas esenciales para lograrla. Entiendo por tanto, como hipótesis muy racional, que en México como en la península Ibérica, hayan existido hombres primitivos producto de tal evolución, con las condiciones especiales de cada región impresas en sus características corporales.

Lo que hasta ahora se ha podido encontrar en cuanto a restos de hombres fósiles procede según parece de la época llamada diluvial. Si se intenta agruparlos por hallazgos, se encuentra en el término inferior al hombre de Rodesia (África) viniendo después los hombres de Gibraltar y los encontrados en nuestro México, que pertenecen indudablemente al estadio humano hasta donde es posible la fijación de fechas aproximadas, el hombre de Neanderthal representa una antigüedad de ciento ochenta y tres mil años; el de Heidelberg la de cuatrocientos cincuenta mil. La obscuridad en que está envuelta la historia de la evolución humana sólo puede disiparse mediante documentos fósiles; se explica solamente suponiendo que el hombre pudo adaptarse al ambiente transformado, y que la variación específica así producida, pasó a ser patrimonio del cuerpo mismo.

El tipo humano, no pudo ser por tanto el resultado de una casualidad ciega. Lo que el hombre es, lo debe en gran parte a su propio esfuerzo de auto–configuración. Los conocimientos nuestros a este respecto no han logrado salir del terreno de la hipótesis.

Pero a pesar del lento avance de la ciencia esas hipótesis han llegado a ser: racionales o científicas, como la teoría evolutiva, o dogmáticas irracionales, como las fábulas pintorescas creacionistas. De estas últimas la más popular en nuestro medio es la del primer hombre Adán, formado con el lodo de la tierra, recibiendo por la nariz el soplo divino de la vida, y de cuyo cuerpo extrajo materialmente Dios una costilla para formar a Eva, dando lugar a la pareja de cuya unión procedió toda la humanidad; después de que el hombre y la mujer, en una charla amena con el demonio en forma de serpiente, se resolvieron a comer la manzana del árbol prohibido(?), para que nacieran según los autores de la fábula, sus dos únicos hijos, Caín y Abel. El primero dio muerte al segundo, por envidia de su virtud, y así, como los autores de la repetida fábula se olvidan de aparecer algunas hijas, toda la humanidad vendría a ser producto de una unión sexual incestuosa del Caín fratricida, con la hembra única que era su propia madre. Esto explicaría en parte la clase de carroña que ha sido y sigue siendo moralmente, en su inmensa mayoría, nuestra pobre humanidad. Afortunadamente este es sólo un pintoresco cuento judío–cristiano.

Conforme a la teoría de la evolución, las distintas características físicas del ser humano, han dado margen a la idea de razas diversas, lo que revela que tal evolución se verificó en muy diversas regiones del mundo, cuyas condiciones climáticas, elementos de alimentación y ambiente en general, influyeron para producir diferencias físicas y mentales, sin apelar al cómodo artificio de inventar un Adán negro, otro amarillo, otro rojo y finalmente uno blanco.

Sentadas estas bases generales de mi personal opinión respecto al origen de la humanidad, y explicadas mis ideas relativas a la generalidad de la especie humana, debo principiar por el estudio del mexicano, para poder conocer sus necesidades.

Lo más importante para el buen éxito de mi trabajo, es lograr una idea cercana a la generalidad de las características físicas y mentales de nuestros compatriotas, sean éstas heredadas o adquiridas a través de diversas circunstancias.

La justa o injusta apreciación de estas características, influirá grandemente en la determinación que creamos debe tomarse para dar a esa mayoría un régimen de verdadera justicia social.

Aun logrando acercarnos al conocimiento de las condiciones que abarquen y distingan al mexicano de los sujetos de otra nacionalidad, queda por aclarar si todos participarán de estas circunstancias únicas. Yo no creo posible lograr una imagen válida del mexicano medio, aun cuando esta imagen pueda variar con las regiones, con los múltiples grupos o con las variaciones que con el transcurso del tiempo experimente un individuo. No es mi propósito buscar un tipo invariable que no encuentra cambios accidentales, sea por la región del país en la que vive, por características hereditarias o por otras circunstancias especiales. Mi intención es, justificar las medidas de carácter político impuestas por la Revolución Mexicana en su afán de lograr mayor cantidad y mejor calidad de Justicia Social.

Para ello es suficiente determinar tal imagen del mexicano medio, especialmente en lo que respecta a sus necesidades, para que al ser cubiertas, puedan calificarlo como individuo de vida humana aceptable y no lo conserven en un estado de existencia con características infrahumanas.

El reconocimiento de que el tipo medio de mexicano varía en diversos aspectos, físicos o psicológicos de región y aún de individuo a individuo, no implica que dejen de existir problemas de vida similares a toda la familia mexicana, que básicamente requiere un remedio igual.

En mi opinión, con un simple método de investigación científica, como el emprendido por Samuel Ramos, José Gómez Robleda, Rogelio Díaz Guerrero y otros muchos capacitados y auxiliados por la estadística, sí se puede desentrañar mucho acerca de las capacidades y necesidades de nuestros compatriotas.

Se explica así que no pretenda yo un estudio psicológico exhaustivo de la familia mexicana con todas sus modalidades, limitándome a buscar las características esenciales de la mayoría, con el deliberado intento de demostrar la justificación de las medidas que la Revolución Mexicana ha impuesto, en busca del mejoramiento de nuestra población.

Para la gran mayoría de nuestros compatriotas, existe solamente el hecho estrujarte de una conquista de México por España, que trata de justificarse, basándose en el salvaje derecho del más fuerte creyendo muchos de los nuestros que aquél país europeo, en ese tiempo: emporio de grandeza; dechado de cívicas virtudes; modelo de cultura y que la conquista se verificó por medio de un ejército español y no por un puñado de aventureros que apenas pasarían de cuatrocientos. Reclutados en Cuba por un prófugo de la justicia española enjuiciado por cuestión de faldas.

Suponen muchos que España vino a hacernos el favor de traer al México bárbaro poblado de antropófagos, la luz esplendorosa de sus adelantos, llenando de cariño, de bondad y de grandes consideraciones a los pobrecitos indios mexicanos.

¡Cuán diferente es la realidad de lo acontecido! ¡Cuántas taras, complejos, enfermedades, miserias y fanatismo dejó en los mestizos, hijos de la violación de las indias que estrujó la lujuria de las hordas de vándalos compañeros de Cortés y sus capitanes!

Cierto es también que, terminada la conquista, principió la colonización con elementos de muy distinta categoría. Gente de la España heroica; de la tierra donde brillaron tantos valores intelectuales y morales. La España que siendo romana, dio al mundo emperadores españoles; filósofos y oradores esclarecidos que en la capital del Gran Imperio dieron lustre y gloria al nombre de españoles.

Tierra de grandes hombres, ¡sí pero habitada al fin por seres humanos entre los cuales hay de todo...! Y durante la dominación española, antes de la llegada de esa gente noble y decente, ya los soldados de Cortés habían dejado una herencia de fanatismo, esclavitud, hambre, destrucción y miseria. Tal es la realidad.

Desgraciadamente influenciados por ese complejo de fanatismo religioso y de superioridad racial, los colonizadores, también ensoberbecidos y altaneros, despreciaron y humillaron a sus esclavos aborígenes y formaron una población mexicana de criollos para los cuales llegó a ser discutible que los indígenas fueran seres humanos iguales a ellos. Siendo los mestizos según su opinión gentes de asqueroso origen, sin recordar que lo asqueroso de su origen, si es que existiera, se lo debían a ellos y a sus antecesores.

Así, esta nueva ola de población deja en la mente de indios y mestizos humillados, un resentimiento profundo, al verse despreciados por la criollera pretenciosa que se designó como aristocracia. Agravando el problema nuestro de los grandes contrastes, toda vez que en la época porfiriana y aún en la actual, vegetan algunos pintorescos ejemplares de esa aristocracia del pulque que es el pilar de la reacción y que hace esfuerzos ridículos para detener la marcha de la revolución social.

Y ha sido preciso hablar con claridad sobre este asunto, porque el material humano con el cual está formada la población de nuestro México, es producto de todas esas múltiples circunstancias, y las leyes de justicia social que rijan a los pueblos, deben responder a las necesidades de sus habitantes, conociendo la urgencia de sus motivaciones por orden de su apremio, porque ya el pueblo está cansado de ofrecimientos de mejoría para la otra vida y es muy posible que si no se le atiende inmediatamente él trate de remediarlas en esta vida por la violencia.

Existen millones de indios y mestizos, especialmente en las regiones montañosas, con un complejo de odio ancestral para quienes vinieron de un mundo ignorado a esclavizarlos y explotarlos. Siendo lo peor el hecho de que, para esta gran masa de población, se tiene por cómplices de los dominadores españoles a todos aquellos cuyo mestizaje más cercano a españoles y criollos, no les permite la apariencia física de verdaderos mexicanos.

¡Por todas partes desconfianza, resentimiento, odio, rebeldía contra el principio de autoridad, que impiden la existencia real de una patria unida!

General José Álvarez y Álvarez de la Cadena